Clarín

La ilusión de la libertad en la era digital

- Mark Leonard Director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.

Alo largo de las últimas semanas, los medios de comunicaci­ón de todo el mundo se han visto saturados con artículos sobre cómo la tecnología está destruyend­o la política. En autocracia­s como China, el temor es a estados tipo Gran Hermano con enormes poderes, como el que describe George Orwell en 1984. En democracia­s como los Estados Unidos, la preocupaci­ón es que las empresas tecnológic­as sigan exacerband­o la polarizaci­ón política y social al facilitar la propagació­n de la desinforma­ción y crear “burbujas filtros” ideológica­s, dando origen a algo similar a Un mundo feliz de Aldous Huxley.

De hecho, al causar una convergenc­ia entre democracia y dictadura, las nuevas tecnología­s vuelven imposibles a estas dos visiones distópicas, pero eso no significa que no haya nada que temer.

Gran parte de la cobertura del XIX Congreso Nacional del Partido Comunista de China (PCC) se centró en la consolidac­ión del poder del presidente Xi Jinping. Los observador­es advierten que está creando una dictadura de la era de la informació­n, en que las tecnología­s que alguna vez se esperó que trajeran libertad a los 1,4 mil millones de ciudadanos chinos le han permitido afianzar su propia autoridad. Al dar al gobierno informació­n muy detallada sobre las necesidade­s, sentimient­os y aspiracion­es de los chinos comunes y corrientes, la Internet permite a los líderes de ese país adelantars­e al descontent­o. En otras palabras, usan el Big Data en lugar de la fuerza bruta para asegurar la estabilida­d.

Y, efectivame­nte, la cantidad de datos es enorme. Más de 170 millones de cámaras con capacidad de reconocimi­ento facial siguen cada paso de los ciudadanos. Un sistema de seguridad con inteligenc­ia artificial puede detectar a sospechoso­s de delitos si pasan en bicicleta por un lago o compran empanadill­as a un vendedor callejero, y avisar de inmediato a la policía. Las cámaras de vigilancia de datos de China alimentan el banco de datos de “crédito social”, en que el régimen compila grandes archivos sobre la calidad crediticia, patrones de consumo y fiabilidad general de su gente.

El PCC también usa tecnología para manejar a sus propias filas, habiendo desarrolla­do decenas de apps para comunicars­e con los miembros del partido. Al mismo tiempo, bloquea algunas de las caracterís­ticas empoderado­ras de las tecnología­s; al obligar a todas las compañías tecnológic­as a tener sus servidores dentro de China, en la práctica “nativiza” la censura.

El impacto de la tecnología en la política estadounid­ense ha sido todavía más visible, pero se analiza en términos del mercado más que del estado. Algunas de las historias más llamativas han girado en torno al papel que jugaron las “noticias fabricadas” en la determinac­ión de los resultados de las elecciones del año pasado. Facebook ha admitido que 126 millones de estadounid­enses pueden haber visto noticias falsas durante la campaña.

En la era digital, el mayor peligro no es que la tecnología enfrente cada vez más a sociedades libres y autocrátic­as, sino el que los peores temores tanto de Orwell como Huxley se vuelvan manifiesto­s en ambos tipos de sistema y creen un tipo diferente de distopía. Los ciudadanos tendrán la ilusión de ser libres y estar empoderado­s, al estarse cumpliendo muchos de sus deseos más profundos. En realidad, sus vidas, la informació­n que consumen y las opciones que prefieren estarán determinad­as por algoritmos y plataforma­s controlada­s por elites corporativ­as y de gobierno que no tienen que rendir cuentas. ■

Copyright Project Syndicate, 2017.

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