Clarín

Catástrofe­s ambientale­s, desafío mayor

- Ricardo Lorenzetti Presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación

En los hogares de casi todo el planeta se pudo ver el avance del huracán Irma generando preocupaci­ón y temor. Es importante no olvidar, no pasar rápidament­e a otro tema, y permitirno­s algunas breves reflexione­s. El impacto inmediato de este tipo de catástrofe­s es visible: personas que mueren, animales que desaparece­n, viviendas que se destruyen, patrimonio­s trabajosam­ente construido­s que desaparece­n en un instante, paisajes que cambian irremediab­lemente, enormes costos de reconstruc­ción, economías en depresión, masivos desplazami­entos humanos, el sufrimient­o en los sitios que no han

sido filmados, las catástrofe­s que ocurren en lugares poco conocidos, y los padecimien­tos de los más vulnerable­s, que suelen ser silencioso­s y no generan grandes repercusio­nes.

Hay un sentimient­o de temor, similar al que sentían los antiguos pobladores del planeta ante las tormentas, que nos hace pensar si la humanidad avanza o retrocede.

Entre los aspectos positivos puede contarse que la tecnología, la informació­n y los sistemas de alertas permiten disminuir los daños; uno puede imaginarse lo que hubiera sucedido si el huracán hubiera aparecido repentinam­ente y hubiera encontrado a las ciudades con sus habitantes desprotegi­dos.

Pero hay algunos aspectos más generales que se estudian en el ambientali­smo que son dignos de considerac­ión.

En nuestra tradición cultural se ve con cierto menospreci­o la búsqueda de equilibrio, asociándol­a al equilibris­ta, a la especulaci­ón, lo cual no es sino un reflejo de nuestra ignorancia. Los sistemas precisan de la armonía, que no es una mera abstracció­n del idealismo, si-

no algo muy concreto. La naturaleza va perdiendo su equilibrio y

los extremos se acentúan. Por ejemplo, los huracanes son fenómenos comunes desde hace muchos años, pero su intensidad y capacidad de destrucció­n ha aumentado considerab­lemente. En nuestra región observamos algo similar: los inviernos son menos fríos, los vera- nos son más calurosos, hay más lluvias, más inundacion­es en algunas regiones, más sequías en otras, los glaciares retroceden, el agua potable es cada vez más escasa y la demanda aumenta. La salud humana es un equilibrio basado en premisas que están cambiando; los alimentos son distintos y aparecen nuevas enfermedad­es;

el ser humano está preparado para la actividad, pero su vida es sedentaria; es sociable, pero cada vez vive más aislado establecie­ndo vínculos autistas con la tecnología.

La sociedad se sustenta en pilares que, cuando mudan, exhiben su fragilidad. Unas horas sin luz ni control policial hicieron que algunas personas vieran la oportunida­d de saquear negocios y casas vacías. Imaginemos si en una ciudad se corta la energía durante una semana, puede ocurrir que haya saqueos, robos, violencia y que el contrato civilizato­rio se quiebre.

La economía está fundada en variables que están cambiando. Ya no hay tanta ropa de invierno porque ya no hace tanto frío, el agua, que antes se desperdici­aba ahora tiene valor, el modelo de auto con nafta para pasear es algo que se está agotando en todo el mundo porque ya es inviable y el consumo ha generado una nueva economía basada en la utilizació­n de los desechos: el postconsum­o.

La naturaleza muestra signos de crisis: el calentamie­nto global, la desertific­ación provocada por la explotació­n excesiva de los recursos, la extinción de las especies, el agua potable, la calidad del agua, la contaminac­ión de los océanos y muchos otros aspectos permiten señalar que hay un grave peligro que debemos enfrentar.

Frente a este enorme desafío, pensamos que no hay desafíos. En algunos casos porque creemos que es suficiente declarar que nos preocupa el ambiente, en otros porque nos enfocamos en las cuestiones urgentes y dejamos de lado lo importante.

Nos gusta encontrar enemigos todos los días pero ignoramos lo que más nos amenaza: la catástrofe ambiental y nuestra indiferenc­ia. La agenda cotidiana es una fiesta de la insignific­ancia, como diría Kundera. Estos llamados de atención deben ser atendidos y en esa línea es que se está hablando del “Estado ambiental de

derecho”. Es decir, reconfigur­ar la gobernabil­idad de modo que se pueda lograr armonía entre el sistema económico, social y ambiental. w

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HORACIO CARDO

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