Un saxo holandés suelto en Buenos Aires
“La historia de cómo llegué a vivir en Buenos Aires es bastante larga”, dice el saxofonista holandés Frido Ter Beek, mientras prepara un mate al que le hace un lugar en un banquito, a muy poca distancia de uno de sus saxos, y ante la desconfiada mirada de su perro porteño.
Y resume: “Estudié en Utrecht, en el conservatorio, donde estudiaba composición un argentino que me un día si no queríamos venir a la Argentina con el cuarteto de saxos que yo integraba, con el que hacíamos música contemporánea. Dijimos que sí, y en 1993 nos organizó un viaje; tocamos en el salón Dorado del Colón, en Mar del Plata, en la Universidad CAECE... Dos años después volvimos, y regresamos a Holanda con una caja llena de obras que compositores argentinos habían escrito para nosotros. Grabamos un disco de música argentina, y lo presentamos aquí en 1998.”
El ida y vuelta continuó, hasta que en uno de esas visitas Frido conoció a quien hoy es su esposa, también saxofonista. “Ella quería estudiar en Europa. Fue a Holanda, nos enamoramos, se quedó 16 años, y hace dos decidimos mudarnos acá. Para mí, era una aventura; para ella, volver a su lugar, su familia y sus amigos”.
-¿Tenías alguna perspectiva de trabajo, cuando decidiste venirte?
-Nada. Me traje el saxo alto, y no tenía nada más. Mi esposa tenía un trabajo como directora de una orquesta comunitaria en Villa Crespo, y poco más.
-¿Cómo fue, entonces, lo que siguió?
-Me metí. Me costó mucho, al principio, porque de repente estás en un lugar nuevo, pero ya no de visita. Pero siempre tuve la sensación de que era bienvenido.
A dos años de su llegada, Ter Beek tiene un cuarteto con el que acaba de editar el álbum Entonces qué?, que presenta hoy a las 21 en Virasoro Bar (Guatemala 4328), integra el trío Roseti Project, dedicado al free jazz, y comparte el proyecto Monk, etc... con Sebastián de Urquiza y Pablo Moser, mientras mantiene su vinculo con la Koh-I-Noor Saxophone Quartet, la Orquesta de Cine The Sprockets y Silent Live, en su país.
-¿Cómo nació "Entonces qué?"?
-En principio, es toda música escrita acá. En general, yo escribo los temas, los ensayamos y la onda final es la que sale de lo que aportan los músicos -Ramiro Penovi, Diego Wainer y Claudio Risso. Entonces, el tema se transforma.
-"Little Ombú", "Chinchulines", "Isenbek". Por los títulos, sospecho que te integraste bastante a nuestra cotidianidad. ¿Qué es lo que más te gusta de acá, más allá de lo musical?
- Me gusta eso de que si vas tres veces a la misma verdulería, los chicos ya te conocen y te hacen chistes. "Hola, campeón, ¿cómo estás?", te saludan. Eso allá pasa mucho menos, y a mí me divierte.
-¿Y extrañás algo en especial?
-Lo que extraño no es tan concreto. Creo que si te mudás a otro lugar, lo que extrañás son tus raíces; las memorias. Puede ser el color del aire a la mañana, los olores... No es que me falte el queso o la organización de colectivos. Siento que no tengo raíces. ■