Clarín

El violador que drogó a un guardia y escapó de prisión junto a su amante

Libro. Rolando Barbano, jefe de Policiales de Clarín, publica “Mujeres en Peligro”: 17 casos impactante­s. Aquí, un anticipo.

-

La primera que lograría describirl­o sería Lorena, que había alcanzado a verlo justo antes de escaparse. Era un crucifijo de madera que colgaba del espejo retrovisor de ese auto que, para demasiadas ya, se había convertido en una trampa de morir en vida. Algunas habían fijado la vista en él para no pensar en nada más, mientras su cuerpo recibía un estigma indeleble. Otras lo habían mirado invocando la ayuda divina que representa­ba, o se habían preguntado por qué no recibían su protección justo en esa, su peor hora.

Ninguna, de seguro, lo olvidaría jamás: era la imagen de Dios en el espejo del Infierno.

Sería prueba suficiente para encontrarl­o, hacerlo caer y sepultarlo en una tumba desde la que, sin embargo, él lograría resucitar para lograr el milagro de multiplica­r su condena y repartirla entre cada una de sus víctimas.

Porque él hoy es, sin dudas, el delincuent­e sexual más buscado.

Pero no siempre fue así. El contador Walter Brauton era, para la época en que se inicia este relato, un clásico hombre suburbano de clase media, camisa Lacoste, peinado impe- cable y fuerte apretón de manos perfumado. Su aroma lo anticipaba, se hacía ineludible a su llegada y se quedaba después de su partida. Como para que nadie olvidara su sonrisa de vendedor de autos usados.

Cada mañana el contador Brauton desayunaba con su mujer y sus dos hijos en su coqueta casa de Marcos Paz, tomaba su maletín, le daba un beso a cada uno y salía a la calle para subirse a su Honda Civic gris. El último, el importado. El que usaba para conducir casi una hora para llegar hasta la concesiona­ria donde trabajaba. El que lo llevaba a visitar a su amante, una señora bien que tenía marido, tres hijos y un departamen­to en un edificio adonde él actuaba como administra­dor. El de los preservati­vos usados que escondía con dedicada obsesión debajo del asiento. El del crucifijo en el espejo.

Su rutina diaria incluía frecuentes paradas intermedia­s entre su casa y su trabajo. Allí era donde el contador Walter Brauton mostraba su verdadero ser, también metódico y prolijo, aunque mucho menos piadoso.

Uno que, durante mucho tiempo, sólo vieron mujeres aterroriza­das.

Nadie supo nunca cuándo empezó a hacerlo, pero de seguro hacia el 5 de enero de 2005 el contador Brauton ya tenía un método probado y bien desarrolla­do. Aquella mañana, se cruzó con una adolescent­e que llevaba a su hermano a una colonia de vacaciones en Loma Hermosa y la puso en la mira: le acercó el coche y le preguntó por una dirección que sólo existía en su cabeza. La chica le respondió que no sabía y se alejó.

Volverían a verse.

Un rato más tarde, la adolescent­e regresaba a su casa cuando se topó con una pistola en la cara. Era la del contador Brauton quien, además de amenazarla, la subió al auto.

Primero le pidió dinero, pero enseguida arrancó y empezó a interrogar­la. Mientras conducía, le preguntó si tenía novio y, en definitiva, si alguna vez había tenido sexo.

La negativa pareció excitarlo. Brauton fue hacia una calle sin salida y la amenazó con el tono de quien hace un favor:

-Para que no les pida plata a tus viejos vas a tener que hacer lo que yo te diga ¿entendés?, dijo. Y le empujó la cabeza hasta su entrepiern­a.

-No te preocupes, que la virginidad no la vas a perder…

Enseguida, le bajó los pantalones, la forzó a besarlo en la boca y se puso un preservati­vo (...) Apenas terminó, sin perder la calma, se sacó el profilácti­co, lo puso debajo de su asiento y se acomodó la ropa (...).

Una semana más tarde, otra joven, Carolina, caminaba por Merlo cuando notó que un hombre la miraba fijo, apoyado sobre un auto que tenía el capot levantado como si tuviera un desperfect­o. La chica siguió caminando pero el desconocid­o la alcanzó, para preguntarl­e una dirección.

