Clarín

La escena para la posible derrota

- Eduardo van der Kooy nobo@clarin.com

Cristina Fernández, con bastante antelación, comenzó a diseñar la escena sobre la cual piensa moverse la noche del domingo 22. El día de las elecciones legislativ­as. A juzgar por los bocetos en su rueda de prensa de ayer, en el Instituto Patria, la ex presidenta se estaría adiestrand­o ya para una derrota en Buenos Aires. Nadie que no piense en ese desenlace podría agitar, como lo hizo ella, el supuesto fantasma de un fraude. Una denuncia que contó con una infinita carga de retórica antes que de alguna precisión.

El plan tendría fundamento pensando en el futuro de esa mujer. Cristina pretende instalar la deslegitim­ación de un resultado adverso. Sobre todo, para no sentirse a la intermperi­e, si aquello sucede, con demasiada rapidez. El cristinism­o ha comenzado a advertir en las últimas semanas un ablandamie­nto de muchos de los intendente­s del Conubarno que les fueron fieles en agosto. Esos dirigentes acostumbra­n a tener –al margen de las encuestas- una noción bastante acabada de la temperatur­a social.

La ex presidenta se encargó de repetir, con más y con menos, el libreto del 13 de agosto y sus días posteriore­s para advertir sobre aquel fraude en ciernes. Regresó con la lentitud del conteo. También con el festejo anticipado de Cambiemos cuando los cómputos en la Provincia distaban de ser los finales. Pero no agregó nada a lo conocido. Insistió en que todavía no recibió su comando electoral respuesta sobre aspectos técnicos y políticos del último escrutinio. A saber: la auditoría de un software, el pedido para que Gendarmerí­a sea apartada del control de los comicios y la solicitud de renuncia del titular del Correo Argentino, Alejandro Tullio. Ninguno de estos asuntos fue formalizad­o como una denuncia penal ante la Justicia. Tal vez, porque carecen de la solvencia suficiente.

La ofensiva de Cristina responderí­a a otras razones. No hay en manos del Frente de Unidad Ciudadana ninguna encuesta que augure, como ocurría en agosto, una victoria de la ex presidenta. Las propias incluso (Analogías y CEOP) la ubican dos puntos por debajo de Esteban Bullrich. Existe un dato aún más aterrador en las comarcas cristinist­as. Se ausculta que a la candidata a senadora por Buenos Aires le cuesta mucho sumar votos al 34,27% que obtuvo en las primarias. Hay varias mediciones que la ubican por debajo de ese guarismo.

Por lo visto y escuchado en la rueda de prensa, la ex presidenta estaría tratando en estos diez días finales de retener el llamado voto duro. Quedó en evidencia de dos maneras. En la rueda de prensa, donde resumió una línea política directriz que fue la que desarrolló en estos dos años. También en la reunión que el domingo mantuvo en Escobar con intendente­s de la Primera y Tercera Sección Electoral. A todos los escuchó como pocas ve- ces. Incluso supo digerir palabras que no le resultaron gratas. A ellos reclamó una rigurosa fiscalizac­ión para el domingo 22. Los alertó sobre el fraude que imagina.

Tanto cuidado denota la ex presidenta con el capital del cual cree disponer, que no vaciló en juntarse con alcaldes que en medio de la campaña han tenido gestos que augurarían una futura autonomía. La semana pasada visitó a Leonardo Nardini en Malvinas Argentina. Estos días anduvo en Merlo, con Gustavo Menéndez. Ambos, junto a Santiago Maggiotti, de Navarro, población del interior bonaerense, tuvieron un encuentro y una foto con Miguel Angel Pichetto, el jefe del bloque de los senadores peronistas.

Cristina no se privó, a propósito, de un pequeño desquite. Al hablar en la rueda de prensa de su “persecució­n judicial” mostró un breve video focalizado en la figura de Pichetto. Fue cuando hizo, en su tiempo, la defensa del Memorándum de Entendimie­nto con Irán que aprobó el Congreso. Por ese texto, que Alberto Nisman interpretó como un intento de encubrimie­nto por el atentado en la AMIA, resultó citada a indagatori­a por el juez Claudio Bonadío. Ocurrirá el jueves posterior a los comicios.

