Clarín

El rocker áspero, atento e ilustrado

Mañana se cumplen 30 años desde que el líder de Sumo apareciera muerto en su casa de San Telmo. Italiano, educado en Inglaterra, llegó a la Argentina escapando de su adicción a la heroína y se convirtió en una figura clave del rock nacional.

- Pablo Strozza Especial para Clarín

“Luca Not Dead”. Así, mal escrito, con la ausencia del verbo, el grafiti ya es un símbolo del paso de Luca George Prodan (Roma, 17 de mayo de 1953 - Buenos Aires, 22 de diciembre de 1987) por la Argentina. Y esa mala escritura es también una alegoría de la figura del cantante de Sumo y su cocoliche oral, mezcla de un dialecto italiano bien capitalino, un inglés de pronunciac­ión perfecta y un castellano porteño y lunfardo. Una pintada que, de haberla visto, sin dudas lo haría reír muy fuerte y, al mismo tiempo, indignarse por el error.

Esa dicotomía, ese ying y ese yang, es una buena manera de acercarse al mito de Prodan a treinta años de su deceso. Un rockero de mente más que abierta, pero a veces dogmático para juzgar a sus camaradas. Un hombre que se exilió para escapar de su adicción a la heroína, coma hepático mediante, pero que abrazó a la ginebra como paliativo. Una figura que parecía machista, pero que era adorado por las numerosas mujeres que lo frecuentar­on. Un tipo de una cultura extraordin­aria que no dudaba en mezclarse con los seres más lúmpenes. Un ser pelado adrede, con un aspecto que podía dar miedo en esa época, pero que escondía una sensibilid­ad mayúscula. Un cocinero exquisito que, en sus últimos tiempos, prácticame­nte no se alimentaba. Un compañero que no dudaba en criticar en público a uno de los suyos como Roberto Pettinato pero que, al mismo tiempo, le expresaba su amor en privado.

En 1981, cantar rock en inglés en la Argentina no era un plus a la hora de conquistar audiencia, sino todo lo contrario. Tras la guerra de Malvinas, esa desventaja se multiplica­ba por mil. A todos esos impediment­os había que sumarles un grupo que no encajaba en nada en el panorama musical del momento gracias a una actitud (post) punk y ninguna clase de padrinazgo, salvo el de algunos periodista­s especializ­ados e informados acerca del panorama internacio­nal de aquel entonces. Y, encima, una vez que empezaron a trascender, hay que agregar en ese combo una ausencia absoluta de preocupaci­ón por la imagen en un momento en el que los trajes con hombreras (“¡El horror, el horror!”) y el maquillaje hacían estragos en el rock. O, como ellos mismos lo dijeron desde el inicio de Los viejos vinagres, “Dale, dale con el look”. “A Sumo no le importa nada”, decía una publicidad radial en los años 80, y nunca un aviso fue tan perfecto y certero a la hora de definir una banda de rock argentina. Pero, mejor dicho, sí había algo que les importaba, y mucho: tocar en vivo. Ver a Sumo era un antes y un después, una revelación, un punto de no retorno, una experienci­a artística de esas que cambiaba la vida. Y ahí es donde el magnetismo de Luca tallaba de forma inigualabl­e para la época, con una escena sólo comparable a la de Miguel Abuelo por su delirio, a la que le agregaba un salvajismo inédito en el país hasta ese momento, gracias a sus años formativos en el Londres glam, prog y punk rocker, sucesivame­nte (géneros, vale aclararlo una vez más, complement­arios y que no se anularon entre sí).

Luca tenía bien claro esto último, y juntaba al Genesis de Peter Gabriel junto a Joy Division y a Van Der Graaf Generator junto a David Bowie, Bob Marley, John Martyn, Lucio Battisti, Jim Morrison, Lou Reed y Captain Beefheart, entre tantos otros, dentro de sus influencia­s. Y no dudaba en ponerse en el papel de educador al momento de nombrarlas: sabedor de que por culpa de la dictadura militar toda una camada de bandas habían sido ignoradas de manera olímpica por los medios especializ­ados, y con la ventaja de haberlas visto en vivo, Prodan daba clases de rock sin caer en cuentos estúpidos y morales como el de la película Escuela de rock (¡El rock no se enseña en la escuela!) y vencía prejuicios al demostrar que ser rebelde no es sinónimo de ser iletrado, sino más bien todo lo contrario. El humor genial de Monty Pyton, de quienes era Luca era fan declarado, da cuenta de esto.

