Clarín

Los sobrevivie­ntes

- Rolando Barbano rbarbano@clarin.com

La historia se le repitió como tragedia mucho antes de lo esperado. Romina lo volvió a vivir todo cuando por fin supo la verdad sobre lo que le había pasado a su hermanito, “El Peque”. El nene tenía cuatro años y no, no se merecía un final así. Como tampoco ella se había merecido nada de lo que le había ocurrido. Ni ella ni el resto de los chicos.

Había tenido que construir su vida sobre las cenizas de la infancia que nunca tuvo. Pero su familia no la iba a dejar olvidar tan pronto lo que era el horror.

A los 8 ó 9 años, no podía precisar bien, el marido de su mamá -y papá de dos de sus hermanitos, a los que llamaremos Juana y Héctor- la había violado por primera vez. Hubo una segunda y una tercera y los dos terminaron en la calle: el hombre por un lado, echado por infiel antes que por abusador, y la nena por el otro, responsabl­e ante los ojos de su madre de la violación que había sufrido.

Romina había vagado por aquí y por allá, pero tanto extrañaba a sus hermanos que había resuelto regresar a esa casa de la localidad de Alejandro Korn, en San Vicente, donde todos se apretujaba­n. Por un tiempo la convivenci­a había sido aceptable: llegó otro hermanito y la armonía fingió ser algo posible. Hasta que su madre decidió que era momento de formar una nueva pareja.

-No quiero hombres en nuestra casa, le respondió Romina en cuanto se enteró de las malas nuevas.

Su madre no estaba dispuesta a escucharla. -Mamá, fijate, no lo hagas, le rogó la nena. Pero mamá había optado por abdicar en favor de su hija. Noche a noche, se iba de casa antes de las diez para regresar pasadas las 6. Romina se encargaba de alimentar a sus hermanitos, de hacerlos dormir y de pedirles ayuda a los vecinos cuando se desbordaba.

Y así llegó el día tan temido, ese en el que un hombre llamado Jorge Oscar Sosa se instaló en la casa.

Romina no estaba dispuesta a tolerarlo. Discutió mil veces con su mamá y mil veces acabó llorando, hasta que la mujer se vio forzada a elegir. Y la echó.

A parar a la calle fue Romina, con sólo 12 años. Vagó un tiempo por Capital Federal, después se fue a lo de una vecina y de ahí saltó a lo de un amiga. Pese a esto, jamás dejó de regresar a su casa para ver a sus hermanitos, que al tiempo ya eran cuatro.

La nena se hizo adolescent­e y, a la exacta misma edad en la que su madre la había concebido a ella, quedó embarazada de su novio. Era una señorita de 16 años, panzona y muy consciente de que el cuidado que no había recibido les tocaba ahora sus hermanos. Uno de esos días, una vecina la llamó y, tal como ella le había pedido que hiciera, le avisó que uno de los nenes estaba lastimado.

Romina corrió hacia la casa familiar. Y se encontró a su hermanito Héctor, de siete años, con los bracitos violetas de moretones y la espalda marcada.

-¿Quién te pegó?, lo indagó, aunque sabía la respuesta.

-Le dije a Jorge que no puede retarme porque es mi papá y...

La adolescent­e encaró a su mamá y le contó lo que había pasado. Le dio plata para que lle- vara al nene al hospital. Pero ella no hizo nada. “Cuando volví la vi tomando mate con Jorge”, le contaría Romina a la Justicia. “Y mi hermano seguía todo golpeado”.

Para Romina era inaceptabl­e. Peleó con su madre, pero se fue con una inquietud casi absoluta. Pronto se le revelaría certera.

Los vecinos le contaban que los nenes vivían encerrados. Que no los mandaban ni a la escuela. Que los dejaban solos durante jornadas enteras, pese a que no tenían cómo cuidarse. Que la sarna acechaba a alguno. Que los piojos habían hecho una cueva en la cabeza de otro. Que daban, en fin, tanta pena que costaba mirarlos.

La adolescent­e increpó a su madre.

-¿Y a vos qué mierda te importa lo que hago con mi vida?, le respondió la mujer, con los brazos golpeados, llenos de moretones.

-Tengo 16 años y soy una re mamá y vos tenés treinta y dos y ¡no cuidas a tus hijos!

Un mes más tarde, Romina regresó. Cayó justo en medio de una pelea entre Jorge Sosa y su madre, que enseguida viró hacia ella cuando les pidió que no se agredieran con sus hermanos como espectador­es.

La respuesta fue más violencia.

“Jorge me pegó una piña en la panza estando yo embarazada”, recordaría Romina. “Por ese golpe, me llevaron al hospital y me dejaron internada. Yo estaba de siete meses…”.

Al tiempo, recibió el llamado que no debería haber recibido nunca. El de la tragedia.

Una vecina, la misma de la vez anterior, le avisó a Romina que su hermanito de 4 años, “El Peque”, estaba muerto.

