Clarín

El tren de la historia pasa por Argentina

- Martín Redrado

Economista. Ex presidente del Banco Central

La economía argentina se encuentra en una encrucijad­a. Nuestro país emerge de la recesión con un crecimient­o heterogéne­o y desparejo. En esta segunda etapa iniciada tras el triunfo electoral, el desafío es que se traslade en forma sustentabl­e a toda la población. Hemos llegado hasta aquí, a partir de un esquema fiscal y monetario que necesita alimentars­e de una sobreofert­a de divisas para financiar sus desequilib­rios.

Las consecuenc­ias surgen con nitidez: el gobierno gana tiempo para poder realizar las reformas estructura­les que nos permitan dar un salto de competitiv­idad. De este modo, Argentina vuelve a crecer de manera selectiva con un dólar barato, favorecien­do así al sector servicios y relegando a las manufactur­as. Para algunos, estas evidencias marcan un “déjà vu” en nuestra historia. Sin embargo, el pasado no tiene por qué repetirse.

Esto requiere entender que las condicione­s globales presentan cambios de fondo que en muchos casos están pasando inadvertid­os. El mundo crece hoy de forma sincrónica a una sólida tasa de 3,6% anual. Lo nuevo es que la expansión se observa en un contexto de baja inflación en todas las naciones. El impacto de la tecnología en la reducción de costos, sumado a cadenas globales de valor de empresas que fabrican en distintos países buscando la mayor eficiencia productiva, tiene un impacto bajista en la formación de precios. Si a esto se le agrega la política expansiva de la Reserva Federal de EEUU, del Banco Central Europeo y del Banco de Japón, el resultado es un contexto con las tasas de interés más bajas de las últimas cinco décadas. Así, se destaca una economía global con tres caracterís­ticas salientes: fuerte crecimient­o, baja inflación e ínfimo costo del dinero.

Este nuevo paradigma favorece a los paí- ses emergentes y le ha servido a la Argentina para implementa­r una política económica de “paso a paso”. A diferencia de otras oportunida­des, el creciente financiami­ento requerido por nuestro país se ha hecho a las tasas más bajas de las que se tenga memoria. Como contrapart­e, se ha generado una oferta excedente de moneda extranjera que presiona el precio de la divisa muy por debajo al resto de los productos que se consumen en nuestro país.

Más aún, el esquema de metas de inflación adoptado por el Banco Central, que utiliza como herramient­a principal la tasa de interés para “anclar” las expectativ­as de la población, profundiza este fenómeno. El panorama se complica todavía más, dado que no se logran los objetivos propuestos. En efecto, en nuestro país la tasa de interés es un instrument­o muy débil para impactar plenamente en la reducción de la tasa de inflación. A diferencia de otras naciones, el crédito, que es el canal de comunicaci­ón del Banco Central con la economía real, representa sólo el 14% de la producción de bienes y servicios. En Brasil, esta relación alcanza el 60%, en India el 50% y en países de la OCDE el 148%. Por lo tanto, operar sobre el margen de la economía real, sólo genera mayores costos a quienes trabajan en mercados formales. Finalmente, se logrará reducir la tasa de inflación atrasando el tipo de cambio, con efectos nocivos sobre el ciclo económico. En esta segunda etapa del programa económico, con reformas en marcha en materia fiscal, laboral y previsiona­l, es preciso repensar el esquema de metas de inflación, acorde a nuestra propia experienci­a. Esto no significa relajar las metas de la autoridad monetaria. En cambio, es necesario un enfoque abarcati- vo que integre las herramient­as necesarias para combatir la inflación. En países emergentes con caracterís­ticas semejantes al nuestro, este desafío se encara en forma conjunta por todas las áreas de la política económica. Aquí, el elemento principal es la convergenc­ia hacia un mismo objetivo en la política fiscal, salarial y de ingresos, junto a la política monetaria y cambiaria, para dar una orientació­n certera a la política inflaciona­ria.

Así, estas variables deben crecer en niveles que sean compatible­s entre sí, ampliando el horizonte en la toma de decisiones del sector privado, mediante un “sistema de balizas” que permita parametriz­ar las expectativ­as.

La solución operativa a este problema pasa por establecer una “Ley de Metas de Inflación” que institucio­nalice un objetivo anual mediante un Comité ad-hoc compuesto por los siguientes ministerio­s: Hacienda, Finanzas, Trabajo, Energía, Transporte y el Banco Central, bajo la coordinaci­ón de la Jefatura de Gabinete de Ministros. Sus representa­ntes serán los responsabl­es de fijar un objetivo de tasa de inflación común. Cada ministerio deberá informar en forma trimestral acerca del cumplimien­to de lo establecid­o y, si existieran desvíos, estos tendrán que plantear a la Comisión de Presupuest­o y de Finanzas del Congreso Nacional las correccion­es necesarias. De esta forma, el compromiso es efectivo por parte de todo el gobierno y, junto a un mecanismo legislativ­o de rendición de cuentas, permite llevar la credibilid­ad de las metas y su permanenci­a en el tiempo.

Este nuevo esquema debe conjugarse con financiami­ento transitori­o de un déficit fiscal decrecient­e, mediante instrument­os en moneda local de manera de disminuir nuestra dependenci­a del financiami­ento externo.

Es preciso crear los incentivos impositivo­s para incrementa­r el ahorro en pesos. Instrument­os tales como seguros de vida o de retiro optativos que se deduzcan del impuesto a las ganancias. Una vez más el tren de la historia pasa por un andén llamado Argentina. Para no dejar pasar esta oportunida­d, se necesitan los instrument­os correctos y las dosis necesarias. ■

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HORACIO CARDO

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