El psicoanalista K, la jueza y el Partido Obrero
Si alguien ve que un activista le tira un ladrillazo en la cabeza a un policía no debe ver una agresión sino una justificada protesta contra la injusticia. Justificada solamente si el Gobierno es o es considerado de derecha. Algunos justificadores poco conocidos dicen entender, si hay una manera de entender, la lógica de la justificación. Por ejemplo, un columnista de Página 12 y psicoanalista, Cristian Rodríguez. Dice: “La idea del cambio se vendió como un impostado cerebro que piensa por nosotros y nos interpreta. Ese cerebro primitivo y reptiliano es tomado por corrientes que instalan las flamantes neurociencias al servicio del control del pensamiento”. Si no se entendió, está hablando de Macri. Y si aún así tampoco se entiende, consultar a Manes.
No es una metáfora: hay un psicoanálisis militante para estos “tiempos de policía represiva, persecución ideológica, hostigamiento social y económico, censura y represores agazapados”. Nada de curar ya por medio de la palabra: ladrillazos justificados.
Desde un ángulo mucho más comprensible, el fiscal Moldes dice: “No se puede mandar a los policías a cabecear adoquines”, que es lo que psicoanalíticamente justifica el psicoanalista. Y que lo decidió una jueza de la Ciudad autodesignada jefa del operativo. Otro delirio: a pedido del diputado Mariano Recalde ordenó a los policías ir desarmados a defender el Congreso.
Fue Macri quien le abrió la puerta a la jueza al sacar a la Gendarmería y poner la Policía de la Ciudad. Se asustó con las balas de goma de los gendarmes y aceptó quepolicías porteños inermes los reemplazaran. Nada teme más el macrismo que lo relacionen con la dictadura. El Partido Obrero compitió con la jueza y con el psicoanalista. Defendió a Romero, su candidato bazuquero, diciendo que se lo “ve lanzando un fuego de artificio de venta libre”. Estaba festejando la Navidad por anticipado. Las fotos no perdonan: a su lado un policía bonaerense de civil tiraba adoquines a los de la Metropolitana. Estaba militando. No hay que criminalizar la protesta social aunque esta forma de protestar sea criminal.
Una cosa es la protesta social y otra es la violencia política. No parece algo que necesite ser explicado. Con asombrosa irresponsabilidad Moreau culpó de la agresión al periodista Bazán al medio en que trabaja: se merece lo que le pasó. Quizá no sea tan asombroso: Moreau, que es hoy leal a Cristina, fue leal a De Narváez y antes a Alfonsín. La justificación de la violencia propicia más violencia. El lo sabe y la propicia.
Hay un hilo conductor en esta argumentación del kirchnerismo que comienza por equiparar la violencia política a la protesta social. Y un objetivo interno: Cristina sabe que su minoría activa debe aterrorizar a los peronistas que buscan construir una alternativa lejos de ella y un acuerdo de gobernabilidad con Macri.
Hacia afuera, no admite que la derecha que la derrotó dos veces seguidas sea legítima. Los votos no importan: están usurpando el poder. Quiere comunicarle: vos habrás ganado las elecciones, pero nosotros tenemos en la calle el poder de evitar que gobiernes.
Uno nos aclara que hay ladrillazos buenos. Otra se autodesignó jefa policial. El PO y su candidato bazuquero.