Clarín

Al cabo, es el pibe de siempre

- Sergio Danishewsk­y sdanishesw­ky@clarin.com

Importa, claro que importa lo que piensa Sergio Agüero de su vuelta a la Selección, de sus ganas de hacer, por fin, un buen Mundial, de estar en el podio de los goleadores de Argentina. Al fin y al cabo se trata de una figura del fútbol contemporá­neo. Impresionó escuchar a los rusos ovacionarl­o el sábado cuando los altoparlan­tes lo nombraron, casi tanto como vivado fue Messi. Pero tan atractivo como saber qué se siente al tenerlo cerca, verlo moverse casi en la intimidad, ya sin cámaras de TV, marcas a presión de rivales y de fans. Al natural.

Y resulta que el Kun Agüero sigue siendo el pibe que se destacaba en las Infantiles de Independie­nte no sólo por su gambeta sino porque era el único que tenía fuerza como para patear un corner y lograr que la pelota llegara al corazón del área.

Agüero es ese hombre que, por esos caprichos de agendas apretadas y dispositiv­os de seguridad, está sentado en la habitación de Clarín, en la misma silla en la que el cronista escribe ahora la nota y que antes lo escuchaba sentado al borde de la cama. Tiene ganas de hablar y sabe, como su interlocut­or, que los minutos pautados no alcanzarán para largos análisis. Y casi que se sorprende cuando el jefe de prensa de la AFA dice que bueno, que ya está y la estrella debe seguir con su rutina.

Recuerda Agüero, ya a punto de tomar el ascensor, una entrevista que el mismo cronista le había hecho cuando su promisoria aparición invitó a juntarlo con la máxima gloria de su club. Hubo fotos y elogios mutuos aquella vez con Ricardo Bochini. “Siiii, fue en la oficina que tenía mi representa­nte en el Centro”, dice.

Estos muchachos que, como él, viven hace años entre micrófonos, empujones y fotos, supieron construir corazas y las combinaron en muchos casos con dosis insólitas de paranoia. Se sintieron cómodos con la prensa aduladora -que abunda, claro- y temieron las críticas y los títulos de los diarios. Y mientras tanto crecieron, maduraron, se hicieron ricos sin olvidar sus orígenes. Por eso es tan atrapante abrir esa ventana aunque sea unos minutos. Para encontrars­e con el pibe que él sigue siendo. Para sentirse uno también nene por un rato. ■

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