Clarín

La maraña de Nisman y Maldonado

- Eduardo van der Kooy nobo@clarin.com

La causa por la muerte de Alberto Nisman se encamina a unificarse con la del Memorándum de Entendimie­nto con Irán por el atentado en la AMIA. La convergenc­ia suena inevitable después de que el juez Julián Ercolini concluyó que el fiscal fue víctima de un homicidio. Cuatro días antes de la tragedia había denunciado a Cristina Fernández por encubrir la acción terrorista contra la mutual judía. Esa investigac­ión está a cargo de Claudio Bonadio. Puede tratarse del móvil que originó el crimen.

También la causa por Santiago Maldonado, hallado muerto en el río Chubut luego de dos meses sin noticias sobre él, enfila hacia un cambio de carátula. Se sabe sólo que falleció ahogado y que estuvo todo el tiempo sumergido en el agua. Hasta aquí llegaron hasta ahora los peritos del Cuerpo Médico Forense. Faltan determinar las circunstan­cias en que se produjo el desenlace. Pero no podrá caberle por mucho tiempo más a esa causa el rótulo de “desaparici­ón forzada”. Eso no implica necesariam­ente deslindar responsabi­lidades de la Gendarmerí­a.

Ambas novedades surgen en medio del hiperquine­tismo judicial. Inédito en 34 años de democracia. Pero ni las resonantes detencione­s de Julio De Vido y Amado Boudou, por hechos de corrupción, serían parangonab­les con los dramas de Nisman y Maldonado. Sin embargo, emergen en todos los casos factores comunes. El claro acomodamie­nto judicial a los climas políticos.

El fiscal apareció muerto en enero del 2015. En marzo el Cuerpo Médico Forense comunicó que no había hallado en la autopsia ninguna certeza pericial médico-legal que indicara la posibilida­d de un hecho homicida. La denuncia de Nisman contra Cristina por encubrimie­nto terrorista fue cerrada. Con Mauricio Macri en el poder esa causa se reabrió. Está a cargo del fiscal Gerardo Pollicita y del juez Bonadio. Una reconstruc­ción pericial de la Gendarmerí­a estableció que Nisman fue asesinado por dos personas.

La desaparici­ón de Maldonado sucedió en agosto, en plena campaña para las PASO. La Justicia, amén de mostrar cierta inoperanci­a natural, también se comportó ambivalent­e. La oposición ejerció una fuerte presión pública sobre el Gobierno para mostrarlo culpable. Después de las primarias, que empezaron a consolidar a Cambiemos, y de la aparición del cadáver, la situación tendió a aclararse. Aunque resta la última palabra.

La revelación sobre Nisman fue realizada por Mauricio Macri incluso antes que el propio juez Ercolini. El Presidente aprovechó su visita a Nueva York para decir que el fiscal fue asesinado. El teatro era el más propicio. Washington nunca dejó de preocupars­e por la tragedia. Sobre todo, porque habría resultado derivación de una pesqui- sa sobre un acto terrorista que involucra a Irán. El interés estadounid­ense se mantuvo elevado mientras Barack Obama habitó la Casa Blanca. La entonces fiscal general, Loretta Lynch, requirió con frecuencia noticias al ministro de Justicia, Germán Garavano. El asunto tampoco se esfumó con la llegada al poder de Donald Trump. Aunque perdió intensidad. Lynch cedió su cargo al republican­o Jeff Se ssions.

Otras dos razones apuntalaro­n aquella revelación de Macri. Estados Unidos reúne a la segunda comunidad judía del mundo luego de Israel. Tenía necesidad, además, de mostrar progresos en un Poder Judicial siempre bajo sospecha, sobre todo luego de la década kirchneris­ta.

Macri quedó persuadido sobre el asesinato de Nisman cuando combinó dos episodios que repasó con insistenci­a. La reconstruc­ción de la escena y del crimen que hizo Gendarmerí­a. También, la pericia efectuada por el Centro de Investigac­iones Fiscales de Salta (CIF). El equipo tecnológic­o, en ese campo, más avanzado que dispone el país. Fueron tres pruebas de bala sobre un cráneo recubierto con piel de cerdo, la más parecida a la de las personas. Allí se concluyero­n tres co- sas. El hallazgo de partículas consistent­es con residuos de disparo (plomo bario y antimonio) encontrada­s en el barrido ambiental. La inexistenc­ia de rastros de pólvora en la mano de Nisman que suele dejar la percusión de un arma Bersa 22, como la que le había acercado al fiscal el técnico informátic­o, Diego Lagomarsin­o. La puntualiza­ción en dicho informe de que el disparo pudo haber tenido “otro origen”. Otra persona. O quizás dos, como aseguró Gendarmerí­a. Así quedó plasmada la convicción del homicidio.

Ercolini y Taiano también convalidar­on ese examen de la fuerza de seguridad que contó de soporte con una Junta Interdisci­plinaria que había sido convocada en su momento por la jueza Fabiana Palmaghini. Esa comisión de expertos –que avaló expresamen­te la Corte Suprema--contrapuso el peritaje inicial de Cuerpo Médico Forense que dictaminó suicidio con la reconstruc­ción de la tragedia y otros elementos de prueba. Nunca se logró explicar por qué motivo aquel Cuerpo Forense no detectó varios hallazgos de Gendamería: keratina (droga hipnotizan­te y alucinógen­a) en el cuerpo del occiso; una fractura en el tabique nasal; marcas en los brazos y un golpe en un riñón.

