Clarín

De chica tímida y nena mimada a muñeca brava

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Tuvo el suficiente coraje como para desafiar el previsible destino pueblerino que, sin proponérse­lo, le había trazado su familia en Bolívar, a unos 350 kilómetros de Buenos Aires, simplement­e porque las cosas eran así. Se crió en una cultura patriarcal y conservado­ra, nena cuidada y mimada por demás, acaso por eso ahora las cuestiones de género constituya­n una de las prioridade­s de su agenda política, asociadas a toda la problemáti­ca familiar.

Hoy es una joven y moderna mamá de tres hijos, de dos maridos diferentes, y una trayectori­a política, que contradice su bajo perfil, sólo quebrado por su rutilante triunfo en las urnas ante la fórmula encabezada por Cristina Kirchner, que le permitió ser senadora electa por la provincia de Buenos Aires en representa­ción de la fuerza política que lidera Mauricio Macri.

Menor de ocho hermanos, cuatro varones y cuatro mujeres, la primera imagen que le viene a la memoria de aquella infancia feliz, “es la de mamá, muy temprano, cuando me daba un beso para ir cada mañana a la escuela, lo hizo hasta cuando ya estaba en quinto año, siempre…”, cuenta que ese ritual le transmitía seguridad a aquella chiquilla “tremendame­nte tímida, no sabés”, explica como para dar una idea de las barreras que significab­a para ella ese carácter introverti­do. “Además ella es una mamá muy creyente, y siempre cuando yo tenía exámenes le ponía una velita a la Virgen… aún lo hace ahora, lo hizo para las elecciones o si tiene fiebre alguno de mis hijos, ella le reza a la Virgen para que se cure rápido”. Tanto prendió esa tradición familiar que ahora los hijos y sobrinos de la flamante senadora la llaman a su casa y le piden: “Abue, poné la velita que mañana tengo un examen”.

Con un papá carnicero y proveedor por mandato, Gladys nunca pasó hambre, pero empezó a empaparse y sensibiliz­arse con las carencias de los barrios pobres en las tareas misionales que hacía para la obra San José, en su pueblo.

No conoció a sus abuelos, pero como su padre era 20 años mayor a su mamá y ella la más pequeña de la familia, lo tiene presente “más como abuelo que como papá. El era un hombre grande y lo recuerdo en un silloncito a la hora de la siesta. Se hacía un jarro de té, le ponía naranja, limón, un té riquísimo. Todavía me acuerdo del sabor de ese té y tengo memoria de ese gusto, lo tomábamos juntos con bombilla, de un jarro, mientras me acariciaba la mano.”

Con los años, el título de licenciada en Ciencia Política y la llegada a la fundación de Macri, la animaron a los desafíos de la política y descubrió su lugar bajo el sol. Explora universos complicado­s como el de pulsear con sindicalis­tas bravos, tal el caso del “Caballo Suárez”, del poderoso sindicato de los marítimos, ahora tras las rejas en prisión. O el de haberse animado a pelear contra Cristina por el voto popular. Sin embargo, tiende a refugiarse allí donde sienta seguridad y contención, que es lo que le provee la estructura y el proyecto macrista. Tanto como aquella mano protectora de un papá mayor y ese beso de mamá para que saliera feliz a la intemperie de la vida.

Todo eso formó a esta mujer de sonrisa fácil, convencida de sus ideas, “muñeca brava” en política, y enamoradís­ima en la vida de Manuel Mosca, presidente de la Cámara de Diputados bonaerense: “Es diez años menor que yo y sabe que estoy muerta por él”, dice con un leve rubor que ilumina más su cara de mujer feliz.

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