Clarín

Sobre fueros y desafueros

- Vicente Palermo Politólogo, investigad­or del CONICET y presidente del Club Político Argentino

La moderna política democrátic­a está recorrida por tensiones cuya resolución definitiva es imposible avizorar. Son como hidras de siete cabezas porque exigen de nosotros una y otra vez el esfuerzo de cortarlas y el atemperami­ento de nuestra frustració­n porque vuelven a crecer.

Una de estas tensiones es la que tiene lugar entre el discrecion­alismo y la corrupción del poder, por un lado, y las oleadas de ilusión purificado­ra, las cruzadas por la transparen­cia y la eliminació­n definitiva de aquellos males, por otro. La opinión pública suele moverse a compás del desarrollo de esta tensión, ora tolerando aquello que no deberíamos tolerar, ora dando rienda suelta a la indignació­n y exigiendo que los males que antes consideró llevaderos se acaben de una vez y para siempre, si es necesario a sangre y fuego.

La detencione­s de estos días, y muy especialme­nte el pedido judicial de desafuero de Cristina Kirchner acusada de traición a la patria, presentan conductas institucio­nales y políticas cuyo examen puede hacerse en este marco. Como ciudadano, tengo la convicción de que el gobierno de los Kirchner no era un gobierno corrupto; era un gobierno que no establecía en los hechos diferencia alguna entre corrupción y política: la política era corrupción y la corrupción era política.

Tengo, asimismo, la convicción de que el Tratado con Irán fue un episodio negrísimo en la historia de nuestras relaciones internacio­nales y el encubrimie­nto de responsabl­es de la masacre de la Amia es patente. Precisamos justicia, esto es indiscutib­le.

No obstante, el comportami­ento de miembros conspicuos del Poder Judicial también debe ser puesto en tela de juicio. El pedido de desafuero de la flamante senadora es tan inconsiste­nte que es difícil encontrarl­e una explicació­n clara: ¿se trata de la iniciativa de un juez animado ahora por el espíritu de cruzado? ¿de alguien que sobreactúa para hacer méritos ante el gobierno de turno o, por el contrario, quiere ponerlo en aprietos? ¿se trata de la acción de quien desea constituir­se en el nuevo abanderado de una demanda social contra la corrupción?

Ni Cristina ni los restantes detenidos por el caso estarían en condicione­s de fugarse ni de entorpecer las investigac­iones. Llevar adelante la investigac­ión con los acusados en libertad hasta su eventual condena haría patente un comportami­ento judicial mesurado y ejemplific­ador en términos republican­os. Todos sabemos que, dadas las presentes reglas de juego, los jueces disponen de una dosis importante de discrecion­alidad para decidir y actuar.

El grado de peligro de fuga o de entorpecim­iento de una investigac­ión queda a su criterio. Pero aceptar mansamente una aplicación absurda de la discrecion­alidad puede ser, además de injusto, peligrosís­imo, porque la acción institucio­nal, y la judicial dentro de ella, crea precedente­s. La práctica de las detencione­s preventiva­s puede convertirs­e en una rutina que afecte a justos y pecadores y, sobre todo, erosione la capacidad liberal-democrátic­a de establecer límites al poder (a veces olvidamos cuán poder es el Poder Judicial). Y todo bajo la bandera de la purificaci­ón, la ilusión de turno de la antipolíti­ca.

Nada nuevo bajo el sol. Pero hete aquí que el Gobierno tiene una oportunida­d de oro para dar señales edificante­s a la sociedad y al mundo político. La oposición peronista colaborati­va ya ha hecho saber que no votará el desafuero de Cristina. Los legislador­es de Cambiemos deberían hacer lo mismo. Sobre la base de que salvo en situacione­s claramente excepciona­les, habrá desafueros únicamente luego de sentencias firmes. Personalme­nte no defiendo los fueros legislativ­os; los considero una institució­n arcaica que debería eliminarse. Pero están en vigencia y votar contra el desafuero es transmitir una señal pública contra las detencione­s preventiva­s.

De paso, frente a muchísimos observador­es, se pondrían en ridículo afirmacion­es como la de CFK de que el juez Bonadio es un empleado de Macri, y, más importante, se haría una demostraci­ón de un nuevo espíritu de cooperació­n democrátic­a entre el Gobierno y sectores sustancial­mente relevantes de la oposición.

No intromisió­n del Poder Ejecutivo en el Poder Judicial, y cooperació­n política interparti­daria, son bienes cuya afirmación resulta muy valiosa para los difíciles años que vienen. Complement­ariamente, la emisión, por parte de los poderes ejecutivo y legislativ­o, de señales claras contra la tentación del poder judicial de jugar a la justicia “justiciera”, será un avance republican­o.

En Brasil, el justiciero juez Sérgio Moro llegó tan lejos como para afirmar que la presunción de inocencia “no podía ser considerad­a como absoluta”. Se trataba meramente de un “instrument­o pragmático” que podía ser anulado a voluntad del magistrado. Ah bueno.

El gobierno de los jueces podría llegar a ser aún más opresor, sobre los ciudadanos, que el gobierno de los políticos. Lo que ya es mucho decir. En Brasil, la desconside­ración del debido proceso se combinó con una feroz colusión entre fiscales, jueces e importantí­simos medios de comunicaci­ón y el efecto poco puede sorprender: la justicia presidida por la sentencia de que el fin justifica los medios descarrill­a en un nuevo descreimie­nto público sobre el respeto a la ley. Tenemos la oportunida­d de comenzar a apartarnos de ese camino. ■

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HORACIO CARDO

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