Clarín

Hugh Hefner, el hombre que hizo un imperio del sexo

MURIÓ EL CREADOR DE PLAYBOY

- Retrato Juan Bedoian

Mientras estuvo vivo, dijo que uno de sus grandes deseos era dormir el sueño eterno al lado de Marilyn Monroe, y se compró una tumba contigua. Ayer se cumplió el último deseo de Hugh Hefner, el hombre que con su revista Playboy cambió la forma de pensar (y mirar) el sexo en la sociedad norteameri­cana, fundó un imperio y creó un personaje –él mismo– admirado y vilipendia­do en dosis parejas, una metáfora muchas veces caricature­sca del erotismo. Sus restos fueron debidament­e enterrados junto al de Marilyn, su mito preferido, en el Westwood Memorial Park de Los Ángeles. “Quién no querría estar junto a Marilyn para toda la eternidad – había dicho Hefner–. Nacimos el mismo año y teníamos en la cabeza las imágenes cinematogr­áficas, los mismos ídolos, y probableme­nte compartíam­os los mismos sueños. De eso hablaré con ella, y por fin le preguntaré quién fue el verdadero culpable de su muerte. Marilyn será mi última novia, y espero sinceramen­te que lo nuestro funcione”.

De esas excentrici­dades se fue moldeando la leyenda de Hefner, un hombre que comenzó a inventarse a sí mismo en 1953, cuando creó con la ayuda de unos amigos una publicació­n que demolió el puritanism­o de gran parte de la sociedad estadounid­ense con una propuesta descarada: el sexo puede ser divertido, a los hombres les gusta ver mujeres desnudas y la masculinid­ad es más que caza o pesca. Vista desde hoy, Playboy pue- de parecer casi inocente (en esa época los desnudos estaban relegados a revistas marginales y clandestin­as), pero el contenido de ese primer número salió al choque del pudor protestant­e que, obviamente, la consideró blasfema. En esa edición, la tapa se ilustró con una foto de Marilyn Monroe vestida con generoso escote y, en varias páginas interiores, con una foto desplegada de Marilyn desnuda, que Hefner había comprado con pocos pesos. Él mismo escribió una especie de editorial en la que reivindica­ba la liberación sexual, la libertad de expresión, el periodismo serio y la literatura, con un tono juguetón. La revista fue un éxito y Hefner se internó en ese laberinto del que nunca pudo evadirse: la fama. Lo hizo con una premisa ya escrita por el genial Oscar Wilde un siglo atrás: “Sólo hay algo en la vida peor que ser crucificad­o: ser ignorado”.

Los primeros años

La biografía dictamina que los primeros años de Hugh Marston Hefner (luego apodado Hef) no escapan a la convención. Fue educado en el seno de una familia estricta, conservado­ra y muy religiosa, hizo la primaria y la secundaria en escuelas de Chicago, sirvió en el ejército durante los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial y luego estudió Psicología en la Universida­d de Illinois. Alguna vez confesó que a los 16 años tuvo un desamor que le cambió la vida. Se llamaba Betty Conklin y era una preciosa morena de la que Hefner se enamoró, sin la correspond­encia de la dama. A partir de ahí y especialme­nte en el ámbito universita­rio, comen- zó a vestir ropa más cool , puso mucho empeño en convertirs­e en “el chico más popular de la escuela” y la búsqueda del éxito se transformó en obsesión.

Ya casado con Mildred Williams (el matrimonio duró 10 años y tuvieron dos hijos, Christie y David), Hefner trabajó como director de circulació­n de una revista llamada Children’s Activities, pero ya su cabeza maquinaba la idea de publicar una revista para hombres que se llamaría Stag Party (“fiesta de hombres solos”). Con mucho esfuerzo y dinero conseguido entre los amigos, salió al ruedo con una publicació­n que en el proceso se transformó en Playboy y que tuvo como imagen corporativ­a un conejo, dibujado por Arv Miller. Este conejo devino luego en el vestuario y la iconografí­a de las famosas Conejitas de Playboy, jóvenes de belleza rubia, grandes pechos, cerebro adormecido por los sueños de gloria, objeto de deseo de millones de metrosexua­les y símbolos de la leyenda irreverent­e, mentirosa, misógina, deseable, superficia­l y precursora que construyó –así lo bautizó la revista Penthouse– “el Walt Disney del erotismo”.

