Clarín

Los destinos trágicos del Che, Evita y Gardel

- Osvaldo Pepe opepe@clarin.com

“Volver con la frente marchita/las nieves del tiempo/platearon mi sien/ Sentir que es un soplo la vida/que veinte años no es nada/que febril la mirada/errante en las sombras/te busca y te nombra.” (Tango canción de Carlos Gardel y Alfredo Lepera, grabado en la Casa Víctor de Nueva York el 20 de marzo de 1935, apenas tres meses antes de la trágica muerte de El Zorzal Criollo, en el accidente aéreo de Medellín)

Si para Gardel dos décadas fueron nada, para el Che Guevara el medio siglo desde su muerte tampoco fue medida para el olvido. Los dos resuenan con eco potente, uno en los gorjeos de la voz que cambió el tango para siempre; y el otro en la iconografí­a revolucion­aria que moviliza multitudes en su nombre, aunque la influencia de sus ideas se diluye a la hora de abrir las urnas en donde quiera que sea. El lunes se cumplieron 50 años de la ejecución del Che y, como dice Jon Lee Anderson en la introducci­ón de su monumental biografía sobre el Comandante más famoso, “el mito del Che se difundió y extendió sin que nadie pudiera controlarl­o. Millones lloraron su muerte. Poetas y filósofos escribiero­n elegías exaltadas, músicos le dedicaron obras...Guerriller­os marxistas de Asia, Africa y América latina alzaban su bandera de combate”.

Su partida de Cuba para llevar la revolución a otros rumbos no pudo ocultar las diferencia­s con Fidel Castro sobre el cómo y el dónde se debía consolidar la transforma­ción, si en la isla de los “barbudos” insurgente­s, de los cuales él fue uno de ellos, o fronteras afuera, en nombre del internacio­nalismo proletario.

Guevara de la Serna fracasó en sus aventuras militares en el Congo y en Bolivia. Pero fue capaz de volverse inmortal bajo el relato del “guerriller­o romántico” y también por esa imagen del fotógrafo Alberto Korda, tomada en un acto en La Habana, en 1960. Para algunos, esa foto aún interpela a un mundo injusto con su mirada penetrante. Y para otros es sólo el póster de una revolución fracasada.

En confianza, el tango “Volver” resuena co- mo una metáfora de la biografía trágica de dos compatriot­as para quienes la vida fue apenas un soplo. Gardel murió quemado en un avión que sin despegar ardió en el aeropuerto de Medellín. Tenía 44 años. A los 39, el Che, jefe derrotado de una expedición revolucion­aria que quiso esparcir el credo marxista en Latinoamér­ica, cayó en un empobrecid­o caserío del sur de Bolivia, delatado por los propios campesinos, a quienes no pudo convencer de que toda su lucha al parecer era para liberarlos de la explotació­n del capitalism­o. Su verdugo, Mario Terán Salazar, un sicario que vestía uniforme del ejército boliviano, jaló el gatillo del final en nombre de muchos otros, con la CIA como patrocinan­te de la cacería.

El cuerpo del Che, como el de Evita, que murió a los 33, fue desapareci­do de inmediato. Lo enterraron en una fosa común, en secreto, para impedir peregrinac­iones a su tumba, pero no pudieron evitar que ambos continúen vivos en la memoria de multitudes. Lo de Gardel es otra cosa: él, cada día canta mejor.

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