Había entrado al Hospital de San Vicente a las 10.45 de aquel día, 17 de mayo de 2014. A la médica del Hospital de San Vicente que lo re- cibió la sorprendió, de movida, que a sus cuatro años todavía usara pañales. Cuando le comunicó la muerte a la madre, única familiar presente, la respuesta fue casi criminal: le dijo que el nene había estado descompues­to la noche previa, que había comido un guiso y se había atragantad­o y que por eso lo había llevado. Pero, claro, en las vías respirator­ias no tenía nada de comida. En cambio, tenía un líquido blanquecin­o en la cola y lesiones de vieja data. De abuso crónico.

Desde el Hospital llamaron a la Policía, que fue a la casa para encontrars­e a Jorge Sosa, padrastro del nene, cuidando -o algo así- a los otros cuatro chicos.

Lo detuvieron. El horror recién empezaba. La autopsia diría que “El Peque” había sufrido un “abdomen agudo peritoníti­co”, una apendiciti­s aguda que lo había perforado al no recibir atención a tiempo. Una infección generaliza­da lo había matado. Su hermanitos dirían aún más. Alojados en un hogar de menores, una asistente social los fue a ver y encontró más respuestas de las que esperaba. Cuando le preguntó a Juana si sabía por qué estaban ahí, la nena le dijo: “Porque él le pegó a mi hermano, le pegó y le pegó hasta que quedó verde y lo llevaron al hospital”.

El hermano de 7 años, Héctor, también sabía demasiado bien lo que ocurría. “Estamos acá porque mi hermanito falleció y a él le hacían lo que les hacen los hombres a los nenes... a mi hermanito lo violaron”.

La asistente social no se sorprendió tanto. Ya había intervenid­o cuando el abuso de Romina y había tratado a la familia. “La madre nunca reaccionó frente a eso”, indicó.

No lo haría jamás.

La adolescent­e enloqueció ante la muerte del “Peque”. Intentó comunicars­e con su mamá pero ella, angustiada por la detención de Jorge, no la atendió. Tuvo que esperar hasta el funeral del nene para hablar con su familia. Y lo que escuchó la empujó a la comisaría. Conversó un rato con su hermana Juana, la de 9 años, y se encontró con la historia repetida.

-¿A vos Jorge te tocaba, te pegaba?, la interrogó, con miedo a la verdad.

-Sí, con mamá siempre se peleaban y se desquitaba­n con nosotros.

-¿Te llegó a tocar?

-Sí, me tocaba la cola y todo eso... y me mostraba… se bajaba los pantalones, delante de mamá y ella dejaba que lo haga.

La nena le terminó describien­do las violacione­s más aberrantes. Todo era peor que lo que parecía. Ni siquiera la forma en que “El Peque” había llegado al hospital era cierto. Todo era una farsa:

-Jorge le pegó una patada en la panza, después un cachetazo y una piña en la panza… Mamá lo tenía tapado con una almohada y Jorge lo violaba… Después él se acostó en la cama a mirar tele, le preguntamo­s si quería ir al baño y lo acompañamo­s, sólo pis le salió, no podía ir solo porque le dolía. Decía que le dolía la panza. Vomitó y estuvo despierto toda la noche… Al otro día tenía los ojos hinchados, no se movía. Y después mamá fue a llevarlo al hospital...

La causa, en manos de la fiscal Leyla Aguilar y el juez Fernando Mateos, avanzó de forma sinuosa. Sosa fue absuelto por el crimen del “Peque” y también su madre, Claudia Alejandra Mora. Sólo prosperó la acusación contra el hombre por los abusos sexuales al nene muerto y a su hermana Juana. Hace unos días, el Tribunal Oral N° 4 de La Plata, encabezado por Emir Caputo Tártara, condenó a Sosa a la pena de 18 años de cárcel. Al juez le quedó el sabor amargo de haberse visto impedido de sentenciar a los dos padres por homicidio por culpa del sobreseimi­ento previo.

Los hermanitos estuvieron en un hogar hasta febrero de 2015.

Intentaron entregarlo­s a sus tías maternas, pero no funcionó. “No había familia con la que trabajar”, contaron las asistentes sociales. “La madre no se podía hacer cargo. Las tías, tampoco. Fracasaron todas las instancias. Se intentó con el abuelo paterno, pero fue violento con los chicos. Se los dividió entre las tres tías, pero no estaban predispues­tas…”. Las funcionari­as terminaron pidiendo que se declare el “estado de adoptabili­dad” de los nenes para entregarlo­s a una familia.

Pero no es el único pedido que recibió la Justicia.

En el juicio, Romina contó que sabe que sus hermanos están en un hogar, y que eso le duele. A sus 19 años, lanzó su pedido para cortar con el círculo de esta historia:

-Me gustaría que me los den a mí. ■

Romina fue violada por una pareja de su mamá. Se fue de la casa, volvió y su madre ya convivía con otro hombre: terminó condenado por violar a sus hermanitos.

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Fallo amargo. El juez Emir Caputo Tártara redactó la condena contre el abusador.
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