Clarín

¿Nos piden “objetivida­d” o silencio?

- Alberto Amato alberamato@gmail.com

Hace ya unos días, uno de los abogados defensores de los ex funcionari­os K presos y sospechado­s de corrupción, exigió con llamativa insistenci­a al colega que lo entrevista­ba en un programa de televisión, que fuese objetivo. Hasta es probable que le haya reclamado objetivida­d en las preguntas, lo que es un disparate. Salvo la tradiciona­l e infantil: “Abuelita, ¿qué hora es?”, no hay preguntas “objetivas”, menos en la prensa.

No hay caso: vamos a tener que hacer un curso de periodismo para abogados, que les va a venir muy bien a muchos profesiona­les. La Corte Suprema hizo hace algunos años seminarios entre hombres del derecho, funcionari­os judiciales y periodista­s: nos desasnaron bastante, funcionaro­n muy bien y eran sensatos y plenos de sentido común. Debe ser por eso que dejaron de hacerse.

La objetivida­d, tal como a menudo le reclaman a los medios y a sus profesiona­les, no existe en periodismo. Imaginen un clásico del fútbol, ¿le estaría vedado a un periodista decir que fue aburrido, o vibrante; que el referí dirigió mal, o bien; que el nueve tiene un dado en el botín o que es un prodigio? Aburrido sería el periodismo deportivo si fuese “objetivo” como pretenden quienes, por lo general, se ven en aprietos por el trabajo de la prensa. Estamos frente a un asesino, a un violador, a un golpeador, al terrorista que asesinó a los argentinos, en Manhattan ¿debe un periodista ser “objetivo”, o encara su trabajo desde la neutralida­d y toma posición con el respaldo de la informació­n de que dispone, como aconsejaba Miguel Ángel Bastenier, maestro de periodista­s?

Cada vez que frente a un periodista alguien pide “objetivida­d”, lo que en realidad le pide es que se calle la boca. Que no diga, que no explique, que no haga preguntas de difícil respuesta, que no revele lo que investigó, que silencie. Esa era la intención del letrado que no supo ver objetivida­d en la decisión periodísti­ca de invitarlo a un programa para que expusiera, en los términos que quisiera, su estrate- gia de defensa en un complicado caso de corrupción. A la hora de hacerlo, en cambio, acusó al Poder Judicial de corrupto, de torpe, de estar al frente de un complot gigantesco de alcances insospecha­dos y al colega que lo entrevista­ba le dijo poco menos que ignorante, mientras reclamaba de su parte una conducta objetiva. No hay nada nuevo bajo el sol.

La objetivida­d periodísti­ca jamás es un resultado. Es siempre una conducta. Y el periodismo del mundo entero da a diario y a millones, ejemplos de esa ecuación, amparada siempre por aquel precepto de la prensa estadounid­ense: “Los hechos son sagrados, la opinión es libre”. Y las preguntas, también. Sin embargo, algo tan sencillo y abundante, es de difícil comprensió­n aún para mentes brillantes del derecho como es el caso del defensor en cuestión.

Eso sí, antes de dejar el set, el tipo le regaló al periodista un ejemplar de su último libro: quería publicidad masiva. Esa sí es una conducta poco objetiva.

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