El último día de Medina libre: furia y vértigo en las calles platenses
El jefe de la UOCRA de La Plata estuvo varias horas refugiado en un auto en movimiento. Su mujer le avisó que tenía el teléfono intervenido.
Juan Pablo Medina cayó preso a las nueve y cuarto de la noche del martes. Abatido, llegó a su casa de Ensenada, una de sus muchas propiedades, sabiendo que su destino iba a ser un lugar que ya conoce. La cárcel. Ahí afuera lo estaba esperando un ejército de prefectos, de gendarmes, de policías de la Bonaerense y de la Federal. Se entregó.
Para Medina, el principio del fin fue una llamada de su esposa, María Fabiola García, que él atendió mientras estaba prófugo. Ella es ex agente de la policía bonaerense. Según reveló en TN el periodista Rodrigo Alegre, García había entrado al último blanqueo de capitales organizado por el Gobierno. Y así el sindicalista, que pudorosamente sólo admitía ante el Estado el plan Jefas y Jefes de Hogar que cobraba, buscó ingresar al circuito legal 3 millones de pesos antes nunca declarados. La pareja no habló de eso.
“Te están escuchando el teléfono”, le avisó García a su querido Medina. La ex agente bonaerense estaba bien informada, según pudo reconstruir Clarín de acuerdo a distintas fuentes del caso. Una de esas líneas telefónicas había sido intervenida de modo legal: por orden de un juez.
El sindicalista cortó esa última llamada y tiró lo más lejos que pudo el celular por la ventana del auto. Viajaba por un laberinto de calles del sur bonaerense. Ese desprendimiento telefónico fue un gesto, hay que decirlo, vano. Además de escucharlo, a Medina alguien lo venía siguiendo: la Prefectura. De forma confidencial. Y exitosamente secreta.
Rodeado, se convenció de que se entregaría. Iría a prisión . Volvía a la “tumba”. Temido por los más temidos grupos de choque de la CGT, Medina ya estuvo preso varias veces.
Su abogado Víctor Hortel, ex jefe del Servicio Penitenciario K, y líder de la agrupación “Vatayón Militante”, intentó negociar las condiciones de encarcelamiento de este sindicalista que se entregaba, según aseguraron fuentes del oficialismo.
Terminaba así un día de furia en La Plata, que podría haber preludiado una semana trágica.
El momento de mayor delirio, éxtasis e impunidad se vivió cuando Medina, a sabiendas de que pesaba sobre él una orden de captura ya emitida por la Justicia, salió al balcón de la sede platense de la UOCRA y pro- nunció un discurso ante un millar de trabajadores y dirigentes sindicales.
En su oratoria de balcón, desgranó una serie de conceptos similares: todos conducían a una reiterada, enfática amenaza democráticamente dirigida, sin discriminación, a los tres poderes del Estado y a todos los bonaerenses: “Vienen por mí. Si me detienen, prendo fuego la Provincia de Buenos Aires”, sintetizó.
La Prefectura investigaba en secreto hacía cuatro meses los posibles negocios ilegales de Juan Pablo Medina, jefe de la seccional La Plata de la Unión Obrera de la Construcción de la República Argentina (UOCRA).
Todo había empezado con una denuncia por extorsión contra Medina que se tramitaba en el juzgado federal de Quilmes, de Luis Armella, quien apuró este expediente complejo y con un protagonista peligroso.
Fueron por Medina. Y a Medina lo encontraron. Y encontraron mucho más también. Pronto se conocerán los resultados de medidas tomadas por Armella y la fiscal de Quilmes, Sil- via Cavalllo.
Un informe anónimo había alertado por escrito al magistrado sobre las posibles irregularidades que se cometerían desde la sede platense de la UOCRA.
A principios de septiembre, la fiscal Cavallo sumó otra acusación. Otra extorsión, con tiroteo incluido, a trabajadores que construían y remodelaban la estación Pereyra del Ferrocarril Roca.
Patricia Bullrich, la ministra nacional de Seguridad, estaba convencida de que el escape del “Pata” Medina tenía un solo destino: su captura.
Tenía datos más o menos certeros de los caminos que recorría ese gremialista furioso. Cuando ya era de noche y cuando lo perseguían la policía y su propia paranoia.
Cristian Ritondo, el ministro de Seguridad bonaerense, que coordinó acciones con las fuerzas de la Provincia, estaba en sintonía con ese pensamiento de la ministra.
