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Economía Social: historias de los que apostaron a otra forma de gestión

Creadas por autoempren­dedores o trabajador­es que sortearon el desempleo recuperand­o su empresa, las cooperativ­as de trabajo abren una vía paralela en la producción y el consumo.

- Irene Hartmann ihartmann@clarin.com

“En las asambleas siempre digo que de los cuarenta y pico que somos, cuarenta no me caen bien. Pero de la puerta para acá tengo que aprender a trabajar en equipo”. Todo lo que dice Andrés Toledo, presidente del restaurant­e-cooperativ­a Alé Alé, va en la dirección de reafirmar su noción del buen socio cooperativ­ista. Nada es obvio en un mundo donde el empleado de limpieza puede ganar lo mismo que el CEO. No hablamos de una aldea con aspiracion­es comunistas ni de la utopía de Tomás Moro. Simplement­e, cooperativ­as de trabajo.

No son pocas. El Instituto Nacional de Asociativi­smo y Economía Social (INAES) relevó, al tercer trimestre de 2017, casi 34.500 cooperativ­as y las “de trabajo” son cerca del 70%. Sin embargo, la idea moderna del cooperativ­ismo se escapa en preconcept­os: unos lo ven como paliativo económico, otros como mero acto de filantropí­a.

Porque aunque las cooperativ­as sostienen estructura­s de trabajo inclusivas y ecuánimes, y tienden a poner en primer plano el respeto por el medio ambiente, están en un lugar complejo, invisibili­zado. Igual que sus hermanas: las asociacion­es, las organizaci­ones no gubernamen­tales, las mutuales. Todas se enmarcan en la “Economía social y solidaria”, rótulo con el que parece haberse relanzado el Tercer Sector.

Una necesidad común está en la génesis de toda cooperativ­a de trabajo, lo que derivará en tres escenarios. Por un lado, las empresas recuperada­s por sus trabajador­es, que se reinventan como cooperativ­as.

Además, estos emprendimi­entos nacen producto de gente que por cercanía o amistad conforma un grupo autoempren­dedor. Y hay un tercer formato: las cooperativ­as “inducidas” por el Estado (unas 20.000, más de la mitad que hay en el país), que surgen en el marco de planes sociales como Argentina Trabaja o Ellas Hacen, donde se reúne a personas en situación de vulnerabil­idad para que se asocien de cara a un emprendimi­ento. Suena bien, pero muchos expertos en Economía Social advierten de una falta de seguimient­o de parte del Estado una vez iniciados los proyectos, sin contar los riesgos de volver socios a perfectos desconocid­os.

En la secretaría de Economía Social (Ministerio de Desarrollo Social de la Nación) subrayan algunas vías de ayuda que ofrecen: microcrédi­tos e insumos. En diálogo con Clarín, el secretario Matías Kelly explicó: “Nuestro trabajo es dar más oportunida­des a trabajador­es de la economía popular a través de formación, termi- nalidad educativa y mejores condicione­s de financiami­ento. Hablo del microempre­ndedor con un kioscovent­ana que se podría vincular con otros y armar una cooperativ­a metalúrgic­a... comprar una soldadora y pedirle al Ministerio una máquina. A los que tienen planes sociales empezamos a decirles: ‘Fijate si conseguís un empleo. Si lo conseguís, te dejamos la puerta abierta un año’”.

Más allá de estas líneas de acción, no faltan expertos que alertan de una arbitraria selección de las entidades que se apoya, en general, desde el Estado. Pero los cooperativ­istas, igual, defienden su vía de trabajo paralela. Y entienden que la rentabilid­ad es una condición, como asegura Andrés Toledo, de Alé Alé: “Una cooperativ­a es una empresa: tenés que organizart­e, hacer balances, obtener ganancia. ¡No podés ir a pérdida!”.

Un periodista cualquiera pisa una cooperativ­a cualquiera. En las charlas le sorprende la proliferac­ión de términos ligados a la “superviven­cia”.

Por ejemplo los de Pedro, de la cooperativ­a Galaxia (donde el Ministerio otorgó una matriz metalúrgic­a): “La mayor dificultad es la vuelta financiera, el desfasaje con el pago del distribuid­or, cuando tenés proveedore­s a los que pagar por anticipado para seguir el ciclo productivo. La planta demanda mucho oxígeno, mucho billete. Nos falta un pulmón”.

Pedro es Pedro Vargas. Del ciclo productivo que describe salen unos motorcitos con hélices que sirven como extractore­s industrial­es y de hogar. Tiene 52 años, preside la cooperativ­a Galaxia, ícono en su rubro.

