Las marchas, ese maltrato que inmoviliza a la sociedad
Luego del fin de semana pasado agotador por los paros de subtes y marchas, escribo estas lí- neas. El altavoz anunciaba demoras por problemas gremiales... línea H, línea B y línea E. Hice un trámite en el microcentro que me demoraría unas dos horas, atendiendo a la rapidez que deberían tener.
Había dejado el auto y opté por el transporte público. Una hora esperando poder tomar un tren de la línea E, en la estación Jujuy... Se agolpaban hombres, mujeres y pibes esperando. Cada vez éramos más en la estación a medida que pasaba el tiempo, desfilaban y quedábamos allí... esperando. Seguía llegando gente que era despedida, cuasi escupida de otros andenes, para quedar allí, inmóvil, a la espera, callada, impotente, aletargada, dormida. Abstraída en la estación, sin siquiera reflejos, ni deseos de gritar ni reclamar. Había caído inexorablemente en las redes de ese maltrato que inmoviliza, síntomas de lo cronificado, hecho crónico por los años, décadas de maltrato sistemático, silencioso, desconsiderado, cruel.
Ese que nos ha vuelto enemigos con los otros maltratados, una cierta competencia morbosa entre desafortunados maltratados... Tantas ganas de llorar... por la mujer y hombre cansados de luchar, llorar por mi y caer en la cuenta, de que me importa una mierda vos, tus reclamos, tus quejas y tus miserias... ¡quiero llegar a mi casa!