Junto a Federico Salvai, jefe de Gabinete de la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal, ambos siguieron los operativos del caso desde una oficina que concentra imágenes de cámaras que filman un sector del conurbano bonaerense y todavía más allá.
Mauricio Macri, el propio presidente de la Nación, controló desde la mañana las novedades del caso de for- ma reiterativa y constante, confirmó Clarín en la Casa Rosada.
A los ojos del Presidente, Medina es el paradigma del sindicalismo mafioso que su Gobierno espera ver renovado. El operativo debía ser un éxito, fue la orden para los funcionarios. Marcelo Villegas, ministro de Trabajo bonaerense, también había aportado información del caso.
Medina había demostrado tener todavía poder. Al menos de convocatoria. En las primeras horas de la ma- ñana, había vaciado alrededor de cien obras en construcción en La Plata y su alrededores.
De allí salieron las mil personas que reclamaron su libertad y lo aplaudieron mientras lo escuchaban hablar desde un balcón.
Medina les rogó a sus compañeros de la CGT que no le soltaran la mano. Les dijo que debían tener en cuenta que si “si vienen por el Pata, mañana van a venir por ellos también”.
Cuando la UOCRA fue allanada por Gendarmería alrededor de las nueve de la noche, una vez controlado el prófugo Medina, encontraron dentro de la sede platense unas cuarenta bombas molotov. Dos hombres quedaron detenidos. Uno de ellos, senegalés.
Gerardo Martínez, secretario general de la UOCRA, es un aliado de la Casa Rosada. Pero de Medina no. Se pelearon hace años.
“Pata” desafió los intereses de demasiadas variables como para poder triunfar en un solo día. Aliados entre sí, sus adversarios lo derrotaron. La Justicia. El Presidente de la República. La gobernadora de Buenos Aires, constructores de La Plata que declararon en Tribunales, hartos de lo que juraron eran sus extorsiones para que tributen a empresas de las que se estudia si Medina era el dueño, o manejaba como si lo fuera.
Ritondo estaba detrás de él. Gerardo Millman, viceministro de Seguridad. La Agencia Federal de Inteligencia (AFI). Y Bullrich. Esta funcionaria fue una de las primeras en advertirle a Macri quién era Medina y cómo debía cuidarse de él.
La ministra ya había sido protagonista de un proceso que llevó a Medina a prisión. Por cuatro años. Fue en el 2001. Ella era ministra de Trabajo del presidente Fernando de la Rúa.
Diecisiete años después, el secretario general de la UOCRA de La Plata fue detenido por algunos de los mismos delitos por los que había sido detenido antes de que tomen el poder presidentes peronistas.
Esos delitos son los de extorsión y coacción agravada. Y ahora se sumó el de lavado de dinero.
Medina gozó estos años de protección política, judicial y policial. Aunque era un sindicalista anti K rabioso, tenía buena relación con el gobernador bonaerense, Daniel Scioli, y con su jefe de Gabinete, Alberto Pérez.
Cuando notó que no podía negociar ni con Vidal ni con Macri, militó en favor de Cristina Fernández, a quien apoyaba en las próximas elecciones. Medina tenía principios políticos. Pero no un pensamiento estanco: podía cambiarlos.
Gozó, además, de la amistad que le brindó un poderoso juez, ya renunciado, clave en el entramado del Poder Judicial de La Plata. El ex titular del juzgado de garantías número 2, César Melazo.
Ese magistrado, que explicitó su militancia en favor del ex candidato a gobernador bonaerense K, Aníbal Fernández, es padrino de uno de los hijos de Medina.
Su esposa, García, como se dijo, fue policía bonaerense. Esa fuerza, en la era K, no lo investigó jamás. Salvo casos excepcionales, cuando él o sus hijos participaban de tiroteos en público, casi de modo in fraganti.
A la tarde, frente a una multitud que lo aclamaba en la sede platense de la (UOCRA) había prometido que, de ser necesario, “moriría con las botas puestas”. No le pareció necesario, por fortuna, tomar esa decisión trágica.
La imagen de las botas tiene cierto simbolismo y sentido viniendo de él.
A Juan Pablo Medina lo apodan “Pata”. Es por sus pies. Solo le entra el calzado que en la Argentina es medido con el número 47. ■
“Te están escuchando el teléfono”, le avisó a Medina su mujer. Tiró el celular por la ventana.
A los ojos del Presidente, Medina es el paradigma del sindicalismo mafioso.