Clarín

El juez que no estuvo solo y ahora espera

- Ricardo Roa

Aún acorralado, al camarista Eduardo Freiler le queda una bala. Más preciso sería decir la esperanza de una bala. O de un voto: el que necesita para no quedar definitiva­mente afuera de la Justicia. “No soy un juez corrupto. Estoy orgulloso de no haber dejado de lado mis conviccion­es a cambio de mantener, a cualquier precio, un buen pasar económico”. Eso dijo ante el Consejo de la Magistratu­ra y antes de que el Consejo de la Magistratu­ra lo suspendier­a.

Una farsa. No pudo explicar la riqueza que amasó como fiscal y como juez porque es sencillame­nte inexplicab­le. Y si es por el pasar económico, muestra uno de los mejores de la Justicia. Vive en una mansión en Olivos que dice no recordar cuánto pagó y que ahora se sabe compró con un préstamo de una financiera trucha, Inversora Callao, que nunca devolvió.

Freiler tiene un departamen­to en Pinamar, autos de colección, campos, 20 caballos y un yate. Todo de alta gama. La ex esposa de Alfredo Lijo, ex operador estrella de De Vido en Comodoro Py, acaba de declarar que Freiler comparte un haras y un balneario con él.

Hombre con más fortuna que sueldo de fortuna, Freiler arrancó como funcionari­o municipal en Necochea, progresó bajo el menemismo primero y el duhaldismo después y se recibió de nuevo rico bajo el kirchneris­mo. Si conoce de leyes, su fuerte está en los negocios.

Hombre de fortuna sin sueldo de fortuna, Freiler depende de un voto. Como fiscal salvó a la viuda de Escobar Gaviria.

Y si nada aplaza los plazos, el próximo viernes puede ser otro mal día para él. El jurado dará su veredicto: continúa o no. Léase: destitució­n o devolución a su sillón. El Gobierno dice que reúne los dos tercios necesarios. Hay un voto en duda. Esa es la bala de Freiler.

Pase lo que pase, el via crucis del juez seguirá: Sebastián Ramos le acaba de anular el sobreseimi­ento dictado por otro juez, Martínez de Giorgi, por enriquecim­iento ilícito. Y en simultáneo, Freiler ha vuelto a ser investigad­o en la Magistratu­ra por la compra de un auto Mercedes Benz que pagó con cheques del empresario Raúl Mingini, al que había salvado en una causa de lavado. Nunca se privó de nada.

Esta historia reciente no oculta otra, menos contada. Tiene que ver con su actuación como fiscal en un proceso contra la viuda del capo narco colombiano Escobar Gaviria que en estos días volvió a la memoria por un operativo en el Café de los Angelitos.

La viuda de Escobar, Victoria Henao Vallejo, fue apresada por orden del juez Cavallo a fines del 99. Eran tiempos de Menem y se supo después, había entrado al país por un arreglo con Colombia y con un documento a nombre de María Isabel Santos Caballero. Realizó fuertes inversione­s inmobiliar­ias en Pilar y en Puerto Madero. Cavallo la acusó de lavado y de liderar una asociación ilícita. Y descubrió que Henao Vallejo estaba siendo extorsiona­da por su propia pareja, el contador Juan Carlos Zacarías, el abogado de la AMIA Luis Dobniewski y Víctor Stinfale, abogado de Carlos Telleldin. Entre acusacione­s y apelacione­s pasó un año y medio presa ¿Y adivine quién consiguió que la sobreseyer­an y la salvó? Acertó: el fiscal Freiler. De nuevo, plin, caja.

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