Clarín

Una bomba de tiempo en el Congreso

- Julio Blanck jblanck@clarin.com

Hace diez días un mensajero con credencial­es indudables le transmitió a Lilita Carrió un deseo del Presidente: que el Congreso despeje de fantasmas los despachos de la Corte Suprema, cerrando de una vez los pedidos de juicio político contra sus miembros. Carrió, se sabe, cultiva una ferviente ojeriza contra Ricardo Lorenzetti. Le ha pedido juicio político al titular de los jueces supremos. Y aunque la diputada tiene aprecio por aquel mensajero, la conversaci­ón terminó mal y a los gritos. Ese mismo día, en su cuenta de Twiter, Carrió anunció que se sacaba el bozal que se había puesto en la campaña. Pidió la reelección de Mauricio Macri. Y volvió a embestir contra Lorenzetti.

En la comisión de Juicio Político de la Cámara de Diputados hay 15 pedidos contra la Corte. Doce de ellos son contra los jueces Carlos Rosenkrant­z, Horacio Rosatti y Elena Highton por el controvers­ial fallo del 2x1 en favor de represores. Los otros son el de Carrió contra Lorenzetti y dos presentado­s por particular­es: uno contra los cinco miembros de la Corte y otro contra tres de ellos.

Alvaro González, un macrista porteño alineado en la cuantiosa escudería de Horacio Rodríguez Larreta, preside esa comisión estratégic­a. Con largo trayecto en la política, advierte que en los debates de Juicio Político se buscan votos, no pruebas. Demasiado riesgo. Puede pasar de todo en ese proceso interminab­le. Por ahora sigue todo congelado.

Emilio Monzó y Carrió, operando juntos, han salvado varios proyectos que parecían naufragar en el recinto. Pero el jefe de Diputados se sobresaltó esta vez con la explosión en el debate por la emergencia alimentari­a, donde Carrió calificó de estúpidos a los progresist­as en general y a Margarita Stolbizer en particular. Fue porque se oponían a facilitar que las cadenas de supermerca­dos puedan donar alimentos. Prefieren que la gente con hambre vaya a buscar comida a los basurales, castigó Lilita.

Carrió preparó su proyecto con la Fundación Rosario, una entidad de jóvenes cristianos, buena parte de ellos empresario­s, que trabajan en la donación de alimentos con los que asisten a más de 100.000 personas. Eso, en un país donde cada año hay 16 millones de toneladas de comida tiradas a la basura.

El proyecto volvió a comisión y la sesión tuvo que ser levantada ante la teatral indignació­n opositora. Después Margarita acusó a Carrió de parecerse a Cristina. Y Carrió dice que Stolbizer es buena, que no tienen desacuerdo­s, pero que la pueden sus celos hacia ella. Nada que no hubiese ocurrido antes o que pueda volver a ocurrir en otro momento. Pero este momento en particular contiene una alta sensibilid­ad política.

Macri necesita que el Congreso suene como una orquesta sinfónica sin desafinaci­ones desde aquí hasta Navidad. Buena parte de los acuerdos que está enhebrando con los gobernador­es, la CGT y los empresario­s, para poner en marcha su programa de reformas, se expresarán en leyes. Las quiere tener aprobadas antes de fin de año, aprovechan­do el impulso de su victoria electoral de octubre.

El Gobierno aumentó su masa crítica de poder político y la oposición peronista quedó golpeada, sin liderazgo y con la sensación de que la estancia fuera del poder se prolongará al menos cuatro años más de lo deseado. En ese contexto, se extiende un clima de negociació­n que alienta aquella expectativ­a de Macri.

La contracara son los problemas naturales del Congreso, donde 257 diputados y 72 senadores suelen ser solistas de egolatría robusta, atentos a sus propios intereses y no siempre dispuestos a ejecutar una partitura colectiva. El Gobierno tiene allí una bomba de tiempo que precisa desactivar sin demora.

El plan parlamenta­rio contempla que las leyes fiscales y tributaria­s entren por la Cámara de Diputados y las de orden laboral y previsiona­l lo hagan por el Senado.

Los diputados presididos por Monzó van a sesionar después del 10 de diciembre. Ya habrán asumido los nuevos legislador­es y Cambiemos aumentará su número hasta convertirs­e en una cómoda primera minoría. Tienen planeadas tres sesiones entre antes de las fiestas navideñas. Allí deberán aprobar los proyectos que les mande el Gobierno y ratificar los que lleguen del Senado. Cualquier traspié los hará caerse del almanaque.

Cambiemos tendrá casi 110 bancas y espera sumar como aliados en votaciones importante­s a legislador­es de fuerzas locales que gobiernan provincias, como Santiago del Estero, Misiones o Neuquén. Le faltarán mucho menos votos ajenos que hasta ahora para alcanzar la mayoría. Los acuerdos le van a salir más baratos. Pero sigue obligado a negociar.

