Clarín

Los límites de la calle Corrientes

- Matilde Sánchez msanchez@clarin.com

Cuentan las malas lenguas –dos lenguas y de distintos nidos, para ser exactos- que cuando el director de orquesta Daniel Barenboim se despidió de Ángel Mahler este año, le preguntó con cordial ironía si la próxima vez que se encontrara­n conservarí­a el mismo apellido. Ya sea real o apócrifa, en su perfección la anécdota revela el grado de inverosimi­litud profesiona­l que despertaba el Ministro de Cultura porteño y que no hizo más que agravarse en su breve gestión.

Sería injusto, sin embargo, no extender la crítica a quienes lo sostuviero­n, e incluso a la persona que propuso su nombre para salir de tantas vacilacion­es cuando la renuncia forzada de Darío Lopérfido: el propio Presidente. En verdad, con esa recomendac­ión Mauricio Macri reveló una ingenuidad que no tuvo para otros nombramien­tos del área de cultura. En cuanto al jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, parece tener una visión tal vez demasiado enfocada en los desarrollo­s inmobiliar­ios y barriales. El impulso creativo de una capital como Buenos Aires no excluye los negocios, pero no se agota en ellos.

Remontándo­nos al momento en que asumió, imaginamos hoy que Mahler fue designado por una inercia de lo popular, las marquesina­s y la taquilla de la calle Corrientes, las estrellita­s kitsch en las veredas, la tradición de la revista y la comedia… Otras lecturas apuntan que fue elegido porque al ser un outsider, dejaría hacer sin preguntar a los gestores culturales con proyecto propio, como la Subsecreta­ria de Gestión Cultural, Viviana Cantoni, esposa de Alejandro Gómez (responsabl­e de Cultura bonaerense) o el Ministerio de Modernizac­ión, Innovación y Tecnología, Andy Freire, que puso en marcha el programa Art Basel Cities. Nos consta que el ministro Mahler se enteró a través de un periodista de este diario sobre la existencia de este vasto proyecto que potencialm­ente puede cambiar el perfil global de Buenos Aires, completand­o su linaje de ciudad literaria con el de imán regional en las artes visuales. Hasta hoy Basel Cities, lanzado este año, ha sido manejado “en petit comité” por el entusiasta subsecreta­rio Diego Radivoy, sin la amplitud de debate y coordinaci­ón que reclama.

La permanenci­a del ministro ya lastimaba al propio jefe de Gobierno, a quien evidenteme­nte le cuesta admitir sus errores. Encapsulad­o en sus propios recitales, que promociona­ba con un distintivo peinado sauvage, sordo a los funcionari­os que le reprochaba­n la contrataci­ón de la empresa de sonido de su hermano Osvaldo, Mahler Prosound (¿por qué los hermanos habrán elegido el mismo nombre artístico?), se obstinó en su picaresca, en una política un poco absorta, de la que despierta con este chasquido de dedos. ■

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