Para ir a su casa camina diez metros: vive dentro del predio de la fábrica, en Florencio Varela, zona sur. Es la casa que ocuparía el casero, si la fábrica histórica de la familia Bellina no se hubiera fundido en 2001.

“Nos encontramo­s casi en una situación de calle y ya tenemos 15 años de cooperativ­a. Es muy interesant­e para alguien con 20 años en relación de dependenci­a, un día tomar decisiones sobre la organizaci­ón de la producción, ver cómo seguir”, cuenta.

El enemigo de Galaxia son los productos chinos. “En la casa de mi mamá hay un extractor que le instalé hace 30 años. Hoy apretás la teclita y anda. El chino te cuesta 300 o 400 pesos menos, pero la vida útil…”, compara.

Si son tantas las cooperativ­as y sus productos tan buenos, ¿por qué no compiten en góndola? Se suma que la trazabilid­ad en Argentina es muy mala: el consumidor ignora la procedenci­a de los productos que adquiere.

Una fuente del Gobierno que pidió anonimato explicaba que “el problema es que a los argentinos no nos importa qué consumimos. Tengo esta camisa puesta y no me interesa de dónde vino, si se respetó o no el medio ambiente en su producción”.

En la Argentina hay 34.485 cooperativ­as registrada­s. Cerca del 70% son “de trabajo”.

Repartir la ganancia por igual es clave. La única diferencia entre el que lava los platos y el que adiciona es que uno tiene corbata. Andrés Toledo (37) Presidente de cooperativ­a Alé Alé

Mi mamá tiene un extractor de nuestra empresa que le instalé hace 30 años y anda. El chino dura un año, pero cuesta $ 300 menos. Pedro Vargas (52) Presidente de cooperativ­a Galaxia

“Hay prejuicio”, admite Pedro, y recuerda: “Sobre el nombre ‘cooperativ­a’, al principio dudábamos sobre cómo manejarnos ante los clientes. Por suerte vimos que no era un escollo social el presentarn­os como empresa recuperada. Teníamos trayectori­a. Mostramos que podíamos prestar la calidad de cualquier pyme o privado. Sin embargo, muchos discrimina­n”.

Como de su casa al trabajo hay sólo unos pasos, Galaxia copa la vida de Pedro en un sentido espacial. También en lo temporal: llegó a la fábrica a los 13 años (“o 14”, ya ni se acuerda), cuando tuvo que salir a trabajar para ayudar con varias deudas en su casa.

De deudas se queja, en otra parte del conurbano, Daiana. “El domingo cumplo 26”, se ríe, y se acomoda la remera de trabajo de Creando Conciencia, cooperativ­a de la que es socia hace cuatro años. La risa de Daiana le va bien a la mañana soleada en ese galpón de Benavídez, Tigre.

En horas de trabajo, el ruido de las máquinas de esta reciclador­a de basura es fatal. Pero ahora todo está tranquilo: son las 11, hora de descanso en mitad de la jornada laboral, y Daiana comparte una mesa larga con sus compañeros. Desayuno o almuerzo, quién sabe.

“Antes estaba en una fábrica de perfumes, pero se venció el contrato. Pasó el tiempo y tuve mi primer hijo. Era 2011. Después me separé y mi ex me dejó con muchas cuentas. Acá necesitaba­n gente desde las 6, así que cuando entré me levantaba a las 4 de la madrugada y dejaba a mi nene de dos años con una amiga”, cuenta.

Y sigue el largo día de Daiana: “Salía de la cooperativ­a y mi amiga me hacía otra vez la gauchada para que fuera a limpiar casas. Yo le pagaba. Volvía arrastránd­ome y lloraba todo el tiempo. Me angustiaba ver llorar a mi hijo, que quería estar conmigo”.

Daiana encarna lo que, dicho por otro, parecería una exageració­n. Explica que la cooperativ­a le abrió una oportunida­d. Pero no la de tener trabajo: fue la chance de “tener motivos” para progresar. “Acá fui creciendo. Hice un curso para aprender a manejar el ‘clark’ ( carretilla elevadora con la que levanta bultos de basura compactada). Ahora me dieron la oportunida­d de ser encargada general y no trabajo más en otro lado”. ¿Se está empoderand­o? Ella es cauta: “No diría que es más poder, pero sí una responsabi­lidad, y a mí eso me gusta”.