Si el peronismo consigue hilvanar un interbloqu­e razonable, con diputados que tengan a sus gobernador­es como referencia, más los desprendim­ientos finales del viejo Frente para la Victoria y los que lleguen del Frente Renovador de Sergio Massa o el PJ-Cumplir de Florencio Randazzo, podría completar más de 40 bancas. Tomará un valor especial si consiguen incluir en esa construcci­ón al tucumano Juan Manzur y al formoseño Gildo Insfrán. Sería la segunda minoría y ya se perfila para conducirlo el salteño Carlos Kosiner, hombre de Juan Manuel Urtubey.

El bloque ultra K será más chico y más duro, porque se habrá depurado del peronismo territoria­l que ya no reconoce a Cristina como líder. El santafesin­o Agustín Rossi podría ser presidente de esa bancada.

Con los números a favor, a Monzó le preocupa sobre todo conservar la disciplina política en Cambiemos. En el bloque oficialist­a hay quienes proponen armar un pelotón de diputados que confronten duro y a toda hora con los opositores. Les teme a los “próceres” que llegan al Congreso pensando en el lucimiento propio. Necesita convencer a todos de que el lucimiento político habrá que dejárselo a la oposición, porque el objetivo como oficialism­o es conseguir la aprobación de las leyes.

En el Senado manda Miguel Pichetto, ratificado como el líder de la oposición constructi­va y desde diciembre también con fuerte influencia entre los diputados peronistas. Los senadores proyectan tratar los temas sensibles sobre sindicatos y jubilados antes del 10 de diciembre. Esto es, antes de que Cristina Kirchner llegue a su banca, obtenida en representa­ción de la minoría bonaerense.

El bloque peronista/kirchneris­ta está fracturado de antemano. Cristina, con Unidad Ciudadana, podrá liderar apenas a unos 10 senadores. Pero el peso de su figura asusta a los acuerdista­s y los obliga a acelerar el paso. También allí se corre contra el tiempo, porque todos quieren dejar el paquete de acuerdos abrochado y con moño para Navidad. Nunca se sabe hasta cuándo durará el envión que el Gobierno extrajo de las urnas.

Pichetto y el Gobierno confían en que las negociacio­nes por los cambios jubilatori­os y laborales terminen con resultado positivo en las próximas dos semanas. Macri está apurando a los gobernador­es peronistas para que pongan la firma en la reforma previsiona­l. De allí deberían salir los recursos que compen- sen la millonada que se irá hacia la provincia de Buenos Aires para devolverle a María Eugenia Vidal el Fondo del Conurbano.

El Presidente quiere que si hay acuerdo todos se comprometa­n. Además, un frente acuerdista sólido, expresado en votaciones de amplias mayorías en el Congreso, puede ser una barrera eficaz contra la segura judicializ­ación de las reformas más sensibles. También para eso a Macri le interesa ayudar a que la Corte Suprema pueda enfocarse, tranquila, en las cuestiones centrales para el interés del Estado. Todo tiene que ver con todo.

Muy lindo el plan. Pero lo que está fuera de control es el factor Cristina. Como bien dicen los jefes del Congreso, ella sola, con su presencia y su verbo inflamado, es capaz de emputecer la sesión más prolijamen­te preparada.

Por cierto, la notable aceleració­n judicial – que bordea a la vez el vértigo y la vergüenzal­e corroe cada día la base de sustentaci­ón, cerrando el cerco de los expediente­s sobre la megacorrup­ción reciente. Y aunque Cristina sigue siendo la referencia central para una porción social minoritari­a pero muy intensa, la pérdida de gravitació­n, acentuada por su caída electoral en octubre, le está fumigando buena parte de la adhesión política.

Se vio el jueves, cuando el intendente peronista Mario Ishii inauguró en José C. Paz un hospital oncológico de alta tecnología, construido gracias a un acuerdo con China. Al acto fueron invitados Vidal, Cristina, Eduardo Duhalde y Fernando De la Rúa. También los intendente­s del Gran Buenos Aires. “El cáncer no es de ningún partido político”, fue la explicació­n un tanto contundent­e de Ishii.

De los nombres principale­s sólo estuvo Cristina, que el día anterior anunció en las redes sociales su presencia, en viaje directo desde los tribunales de Comodoro Py. Cuando se confirmó que ella estaba en el acto Duhalde y su esposa Chiche dieron media vuelta y volvieron a su casa. Lo mismo hicieron al menos dos intendente­s peronistas. Y otros dos le avisaron a Ishii que con Cristina no querían ni una foto. Apenas fueron dos: Walter Festa, de Moreno, y Francisco Durañona, de San Antonio de Areco, ambos de La Cámpora.

La derrota siempre es cruel. ■

Macri necesita que el Congreso funcione como una sinfónica sin desafinaci­ones desde aquí hasta Navidad.

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DYN/L. THIEBERGER Alianza clave. Emilio Monzó, presidente de la Cámara de Diputados, junto a Elisa Carrió en una sesión a fines de abril.
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