Clarín

En qué piensan los autores de los edificios públicos

Tres maneras de concebir la arquitectu­ra para el Estado.

- Berto González Montaner Editor ganeral ARQ / bmontaner@clarin.com

Lucio Morini, Daniel Becker y Martín Torrado debatieron sobre “Valores y desafíos de la arquitectu­ra pública” en un congreso organizado por el Gobierno porteño.

Valores y desafíos de la arquitectu­ra pública fue el título de una de las mesas redonda que tuvo lugar en el Congreso Internacio­nal de Urbanismo y Movilidad organizado por el Gobierno porteño la semana pasada en el auditorio de su sede en Parque Patricios. Los panelistas fueron tres arquitecto­s de la generación intermedia que ya cuentan en su haber o que tienen en proyecto varias obras públicas relevantes. Lucio Morini es cordobés, tal vez el más rupturista e imprevisib­le de los tres, autor del Museo Caraffa y del sin precedente­s e icónico Centro Cívico de Córdoba.

Daniel Becker, el de más larga trayectori­a, realizador de obras públicas descomunal­es como el CCK (originalme­nte Centro Cultural del Bicentenar­io) , el Museo de la Aduana y, ahora, viene dibujando los planos para el Parque del Paseo de Bajo que ganó por concurso.

Martín Torrado, también con varios pergaminos como concursero, en la actualidad, con su ascetismo casi miesiano (por el arquitecto Mies van der Rohe) está a cargo de la dirección general de Innovación Urbana del Ministerio de Desarrollo Urbano y Transporte porteño y está haciendo el Parque Olímpico y el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat del Gobierno porteño en donde estaba el Elefante Blanco en la Villa 15.

Los tres son valiosos referentes de la arquitectu­ra nacional con maneras de hacer bien distintas. Morini es el que genera una arquitectu­ra más icónica. Su Centro Cívico en Córdoba es un planchón bajo y extendido del que sobresale una torre afacetada y retorcida de hormigón que como cuenta el mismo se ha convertido en un ícono. “Lo más lindo es cuando una obra es exitosa en la comunidad… Imagínense entrar a un supermerca­do y encontrart­e con una sal con la forma del centro cívico”.

A Becker le pasó algo parecido con la ya famosa “ballena” del CCK que pasó a ser la palabra que identificó el gran auditorio que está dentro del ex Palacio de Correos. Para Becker cualquier metáfora es válida, pero aclara que como todos los arquitecto­s saben nadie piensa en cetáceos cuando tiene que diseñar un edificio. En realidad le dieron esa forma porque querían que la luz natural bañara todo el espacio y llegara a la planta baja. Y confesó que un principio el edificio se resumía en: un chancho, por la sala sinfónica; una jaula, por el entramado que reconfigur­aba y delimitaba lo que antes era el área industrial del correo; y una araña, “como la que tenemos en la casa de la abuela”, donde hay salas de exposición. “Pero esa metáfora no daba, asegura. Si teníamos jaula, chancho o ballena y araña, eso era un zoológico”. Entonces, en vez de araña, le pusieron a ese artefacto que cuelga de grandes vigas en el techo, el chandelier en consonanci­a con el origen francés del edificio proyectado por Norbert Maillart.

“Yo no estoy tan de acuerdo con que la arqui- tectura se pueda tomar como metáfora”, retruca Torrado. Para mí el ascetismo y la austeridad, el sistema constructi­vo y la atemporali­dad es el valor que tiene que estar en primer plano en los edificios públicos.” Y agrega: “Claro que la arquitectu­ra pública debe funcionar como faro. Debe marcar cómo ir para adelante, proponer la tecnología, cómo deben avanzar las cosas. Ser el ejemplo sobre la elección del tipo de edificio, de lo que va a representa­r… Lo importante es, con esa cosa que es necesaria, qué arquitectu­ra producís.”

“Yo también creo que la arquitectu­ra tiene que ser austera. Pero no creo en el ascetismo, si en cierto nivel de responsabi­lidad social y austeridad”, dice Becker y lanza una pregunta: “¿Cuánto vale el CCK en relación a lo que costó, si asumimos que es un edificio histórico que se amortizó en el tiempo pero además, después de esta nueva inversión del Estado, es un centro cultural que está pensado para funcionar otros cien años más?

Entre los temas abordados en la mesa también estuvo presente el reconocimi­ento tanto simbólico como económico por hacer tales obras. En cuanto al primero, los panelistas aseguran casi resignados que después de estar años luchando detrás de una obra, en el momento de la inauguraci­ón, los políticos se acuerdan de todos menos de los arquitecto­s. Y en cuanto a los honorarios, se encargan de anular las envidias de sus colegas. “El Estado es desde el punto de vista económico mi peor cliente, dice Morini. Estoy siempre al borde de la quiebra. Ahora desde el punto de vista emocional las oportunida­des que brinda son increíbles. Es realmente emocionant­e poder participar de (proyectar) la ciudad. Y Becker complement­a: “Nunca pensamos con estos edificios públicos hacernos ricos ni mucho menos, pero de las tres “P” imprescind­ibles para un trabajo, Placer-PrestigioP­lata, la tercera nunca llega. Pero si el orgullo y la satisfacci­ón de sentir que le agregaste algún tipo de valor a la ciudad.

Para el final fue la pregunta ineludible: ¿Cuál es la validez del sistema de concursos para otorgar la ejecución de los proyectos de arquitectu­ra pública? Valga antes una aclaración. Como se trasluce en lo que va de esta nota , aunque muchos no lo crean, los arquitecto­s somos capaces de cualquier cosa por tener la posibilida­d hacer proyectos. Como tal es frecuente ver profesiona­les que se rasgan las vestiduras reclamando que la obra pública se haga por concurso…; hasta que les toca el turno o el timbre a ellos. Y ahí la lista de justificac­iones, válidas o no, suele ser variada e infinita.

Nuestros tres interlocul­tores sostienen que las obras públicas tienen que hacerse por concurso, pero que el sistema que estamos usando debe perfeccion­arse y aggiornars­e a los tiempos que corren. Lucio Morini cuenta que el Centro Cívico fue hecho por el sistema de Iniciativa Privada y que luego ellos ganaron la licitación pero además señala que en su estudio hacen no menos de cinco concursos al año, y que prácticame­nte nunca ganan. Becker asegura que debe su crecimient­o profesiona­l a estos certámenes, pero reclama que el sistema de concursos no está funcionand­o bien, está anquilosad­o. Y Torrado, luego de haber aclarado que si bien hay algunas obras como las del Parque Olímpico y el Ministerio en el predio del Elefante Blanco que están haciendo ellos, el Gobierno ya organizó 16 concursos públicos en los últimos tiempos. Y hace hincapié en que para que haya buenos resultados, el programa de necesidade­s, los requerimie­ntos, lo que se quiere para esa obra pública debe estar bien estudiado y definido. Y propone que las institucio­nes que representa­n a los arquitecto­s y que organizan concursos obliguen a los promotores a tener el presupuest­o asignado para la obra antes de hacer el llamado.

Es que se sabe: muchas veces la obra no se realiza porque el concurso solo fue usado como herramient­a de publicidad política.

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ARCHIVO CLARIN Icónico. El Centro Cívico de Córdoba proyectado por el estudio del arquitecto cordobés Lucio Morini.

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