Una comedia grotesca que se transformó en filme de culto
“¿Sabés lo que tenían para comer? ¡Tres empanadas!”. “¡Minusválida mental!”. “Menos mal que la charlatana de al lado me imita en todo. Yo hago ravioles, ella hace ravioles. Yo hago puchero, ella hace puchero. ¡Qué país!”. El 6 de mayo de 1985, cuando se estrenó “Esperando la carroza”, de Alejandro Doria, nadie imaginó que sus diálogos conformarían el eterno guión al que apelan muchos argentinos en situaciones cotidianas.
Esta comedia costumbrista radiografía la identidad rioplatense. O, en palabras más a tono con sus célebres frases, nos saca las caretas. Está inspirada en una obra de teatro del uruguayo Jacobo Langsner, junto a quien Doria escribió el guión. La productora fue Diana Frey.
El reparto, que se convirtió casi en parte de la familia de los fanáticos, incluyó a China Zorrilla (Elvira, “¿Falluta yo?”); Juan Manuel Tenuta (Sergio, “no pienso moverme de este sillón”); Luis Brandoni (Antonio, aunque popularmente conocido como “Tres empanadas”), y Betiana Blum (la inefable tía Nora, la que aseveraba “En casa de mis padres, nunca se levantó la voz”). También actuaban Mónica Villa (Susana, que reflexionaba “Hay que tener plata para que lo inviten a uno”); Julio de Grazia (Jorge, que reconoce a su supuesta madre muerta al grito de “¡Son los zapatos de mamá!”); Andrea Tenuta (Matilde, ¡la que se quedó sin agua justo cuando se estaba bañando!), y Darío Grandinetti (Cacho, alias “Ahí lo tenés al pelotudo”), así como Cecilia Rossetto y Enri- que Pinti, entre otros.
La gran estrella fue Antonio Gasalla, que con su Mamá Cora (”No tenía cara de mayonesa...”), representa a los abuelos olvidados. Y que termina el sainete cuando aparece en su propio velorio en la casa de Elvira y Sergio, ese que miraba desde enfrente intrigada. Velar a otra muerta era uno de los riesgos de reconocer a una anciana en la morgue por sus zapatos.
“Esperando la Carroza” se convirtió en una película de culto. El 25 de octubre de 2012, la reestrenaron con una versión remasterizada. Los padres fueron a verla con sus hijos, que también adoptaron sus latiguillos. Así, esta pieza del grotesco demostró su eterna vigencia y unió a generaciones, que siguen riéndose a carcajadas con las rencillas y miserias de los Musicardi, una familia casi como cualquier otra. ■