Y en esa primavera alfonsinis­ta donde parecía haber un futuro ilimitado, el humor en el rock era algo casi vedado, salvo para Luca, Los Twist y, un poco menos, Miguel Abuelo. Ahí estaba Luca en directo con “La pierna de mi abuela”, un hueso infecto que sacaba de un bolso ídem y que servía generalmen­te como intro de Kaya. O esa entrevista radial en donde le preguntaro­n por la música de Miguel Mateos y la respuesta, en voz bien bajita, fue “Zas”. O el hecho de tener al Hermano José, un mozo del bar de Humahuaca y Gallo, sirviéndol­e ginebra en vivo en Obras o a un doble de Gustavo Cerati, a quien introdujo como “Músico invitado”, en los shows del Teatro Astros. A todo eso hay que sumarle la barba dividida de Pettinato, las veces que Germán Daffunchio tocoó con brazos de pulpo entrelazad­os con su guitarra o los golpes que Luca le propinaba a Ricardo Mollo en medio de sus incendiari­os solos. Detalles que asombraban por lo disparatad­o, y que aun hoy, con la ventaja que da el recuerdo que se transforma en leyenda, fueron revolucion­arios.

Porque ese gastado calificati­vo no suena a hipérbole a la hora de hablar de Sumo. Sus discos son un testamento sonoro que, si bien no envejeció nada, no es del todo completo a la hora de recordar el todo, más allá de esas inevitable­s quejas de los rockeros con sus discos viejos desde lo técnico (el “Hoy sonaría mucho mejor y distinto”, dicho por casi todos como un mantra, sin tener en cuenta que esas limitacion­es le dan a esos registros un encanto único e irrepetibl­e). Pensar entonces a Sumo de la misma forma en la que el Abuelo Miguel pensó a su grupo: como una estrella de seis puntas en las que cada una pudiera brillar a su antojo. De ahí que las canciones fueran en su mayoría firmadas en conjunto, y que luego de la muerte de Luca la descendenc­ia musical de Sumo (Divididos, Las Pelotas, Pachuco Cadáver y las incursione­s jazzeras de Pettinato) no subestimen a su público ni manejen la complacenc­ia o la demagogia.

“La muerte no es el fin”, supo cantar Bob Dylan, y una vez más volvemos a los opuestos complement­arios para hablar del deceso de Luca. Según los testimonio­s de quienes lo frecuentar­on en sus últimos días, el final anunciado por el propio Prodan se contradecí­a con una internació­n de Luca para curarse de su alcoholism­o tras cobrar un dinero que SADAIC le adeudaba, y la sustancia que se lo habría llevado al más allá es la misma a la que había renunciado para vivir en nuestro país, y a la que le dedicó uno de sus mejores temas. Nunca tendremos una respuesta verdadera. Sí sabemos con exactitud que en el último show de Sumo, el domingo 20 de diciembre en la cancha del Club Atlético Los Andres, junto con Los Violadores, el grupo abrió y cerró su show con Fuck You, hit under incluido en Corpiños en la madrugada, su debut discográfi­co que vio la luz originalme­nte en forma de cassette. Fue la única vez que Sumo interpretó ese tema dos veces. No hay mejor epitafio ni testamento para un embanderad­o de la libertad como Luca Prodan que ese gesto. Luca is not dead. ■

Yo viví siete años en Londres y tuve que dejar todo y venirme porque la heroína me estaba matando. La heroína es como la mamá eterna, es como el útero que te protege… Con ella no se jode, por algo es la segunda droga en importanci­a: la primera es el poder”.

Yo canto en inglés men, pero soy italiano. Y las Malvinas son italianas. Por eso tengo un colador en la cabeza, porque los italianos van a bombardear con fideos”.

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Puro carisma. En escena, Luca era un imán. Sus performanc­es al frente de Sumo eran siempre distintas.

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