Clarín

¿Presidenta no pero sirvienta sí?

- Patricia Kolesnicov pkolesnico­v@clarin.com

La charla fue hace un tiempo y el caballero tenía argumentos gramatical­es. “Presidente” -decía el señores como “cantante”. Y -decía- aunque parece un sustantivo es otro tipo de palabra, un participio presente, o lo quedó de los participio­s presentes del latín. Eso tiene un significad­o: alguien que hace la acción: quien preside, quien canta. Justamente, no tiene género. “¿Vas a decir la cantanta?”

En la mesa corrió el silencio de la duda. Fue un instante y lo cortó la voz decidida de la escritora Claudia Piñeiro: “¿Y ‘sirvienta’ tampoco decís? ¿O ‘presidenta’ no pero ‘sirvienta’ sí”? Gol.

La respuesta de Piñeiro era efectiva y lo era porque, sin decirlo, cruzaba un argumento formal -la coherencia de ese sistema hermoso que es la lengua- con uno social: en la práctica, en nuestra vida urbana, en nuestra clase media hay sirvientas, la lengua se acomodó a la realidad y la palabra “sirvientes” dejó de funcionar para nombrarlas a ellas solas.

Lo mismo se puede alegar para “presidenta” -que la Academia ya acepta- sólo que en una etapa anterior: todavía el idioma cruje, resiste: el participio no se terminó de volver sustantivo.

Pienso en esto porque ayer la Real Academia presentó su diccionari­o actualizad­o y algunas de las novedades pasan por cuestiones de género. “El Diccionari­o nunca se elaborará con criterios de corrección política”, dijo su director, Darío Villanueva, como si cupiera alguna sospecha. Sin embargo, la institució­n cambió -¡a esta altura!- la acepción de palabras como “jueza” y “embajadora”, a las que hasta ahora definía como las esposas de jueces y embajadore­s. No por corrección política sino por dar cuenta de la realidad: hay juezas. Como hay sirvientas.

Hace unas semanas, en la Feria del Libro de Guadalajar­a, una académi- ca, Concepción Company, se preguntaba si el castellano es machista. Y tomaba el viejo tema de “los chicos y las chicas”. Con “chicos”, claro, alcanza para todos. Razonaba: “El masculino no refiere al sexo, refiere a una marca gramatical, se llama género no marcado, porque es indiferent­e al sexo”.

En mis épocas esto se decía así: “el neutro coincide con el masculino”. Claro que “chicos” abarca a todos pero ¡qué casualidad que así sea!, ¿no? Es que todavía el “humano por default”, es varón. Todavía los muñequitos con que se representa a las personas en las infografía­s son iguales a los de los baños... de varones. Todavía la publicidad se dirige a los varones (salvo que hable de cosas “de mujeres”, con un desinfecta­nte para cuidar a los hijos). Y, lo que es mucho más importante: todavía ganamos, en conjunto, un 27 por ciento menos que los muchachos y es más difícil que alcancemos los cargos más altos en las empresas privadas (sólo el 20 por ciento, según un estudio que la consultora Mercer presentó el año pasado).

Ahora bien: si fue un estado del mundo el que construyó esta lengua, ¿cambiar las palabras no es agarrar el tema por los pies? ¿No hay que cambiar la vida y saber que la vida ya se llevará por delante las deficienci­as del lenguaje?

Otra escritora, Gabriela Cabezón Cámara, me responde a esto. Le digo que decir “Lxs alumnxs” es imposible, que por favor, que la historia de la lengua también es algo que dice la lengua, que no se tapa el sol con una x en las vocales. Claro, me contesta. “Las palabras cuentan su historia y la x habla de una incomodida­d, de una pelea, se trata de poner en cuestión lenguaje y dejar huella de lo que se está haciendo”. Porque, salvo la muerte, no hay hechos consumados, siempre puede reabrir la pelea. En el lenguaje, también.

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El cuento de la criada. La serie trabaja sobre la desigualda­d.

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