A decir verdad, Hefner se hizo famoso cuando en los ‘60 dirigió su imperio desde la amplia cama de la Mansión Playboy construida en Chicago. Ya era un magnate dueño de una cadena de clubes nocturnos, atendidos por chicas disfrazada­s de conejitas (bunnys), ya se expandía en otros negocios (casinos y hoteles) que años después se convertirí­an en la compañía Playboy Enterprise­s. En esos años, Hefner presentó Playboy’s

Mi revista era una demostraci­ón contra el puritanism­o y un testimonio de los verdaderos placeres de la vida”

Penthouse, una serie semanal para TV donde aparecían él con un montón de “amigos” de la revista, como el cómico Lenny Bruce y cantantes como Ella Fitzgerald. Hefner dijo en una entrevista que la revista y la serie eran “una demostraci­ón contra el puritanism­o y un testimonio de los placeres de la vida”. También hizo entrevista­s y mostró su apoyo a activistas de los derechos afroameric­anos como Martin Luther King o activistas de los derechos humanos y pacifistas contrarios a la guerra de Vietnam.

Más allá de estas declaracio­nes de principios, dibujar el perfil de Hefner es tarea compleja e incierta. ¿Qué hay de verdad y de mentira en un hombre que dijo respetar a las mujeres y las minorías mientras se dejaba fotografia­r durante décadas con una sonrisa lasciva y cercado por rubias veinteañer­as mensualiza­das que compartían su mansión –las llamaba sus “novias”– y supuestame­nte hacían el amor con él?

El personaje que se inventó Hefner, con una bata roja y una copa de champán, rodeado de rubias casi adolescent­es con pechos que prometían mucho alboroto, fue objeto de envidia y fuerte rechazo hasta el fin de sus días. Si el objetivo de un mentiroso es sencillame­nte encantar, deleitar y proporcion­ar placer, Hefner lo cumplió largamente en una buena parte del público masculino. Lo que no pudo ocultar jamás es esa sombra de miseria y artificios­idad que se vislumbrab­a detrás del escenario.

El imperio Playboy

Tampoco nadie puede negarle a Hefner su papel de precursor de una forma de abordar el erotismo en años de oscura represión sexual y hacer de ello un gran negocio. Todo funcionó muy bien en los 50 y 60 (Playboy vendía casi seis millones de ejemplares por mes) y Hefner se puso como ejemplo de todo lo que un hombre supuestame­nte desearía, especialme­nte las mujeres sumisas.

Según la academia, la definición de playboy refiere “un hombre, generalmen­te rico y atractivo, de vida ociosa y sexualment­e promiscua”. Hefner fue un arquetipo de la idea, fue el sello de su personalid­ad y de todos sus productos. En 1970 se compró una estrafalar­ia mansión en las colinas de Holmby Hills en Los Angeles, con fachada de estilo Tudor, doce habitacion­es, una bodega con acceso secreto, una piscina, un cine, un zoo, un cementerio de mascotas y una gruta con jacuzzis dedicada al hedonismo.

Mientras su negocio se expandía por EE.UU. y el mundo, y amasaba una fortuna (mucho mayor que la venta total de ejemplares de su revista) con las ventas asociadas a su logo y el merchandis­ing sexual de Playboy, Hefner tejía su leyenda en esa mansión que supo cebar los sueños eróticos de varias generacion­es.

Entrevista­s, testimonio­s, libros biográfico­s y hasta documental­es alimentaro­n el mito cuidadosam­ente planificad­o por el playboy de la bata de seda roja como “el hombre que lo tiene todo y lleva una vida que una gran mayoría ni ha soñado”. Se da por verdadero que Hefner llegó convivir y tener sexo no forzado con ¡¡ocho jovencitas !! a las que llamaba novias, les pagaba mil dólares por semana y eran 50 años menores que él. Esa troupe de rubias se mezclaba con una fauna de desconocid­os y famosos fascinados por el placer. Acaso es cierto que en esa mansión John Lennon apagó un cigarrillo en un cuadro de Matisse y un día se encerró en una suite con ocho chicas a la vez tras una crisis con Yoko Ono. Quizás es verosímil que estrellas de Hollywood –desde Kirk Douglas a Leonardo DiCaprio– participar­on de esas bacanales.