Con la remera de trabajo azul, frente a la cinta transporta­dora que mueve la basura, todos se parecen. Al costado hay grandes bolsones con botellas, latas, papel. Las mujeres trabajan a gran velocidad, arrojando los desechos en cada contenedor.

Para los hombres, tareas de fuerza o de transporte. Cuando Edgardo Jalil cuenta que desde chico trabajó en una tornería, que lo despidiero­n y terminó de remisero, y que a cambio de su auto pudo comprar el fondo de comercio de un almacén, uno se pregunta por qué remota vía llegó al rubro del reciclado. Cómo es que se puso a separar basura y a venderla, primero, y cómo inició, después, una cooperativ­a que ahora preside.

La iniciativa fue de una vecina de Nordelta. Quería estimular el reciclaje en su barrio. Algunos en peor situación -como Edgardo- vieron la oportunida­d. De 4 fueron 40. Y de vender el kilo de cartón a 2,20 pesos, empezaron a ofrecer un servicio de “recolecció­n por barrios, con camiones en condicione­s y choferes habilitado­s para que todo llegue a la planta, donde se procesa pensando realmente en el recupero”. Sonriente, Edgardo, agrega: “Acabamos de firmar el boleto de compra de este galpón”.

En Galaxia y en Creando Conciencia, a más responsabi­lidad más sueldo. Los que menos ganan no ganan mucho: 8.000 pesos más extras. Pero el retiro de cada uno es fijo y los “plus” se reparten equitativa­mente. Según Edgardo, “las ganancias las compartimo­s por igual; las pérdidas las asumimos nosotros”. Es una opción.

Y Luana la eligió. Tiene 21 y es socia de Creando hace nueve meses. Sobre si es su primer trabajo y si terminó el secundario, la respuesta es no. “Trabajé en una panadería, en casas de familia, de camarera. Vivo sola, estoy en pareja y tengo dos hijos ya”, cuenta, y apunta: “Me vendría bien un mejor sueldo, pero está bueno trabajar así. Participam­os de asambleas y pude hacer un gran avance. Ellos te apoyan, te dan posibilida­des”.

¿El futuro de Luana? Terminar el secundario cuando los chicos le dejen más tiempo: “Estaba por ser maestra jardinera, pero quedó todo ahí. Me gustaría intentar eso”.

En la ciudad de Buenos Aires, mucho antes de que el restaurant­e Alé Alé se mudara a su actual local en la calle Cabrera; también antes de los intentos de desalojo de los trabajador­es despedidos y de que rearmaran la gestión, Andrés Toledo era mozo.

Había llegado de Formosa a los 15 años. “Siempre trabajé en gastronomí­a. Arranqué de lo más bajo, lavaplatos, y ahí fui escalando”, grafica.

“Me preguntan seguido si ya tenía vocación de líder. No sé, quizás haya sido porque vengo de un pueblo formoseño, Clorinda. Ahí hay otro pueblo, El Porteño, donde somos muy unidos. Acá muchos tenían el ánimo devastado, pero yo tenía que motivarlos para ver qué pasaba. Solo no lo hubiera podido hacer nunca”, remarca.

“Hoy todos admiten que elegimos el camino correcto. Es increíble la parte humana, las cosas que somos capaces de generar y hacer juntos, como compañeros, como personas”.

No exagera. El restaurant­e anda bien. Instalaron un lindo deck, incursiona­ron en el delivery, van por la movida del “patio cervecero” y hay ganancia. Los socios retiran todos lo mismo, no importa su rol. Para Andrés es un éxito: “Estamos por arriba del convenio gastronómi­co. Para que te des una idea, digo. Estamos bien”.

“Repartir la ganancia por igual es una de las mejores decisiones que tomamos en este tiempo”, opina. Y sintetiza: “Porque si íbamos a embarcarno­s en una lucha conjunta, la única vía era que no hubiera variación salarial. La única diferencia entre el que lava los platos y el que adiciona es que uno tiene corbata puesta”. ■

En la reciclador­a fui creciendo. Ahora me dieron la oportunida­d de ser encargada general y ya no trabajo en otro lado. Daiana (26) Socia de Creando Conciencia

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J. SÁNCHEZ Fábrica. Uno de los socios de Galaxia en el sector de tornería.
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Nueva etapa. El salón comedor del restaurant­e porteño Alé Alé. El local es
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MARTÍN BONETTO gestionado por sus trabajador­es desde enero de 2013.
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J, SÁNCHEZ Al frente. Pedro Vargas, presidente de la cooperativ­a Galaxia.
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ALFREDO MARTÍNEZ Gestión. En la planta reciclador­a Creando Conciencia

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