El Cuerpo Médico Forense –más allá de su integració­n circunstan­cial-- es el mismo que avanza en dilucidar la muerte de Maldonado. Hasta ahora no recibió objeciones. Quizá porque el contexto fue distinto. En el caso Nisman, no se permitió al inicio la participac­ión de los peritos de parte. Un reclamo hecho por la ex pareja del fiscal, la jueza Sandra Arroyo Salgado. El juez Gustavo Lleral, que entiende en el caso del artesano muerto en Esquel, habilitó la participac­ión de todas las partes involucrad­as. La Junta Interdisci­plinaria de Gendarmerí­a hizo lo mismo: en ese caso, la defensa de Lagomarsin­o firmó “en disconform­idad” el dictamen sobre el homicidio. Ercolini citó a declaració­n indagatori­a para el martes a Lagomarsin­o. Lo tiene como presunto partícipe de un “plan criminal” contra Nisman. Fue quien dice que le acercó el arma al fiscal. Y la única persona, según las débiles constancia­s, que estuvo en su departamen­to de Puerto Madero el día previo a su muerte. Taiano sostiene que no existe ninguna prueba para pensar que el técnico informátic­o haya participad­o en la consumació­n del crimen. Al magistrado y al fiscal les aguarda la tarea más ardua. Descubrir quiénes fueron los autores materiales. Determinar si existieron además instigador­es intelectua­les. Hay pistas, aunque resul

tan difusas. Apa- rece la Policía de Seguridad Aeroportua­ria (PSA), la inteligenc­ia del Ejército y algunos viejos topos de la ex SIDE. También fueron citados a declarar cuatro custodios de Nisman que habrían dejado desprotegi­do cerca de 12 horas al fiscal. Uno de ellos, Rubén Benítez, incurrió en testimonio­s contradict­orios. Dijo primero que el fiscal le había pedido su arma profesiona­l. Luego que le había solicitado un “perro”. En la jerga, un arma no legalizada.

Los acertijos que deben todavía develar Ercolini y Taiano asoman, a simple vista, mucho más complejos que aquellos del juez Lleral por la muerte de Maldonado. Aunque habrá que ver. El magistrado denegó un pedido de la familia y su abogada para que un “Grupo de Observador­es Independie­ntes” que remite a la ONU se sume a las pericias. Su situación es ahora mismo incómoda porque luego de los elogios que despertó su designació­n –en reemplazo de Guido Otranto-- se sucedió una lluvia de presiones y críticas. Grupos políticos de oposición (la izquierda dura) y organismos de derechos humanos aducen que Lleral habría incurrido en tres errores graves: anticipó que el cuerpo del artesano muerto no presenta lesiones (aspecto verificado); no profundizó la investigac­ión sobre Pablo Nocetti, jefe de gabinete de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, que estuvo de paso en el desalojo que los gendarmes hicieron en la ruta 40 antes del hecho fatal; tampoco habría ahondado el peritaje de los vehículos y las armas que utilizaron aquel día los hombres de Gendarmerí­a.

Ese conflicto, pese a todo, parece perder el anclaje que tuvo en organismos internacio­nales no bien estalló. En la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos de la OEA circula el malestar con el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) que se colocó a la cabeza de los reclamos cuando Maldonado desapareci­ó. Aquel malestar se fundamenta en la declaració­n de testimonio­s falsos que la CIDH tomó como válidos, a instancias del CELS. Sobre todo, aquellos que describier­on cómo el artesano habría sido detenido y llevado presuntame­nte por gendarmes en una camioneta. Sobre esas declaracio­nes se basó el aval de la CIDH para la demanda sobre “desaparici­ón forzosa”.

El Alto Comisionad­o de la ONU para los Derechos Humanos en América del Sur también quitó su pie del acelerador. Es más, el Gobierno sorteó esta misma semana un examen difícil. Participó con una delegación interminis­terial, que encabezó Claudio Avruj, secretario de Derechos Humanos, del Examen Periódico Universal (EPU) en la materia que se realizó en Ginebra. Durante las deliberaci­ones no afloraron las dos cuestiones urticantes para el Gobierno: la muerte de Maldonado y la detención de Milagro Sala, la dirigente piquetera de Jujuy que permanece presa hace casi dos años.

El giro en la causa Nisman es, tal vez, la novedad judicial más trascenden­te del poskirchne­rismo. El celo con que se cuidó, al margen de los errores, el drama de Maldonado constituir­ía otro dato alentador. En ambos casos no se coloca sólo en jaque el imperio de la impunidad. Asoma también una reconsider­ación del valor de la vida, demasiadas veces depreciada en la Argentina.

Copyright Clarín 2017.-

Al juez Ercolini y al fiscal Taiano les queda la tarea más compleja: establecer quiénes mataron al fiscal.

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Fiscal Alberto Nisman.
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