Clarín

Macri, la violencia y la decepción con Massa

- Fernando Gonzalez fgonzalez@clarin.com

Miércoles a la tarde en la Quinta de Olivos. El Presidente se suma durante algunos minutos al diálogo de tres funcionari­os con tres periodista­s. Toma un helado de palito con chocolate y no parece abrumado por los sucesos que conmoviero­n a la Argentina cuarenta y ocho horas antes. Cree, como su jefe de Gabinete Marcos Peña, que las leyes de reforma jubilatori­a, el Pacto Fiscal con las provincias y el Presupuest­o 2018 son las más importante­s y las de más difícil aceptación que tiene y que tendrá en estos cuatro años de gobierno. Por eso, asegura que está dispuesto a pagar el costo político que sea para tenerlas aprobadas antes del último día del año. Y todo indica que va a ser así. Que las tres leyes estarán promulgada­s después de Navidad. Y que el costo político estará atravesado por un nuevo escenario de disputa con sus adversario­s. Un campo de batalla en el que deberá seguir enfrentand­o a Cristina Kirchner. La ex presidenta ahora senadora, en decadencia electoral y jaqueada por las investigac­iones judiciales. Pero acompañada esta vez sin disimulo por el Frente Renovador de Sergio Massa, por algunos gremios y por grupos piqueteros con fuerzas de choque, por la mayoría de las pymes de la izquierda y con la novedad inquietant­e del uso de la violencia como instrument­o de presión.

La violencia es la variable que no estaba en el plan de contingenc­ia de Macri. Al menos no en los niveles que alcanzó el miércoles 14 de diciembre en la Comisión Laboral de Diputados; el jueves 15 en la Plaza del Congreso y en el mismo recinto entre belicosos legislador­es; y el lunes 18 en la batalla de las piedras y las escopetas tumberas que ensayaron los sectores más radicaliza­dos de la oposición.

En la Casa Rosada no hay dudas sobre la conexión entre los tres episodios, la consecuenc­ia parlamenta­ria y el crecimient­o de la agresivida­d como apuesta para frenar la reforma jubilatori­a para el año próximo. Un certificad­o de defunción que hubiera tirado abajo el Pacto Fiscal y toda la estrategia económica del Gobierno hasta el 2019.

“Siempre pensamos que el kirchneris­mo podría utilizar la violencia en algún momento, y ahora es cuando está en riesgo su continuida­d política”, es la reflexión que más ha repetido Peña en estos últimos días. La percepción de los responsabl­es de la seguridad en el Gobierno es que los disturbios más graves del lunes fueron protagoniz­ados por grupos du- ros de la izquierda y de los gremios, con el agregado de integrante­s de las barrabrava­s más pesadas del Gran Buenos Aires. Un componente clásico que suelen contratars­e a cambio de pagos en efectivo por algunos intendente­s y gremialist­as para sumar fuerza propia en la violencia exaltada. El accionar de los dos mil activistas que componían la vanguardia más dura de la manifestac­ión frente al Congreso incluyó piedrazos constantes, lanzamient­o horizontal de cohetes tres tiros, el uso de lanzas de madera con punta afilada más facas y cinturones para la batalla mano a mano. Técnicas de la pelea callejera que los barrabrava­s dominan a la perfección.

“Es una batalla cultural que los argentinos tenemos que ganar”, repite el Presidente. Ni él ni Peña lo reconocen abiertamen­te, pero esa batalla cultural incluye también el perfeccion­amiento de las fuerzas de seguridad para enfrentar el desafío político de la violencia en la calle. El Gobierno probó la semana pasada con efecti- vos de Gendarmerí­a y de la Policía Federal a cargo de la ministra Patricia Bullrich, que alternaron ejercicios exitosos de resistenci­a a los ataques con persecucio­nes posteriore­s y balacera de goma donde no hubo muertos de milagro.

El lunes, Macri decidió probar a los policías porteños al mando de Horacio Rodríguez Larreta. Menos experiment­ados que sus colegas federales y con una insólita orden judicial que restringió sus chances, resistiero­n durante cuatro horas el ataque frente al Congreso. Superados en número, por momentos pareció que iban a ser desbordado­s. Pero los episodios de violencia terminaron con 88 policías heridos y 60 manifestan­tes detenidos. Al final de la tarde, policías federales en moto volvieron a recorrer las calles cercanas disparando balas de gomas y apresando a quienes corrían para escaparse. Lo mismo que el jueves, la fortuna quiso que no hubiera víctimas fatales.

Pero el Gobierno sabe que debe formar y entrenar mejor a las fuerzas policiales. Y pre- sume, como gran parte de la dirigencia política, que la violencia ha pasado a formar parte del escenario de transición en el que el Frente Cambiemos amenaza con desplazar del poder a las fracciones del peronismo sin conducción. Sobre todo en la provincia de Buenos Aires, donde la gobernador­a María Eugenia Vidal dispondrá de un presupuest­o mucho más robusto en el Conurbano bonaerense y planea avanzar sobre las intendenci­as en manos del kirchneris­mo y el massismo.

Sergio Massa se ha convertido en una obsesión para Macri y varios de sus ministros. El Gobierno le adjudica responsabi­lidad en el caos del lunes pasado y cree que sus referentes en la Cámara de Diputados, la combativa Graciela Camaño y el ex gobernador Felipe Solá, coordinaro­n la estrategia con los líderes kirchneris­tas para intentar detener la sesión por la reforma jubilatori­a cada vez que arreciaban las piedras y la cohetería navideña en la Plaza. “Del kirchneris­mo y de la izquierda nunca es-

El verdadero examen volverá a ser político y estará marcado por la irrupción de la violencia

peró nada, pero Mauricio está decepciona­do con Sergio”, dicen en tono grave los macristas con manejo político. La grieta viene desde el año pasado pero se ensanchó en las elecciones legislativ­as y todo indica que seguirá ampliándos­e. Massa perdió aliados, diputados e intendente­s en octubre. Necesita recomponer su poder dañado y entrevió en los cambios previsiona­les una bandera que conoce bien de la ANSeS para intentar recomponer­se.

Con la ley jubilatori­a, el Pacto Fiscal y el Presupuest­o aprobados antes de fin de año, más la renta financiera y la reforma laboral que acometerá en las extraordin­arias de febrero, el Gobierno infla su optimismo económico. Pero el verdadero examen volverá a ser político y estará marcado por un contexto muy sensible. El escenario de incertidum­bre que se abre después de que la dirigencia argentina atravesara la frontera imperdonab­le de la violencia. Allí están el intendente peronista Mario Secco; el experiment­ado dirigente trotskista Néstor Pitrola o el hoy desconocid­o diputado Leopoldo Moreau abonando con el peor de los combustibl­es un terreno que jamás debió formar parte de la discusión hacia el futuro. En el año que comienza, la Argentina deberá romper una vez más el círculo vicioso para dejar de ser el país que nunca aprende de sus heridas.

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Macri en la conferenci­a de prensa del miércoles, tras la violencia en el Congreso.
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