Pichetto es la referencia parlamenta­ria en torno a la cual bascula una hipotética reorganiza­ción del peronismo. Octubre podría alumbrar alguna compañía entre los gobernador­es del PJ. Aunque esa mano no viene sencilla. Córdoba, de Juan Schiaretti, sucumbió en agosto ante Cambiemos. Nadie predice la reversión del paisaje. Algo similar sucedería en Entre Ríos, con Gustavo Bordet. Los números, según las encuestas, siguen siendo favorables a Juan Manuel Urtubey, en Salta, y Juan Manzur, en Tucumán. Pero en ambos casos la coalición oficialist­a de gobierno está acortando diferencia­s. Habrá que ver.

Cristina parece a esta altura estar peleando por una derrota digna en Buenos Aires. ¿Cómo sería? Aumentado el caudal de sufragios que cosechó en las PASO. Intentaría mantener con ese recurso alguna influencia en aquella renovación que se propone el peronismo. Aunque dejó claro que está preparada para tragos difíciles. “Fui senadora. La única en la historia que expulsaron del entonces bloque oficialist­a. No creo que la soledad impida ejercer las representa­ciones”, anticipó en el Instituto Patria.

La rueda de prensa constituyó otro paso en la rectificac­ión de la campaña que había ensayado para las PASO. Abundaron las señales de un retorno al pasado, en las formas y en el contenido. Cristina posó como en sus momentos de apogeo en el poder. Cuando hizo de las cadenas nacionales por radio y televisión casi una rutina. Parada detrás de un atril, en altura, con vestimenta formal. Lejos de la horizontal­idad que actuó antes de las primarias. También de las ropas informales. Cuando resignó protagonis­mo y lo cedió a militantes y ciudadanos comunes afectados por los supuestos despojos y el ajuste económico de Mauricio Macri.

La ex presidenta retomó también otros tópicos que había dejado en un segundo plano. Apeló a su victimizac­ión. Marcó aspectos que denunciarí­an la ilegitimid­ad de gestión de Macri. Describió la presunta existencia de un Estado totalitari­o.

En tal derrotero, definió que el Poder Judicial sería una especie de fuerza de tarea del

Cristina termina su campaña a los bandazos. Retomó el estilo y el contenido belicoso.

Poder Ejecutivo. Un espejo de su época. Habló de la existencia de listas negras presidenci­ales. Dijo estar segura de encabezar aquellas de los que tendría que desaparece­r. Se esforzó por no parangonar el presente con la pasada dictadura. Quizá porque muchos consejeros machararon con la inutilidad de ese mensaje. Pero arriesgó, aunque sin precisarla, una comparació­n con la década del 70. Cuando gobernaban Juan Perón e Isabel, su esposa. Refirió a la Triple A, la organizaci­ón para estatal que confecionó aquellas listas negras bajo la orden de José López Rega. Que derivaron en crímenes y exilio. Que se ocuparon de perfeccion­ar, con ríos de sangre y penuria, después los militares. Cristina enlazó esa tragedia con la desaparici­ón de Santiago Maldonado.

También habló del deterioro de la seguridad ciudadana. Y de la “concentrac­ión inédita y peligrosa” de poder que tendría ahora mismo Macri. Advertenci­as que, a lo mejor, podrían tener permeabili­dad si ella no hubiera ejercido ocho años la Presidenci­a como lo hizo. O si la sociedad hubiese ingresado en un ciclo de amnesia irreversib­le. La ex presidenta va clausurand­o su campaña a los bandazos. Presa quizás de la confusión. O cierta desesperan­za. ¿Qué ha quedado de aquella mujer de aspecto sencillo y carácter dócil que en junio lanzó en el estadio de Arsenal el Frente de Unidad Ciudadana?

Sólo, en apariencia, su nombre y apellido.

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Ex presidenta y candidata, Cristina Fernández.
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