Clarín

Eternas canciones de amor, dolor y esperanza

El cantautor celebra sus cinco décadas en la música con un repaso de su historia, junto a grandes invitados.

- Eduardo Slusarczuk eslusarczu­k@clarin.com

Mientras transita sus 70 años de vida, Víctor Heredia decidió festejar sus cinco décadas en la música con el lanzamient­o de un álbum - 50 en vuelo -

Cápítulo 1- en el que reunió 14 títulos de su repertorio en nuevas versiones, que interpretó acompañado por una larga lista de invitados. Y, pese a los riesgos que siempre implica una propuesta de tal naturaleza, sobre todo cuando el origen de los convidados es llamativam­ente disímil, el resultado es altamente positivo.

Ante todo, porque aún cuando su condición de ícono de la canción testimonia­l y de la alguna vez llamada “de protesta” lo convierte en un referente ineludible de la generación de cantautore­s que marcó a fuego poético los ‘70 y los ‘80, en 50 en vuelo Heredia prefirió esquivar la fórmula del “grandes éxitos”, a favor de un equilibrad­o repaso que le da un amplio espacio a la década pasada y a la actual.

En segundo término, porque tal como lo manifiesta en el texto que firma en el libro interno, Heredia fue un generoso anfitrión, permitiend­o que cada tema sea impregnado por la im- pronta del invitado de ocasión. En ese sentido, la participac­ión de Juanse en Vuelve al campo (1982), que el ratón paranoico interviene con un fragmento de Post Crucifixió­n; las de David Lebón y Juan Carlos Baglietto en Potosí (1986), del magnífico Taki Ongoy; la de Marcela Morelo en la bella Te esperaré (2008) y la de Axel en Dulce Daniela (1983), son una clara demostraci­ón, independie­ntemente del sabor que cada abordaje deje en el paladar de quien escuche. Es en el marcado contraste que sa- le a la luz entre el carácter de la intervenci­ón del autor de Amo y Afinidad con el del aporte de RIcardo Mollo y Franco Luciani en El viejo Matías (1971) -con un breve pero inspirado solo del guitarrist­a-, donde aparece con mayor relevancia esa cuestión de los “orígenes”.

Sin embargo, aquí, contraste no significa desnivel. A lo sumo pone en evidencia diferencia­s generacion­ales y estéticas que, al fin de cuentas, en el caso de 50 en vuelo enriquecen más de lo que restan.

La presencia de Rolo Sartorio, de La Beriso, en una interpreta­ción de Ojos de cielo (1998) con extrema fidelidad por la original, como la de Soledad en Destino de caminar (2001) suman un soplo de frescura en un plan que se acerca al folclore, que identifica con mayor fuerza aún a Parte del

cielo (2014) y Ay , Catamarca (1972). En la primera, la voz madura de Heredia se entrelaza y dialoga con la de Pedro Aznar, y ambas encajan a la perfección en el camino que marcan el píano de Gabino Fernández y el bombo legüero de Gustavo López. En la segunda, también con López y Fernández más los de Babú Cerviño, Raly Barrionuev­o y el anfitrión tributan de inmejorabl­e modo al formato folclórico orquestal que marcó parte de los primeros ‘70.

La peruana Tania Libertad pone la autoridad de su voz al servicio de Bailando con tu sombra -”Tengo esa nostalgia de guitarra por llover / de guitarra rota de oxidado carrusel”, canta junto a Heredia, antes del bloque final, Medellín (1994) y Deja un poco de

luz al partir (1970), para los que el compositor convocó al Grupo Sudamérica y a Dos puntos.

Mención especial para la despegue del vuelo, en el que mano a mano con Joan Manuel Serrat y Lito Vitale, Heredia da más sentido que nunca a Ra

zón de vivir (1985), y para su juntada con León Gieco en ese himno que es

Sobrevivie­ndo (1984), en el que la eléctrica de Panchi Quesada y el bajo de Lucas Homer completan un combo a la altura de la celebració­n.

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El trovador. Heredia, su guitarra y una obra de indudable vigencia.

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