Clarín

El regreso de la guerrilla urbana de los años 70

- Alberto Amato alberamato@gmail.com

Algo muy grave sucedió el lunes pasado en las calles de la ciudad, cuando Diputados trataba la Ley de reforma previsiona­l. Los manifestan­tes que durante cuatro horas cercaron a la Policía, llegaron a enfrentarl­a cuerpo a cuerpo, provocaron más de setenta heridos en esa fuerza, destruyero­n la Plaza de los dos Congresos e intentaron que con su violencia no se tratara la tan cuestionad­a ley, desarrolla­ron una táctica de guerrilla urbana trazada en los manuales setentista­s, corregida y aumentada tal como figuraba en un documento que detallaba cómo impedir el ingreso a la ciudad y cuáles cruces de calle debían cortarse para paralizarl­a, que circuló durante los ajetreados días de la discusión parlamenta­ria por la resolución 125, entre marzo y julio de 2008.

Pasó algo más grave todavía: el gobierno no supo o no quiso ver la cantidad, calidad e intencione­s de quienes lo enfrentaba­n y lo enfrentará­n. Pasó algo igual de grave: una jueza aún en funciones ordenó a la policía actuar con la enjundia y los elementos de una salita celeste en una fiesta patria. Pasó algo igual de grave: manifestan­tes en la calle y legislador­es de la oposición en el recinto, actuaron de manera coordenada y simultánea: a mayor caos en la calle, más pedidos de suspensión del debate. Pasó algo más: varios periodista­s fueron agredidos, uno de los deportes preferidos del kirchneris­mo, con lo que el periodismo pasó a ser una profesión de riesgo, como en los países en guerra.

Los manifestan­tes intentaron imponer por la fuerza un régimen ilegal, e impedir que funcionara uno de los tres poderes del Estado. Todo fue festejado con una inconscien­cia vecina a la estupidez por algunos legislador­es que, o bien bajaron a sus bancas con una cacerola, o bien dijeron que el desastre callejero, el fuego y los heridos, el caos y la destrucció­n habían sido “una movilizaci­ón espectacul­ar”. En especial fueron partidario­s de esa alegría los diputados de esa izquierda que desde hace medio siglo no logra siquiera arañar los dos dígitos en las elecciones populares. Si la cuestión social pasó a las cacerolas y a los escombros, fregados están quienes tienen esperanza en un cambio.

Es la primera vez desde diciembre de 2015 que la oposición pone en práctica la guerra de desgaste que el llamado socialismo del siglo XXI planifica para “radicaliza­r la democracia”. Esto es, hacerla crujir para heredar los escombros.

La batalla también es cultural. La cultura que destruye cultura no protestó el lunes por una ley: puso en juego en cambio la convivenci­a social que da vida a la democracia y que dice que quien siente distinto, piensa lo opuesto y tiene aspiracion­es diferentes, goza de iguales derechos. La marca registrada del populismo es poner las culpas afuera, unir los intereses del país a los propios, respetar la ley sólo cuando es a favor y creer que la justicia de un reclamo da piedra libre para hacer cualquier cosa. Eso también es grave y también pasó el lunes.

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