La era de la inclusión futbolera
El futbol es una pasión nacional (vaya novedad). Y como toda pasión está sujeta a toda clase de arbitrariedades, desconfianzas, cegueras, imposiciones, burlas y otras yerbas. Hay distintas clases de hinchas, claro. Algunos -los menos- son pocos tenaces. Y los ajenos al fenómeno casi no cuentan.
El hincha-hincha cree que su condición es hereditaria. Que sus hijos, los varones, especialmente (los rasgos machistas todavía están vigentes en ese sentido) deben comulgar la misma religión que ellos. Y desde la primera infancia se ejerce la presión directa o indirecta para conseguir que el objetivo se cumpla: la fidelidad a la misma camiseta. Socio al nacer, camisetita alusiva, los colores sagrados a la vista, todo calculado.
Como esa fidelidad es definitiva (más que cualquier circunstancia de la vida) la intervención de algún tercero con intenciones diferentes se considera una traición. Aunque cada tanto emerge algún converso -quizás por descuido del progenitor no demasiado enrolado en la pasión o por la pericia del allegado para lograr el sacrilegio- la generalidad dice que los hijos terminan siendo hinchas del mismo equipo que el padre.
Pero hay un fenómeno nuevo en la era de la “inclusión”, también futbolera. Porque la mujer empezó a formar parte de la caravana cada vez con mayor ahínco.
La adhesión mayor es por televisión, todavía. No hay impedimento, claro, para que una pareja se forme con simpatías futboleras diferentes. El amor verdadero lo permite. Y eso no quiebra la regla. El hincha-hincha quiere la herencia de su color sea total en sus descendientes. Pero muchas veces las hijas mujeres se enrolan en el de la madre. En ese costado no cuenta tanto el fanatismo (se habla de la generalidad, siempre). Y se convive con cargadas inocentes.
Pero hay casos, y muchos, en que de la misma manera que el padre induce a los hijos, los hijos pretenden conseguir el convencimiento de la madre para la misma causa que ellos, aunque ella traiga otra filiación de origen. El sublime amor maternal concede, muchas veces. Entonces se da la ecuación triangular: el padre al hijo y el hijo a la madre. Y la familia es más feliz.