Clarín

Pantalón cortito, canchita de los recuerdos...

- Horacio Pagani hpagani@clarin.com

La llegada de las Fiestas abre el espacio a la nostalgia por vivencias lejanas. Se sabe que la niñez es el verdadero sostén de la vida, el punto de partida. Ahora que la modernidad destruyó todos los misterios de aquella inocencia, queda -sin embargo- un orgullo inalterabl­e por aquellos emprendimi­entos manuales, artesanale­s, esforzados, esos juguetes que nos dieron tanta alegría. El armado de los au- titos de plástico, con masilla, algún plomito y bandas elásticas para hacer la “suspensión” eran obras de ingeniería infantil. Los juegos venían por “temporadas”, de bolitas, de figuritas, de baleros, de yo-yos. Pero el fútbol callejero era la atracción principal. Había pocos autos y podía jugarse frente a frente. Claro: a veces el auto de la policía (esos antiguos Ford T) aparecía imprevista­mente. No tenía luces especiales, ni sirenas. Nosotros disparábam­os. Estaba prohibido jugar en la calle. Los uniformado­s se quedaban con la “pulpo” (pelota de goma) abandonada. Y volvía la colecta solidaria para comprar otra. Justo la solidari- dad y el esfuerzo de todos logró que en el lugar de una casa derrumbada para la construcci­ón de un edificio se pudiera hacer una canchita provisoria: el potrerito. Por semanas desplazamo­s los escombros para lograr un terreno parejo, con la presencia -detrás del arco armado con postes y travesaño- de los curiosos del barrio. Podían hacerse partidos de cinco contra cinco. El otro arco estaba pintado en la pared del fondo. En ese sector -con los rebotesse producían los roces más violentos, pero sin rencores. Habíamos encontrado el lugar de la felicidad. Hasta que iniciaron allí la construcci­ón del edificio. Y nos rompieron el alma.

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