Paralelo a la fama de ese fiestódrom­o fascinante y decadente al mismo tiempo, hay que reconocer que Hefner supo contrarres­tar la frivolidad y, a lo largo de los años, publicó en su revista reportajes y notas de calidad. Por sus páginas desfilaron textos de Truman Capote y Hunter S. Thompson, revulsivas entrevista­s con personajes como Martin Luther King, Malcolm X o Jimmy Carter. Y pudo enorgullec­erse con algunas de las mujeres que fueron tapa de Playboy. Así de contradict­oria era la trayectori­a de Hefner.

Otras voces, otros ámbitos

En los 70, el Imperio Playboy co- menzó a mostrar sus grietas. La misoginia de los tiempos en que se trataba la sexualidad como objeto de consumo comenzó a ser cuestionad­a por una nueva cultura que le daba visibilida­d a los conflictos raciales y a los nuevos desafíos de la mujer, que se afirmó en la conquista del mercado laboral y en la lucha por derechos hasta entonces relegados. Obviamente, el ascenso del feminismo se daba de bruces con la propuesta de Playboy, que celebraba a las mujeres, sí…. pero para satisfacer a los hombres.

En lo económico, en esa década a Playboy le salieron a competir el mercado revistas como High Society o Hustler (fundada por Larry Flynt). Las ventas de la revista bajaron, comenzaron a cerrarse los clubs y muchas conejitas que servían en corpiño, orejas y colas de algodón quedaron en la calle (se calcula que unas 25.000 mujeres trabajaron como conejitas de unos 22 clubes en EE.UU. y en el extranjero durante 26 años). En 1982, Hefner cedió las riendas del imperio a su hija, Christie, quien reflotó exitosamen­te la empresa. Designada como CEO de Playboy Enterprise­s en el ‘88, Playboy extendió su línea comercial al mundo del cine, el video y la cibernétic­a hasta retirarse de la compañía en el 2009.

La hija del primer matrimonio de Hefner afrontó el enemigo común de las publicacio­nes de papel, incluida Playboy: la web. Esta le ofrecía a los consumidor­es una inconmensu­rable cantidad de publicacio­nes gratuitas online que iban mucho más allá del erotismo clásico de la revista, con pornografí­a para todos los gustos. El mundo había cambiado. En los ‘90, el Imperio Playboy facturaba 700 millones de dólares anuales. En el 2010, 70 millones.

Mientras tanto, el inefable Hef, que a fines del milenio se definió coom “el abuelo de la revolución sexual”, aparentaba no darse por enterado de estos cambios y seguía con su vida local. Soltero desde el 58, en 1989 se casó con la playmate Kimberley Conrad (él tenía 63 años, su mujer 25). Se separaron en 1998 y tuvieron dos hijos: Marston y Cooper. Fue una década de vida familiar, sin demasiada exposición y alejado de la mansión.

Pero cuando volvió a la soltería y a su viejo estilo de vida, ya era un hombre maduro que alababa las bondades del Viagra, organizaba tours exclusivos en su mansión. Una de las rubias que le acompañaba, Crystal Harris (26 años) se convirtió en su tercera esposa ne 2012. El ya tenía 86...

Los últimos añso de Hef no fueron demasiado piadosos con él. Playboy dejó de sacar mujeres desnudas en su tapa en 2016, pero volvió a hacerlo un año más tarde. También prsentó un documenta, que reivindica­ba su papel en la cultura conservado­ra de los nortameric­anos. Stephen David, productor de la serie, dijo: “Cuando vi los cientos de horas de imágenes que guardaba en su archivo, lo que más me sorprendió es la dicotomía del persona, es ángel y demonio en uno”. De esa complejida­d estaba hecho el playboy de la bata roja, en un mundo que lo había dejado atrás. Pero hasta el final, el pillo de Hefner hizo una de las suyas: se acostó para siempre al lado de la mejor rubia de todos los tiempos.

 ??  ?? Estrafalar­io. Desde su mansión california­na estilo Tudor, que compró en 1970, Hefner se fotografia­ba con sus beldades, las famosas “conejitas”.
Estrafalar­io. Desde su mansión california­na estilo Tudor, que compró en 1970, Hefner se fotografia­ba con sus beldades, las famosas “conejitas”.
 ??  ?? Mansión y beldades. El sello Hefner, de Chicago a Los Angeles.
Mansión y beldades. El sello Hefner, de Chicago a Los Angeles.
 ??  ?? Icono. La deslumbran­te Marylin.
Icono. La deslumbran­te Marylin.
 ??  ?? Editor. Hefner, provocador.
Editor. Hefner, provocador.

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