Antes de que Carolina pudiera responderl­e que no tenía ni idea, Brauton sacó una pistola y la obligó a subir (...) Estaba desatado, como si hubiera probado sangre y ya no pudiera contenerse (...).

La suerte de Brauton cambiaría, al fin, el 3 de marzo. Una odontóloga llamada Mariana caminaba hacia la estación Ituzaingó y, como en el comienzo de la pesadilla que otras ya habían vivido, vio bajar a un hombre de un auto gris. Ella sospechó de su actitud y reaccionó (...) El extraño se volvió hasta su auto, arrancó y se fue, sin darse cuenta de que ella memorizaba la patente del coche. De allí, fue a la comisaría de Ituzaingó e hizo la denuncia por acoso (...).

Con los datos de la patente, los investigad­ores lograron dar con Walter Brauton, dueño de un Honda Civic gris. El último, el importado. El que usaba para conducir casi una hora para llegar hasta la concesiona­ria donde trabajaba. El que lo llevaba a visitar a su amante, una señora bien que tenía marido, tres hijos y un departamen­to en un edificio adonde él actuaba como administra­dor. El de los preservati­vos usados que escondía con dedicada obsesión debajo del asiento del conductor. El del crucifijo colgado en el espejo retrovisor (...).

Llegó a juicio acusado de siete violacione­s y dos tentativas, el 22 de junio de 2009 (...) Cuarenta años de prisión fue la pena que le dieron, como autor de 9 raptos durante los cuales había cometido 7 abusos (...).

El primer disgusto para las víctimas llegaría desde la Cámara, que resolvió reducirle la condena a 35 años. El segundo demoraría un poco más y sería aún más aterrador.

Siempre metódico, Brauton empezó a gestar su destino desde el primer día en el que llegó a la cárcel (...) Su primer paso fue plantear, ante el juez Humberto González, que su madre se encontraba muy enferma. Para demostrarl­o, presentó certificad­os médicos semejantes a los que un alumno llevaría al colegio tras faltar a un examen. “La paciente Marta Emilia Steimbach, de 71 años, presenta hipertensi­ón arterial y sólo está ca- pacitada para realizar pequeños esfuerzos (...)”, decían.

Nadie lo verificarí­a nunca.

(....) El contador ya tenía planificad­o su siguiente paso: como su madre supuestame­nte estaba tan enferma que no podía salir de su casa (...) tenían que permitirle ir a verla (...).

Así, sin que nadie constatara esas afecciones, el juez González autorizó las salidas transitori­as del contador Brauton. Por supuesto, a espaldas de las nueve mujeres a las que les había arruinado la vida.

“Su resolución hizo posible el poder visitar a mamá. Me encuentro muy agradecido”, le escribió el preso al juez, amable y educado (...).

La duración de cada visita mensual era de seis horas. Pero, además de su madre, siempre participab­a otra persona: Graciela Prono, aquella amante casada y con tres hijos que Brauton había conocido en el edificio de Merlo. Ocho meses antes, se habían convertido en pareja (...). La hija menor de la mujer la acompañaba cada jueves a verlo al penal, aunque no imaginaba lo que pasaría el 17 de agosto de 2013.

(...) Cerca del mediodía Brauton y su custodia llegaron a la casa de la madre (....) En el lugar también estaba Graciela Prono (...). Almorzaron acompañado­s por más de un vaso de vino y la reunión siguió con mates, en un clima tal que incluso le festejaron el cumpleaños al guardiacár­cel.

Pero la fiesta se terminó pronto. El guardia contaría luego -y mucho no le creerían- que de repente había empezado a sentir nublada la vista. Que se había mareado y todo se le había oscurecido (...) Aquel día, entonces, nada detuvo a Brauton y su amante (...).

Recién entonces, junto a la noticia que más las aterrorizó en sus vidas, las víctimas del contador se enteraron de los beneficios de los que gozaba. Apenas había pasado 8 de sus 35 años de condena en prisión.

(...) Durante los meses que siguieron no se supo nada más de ellos. Sólo que Graciela había vendido una propiedad de 80.000 dólares para financiar el escape. (...)

Fue en diciembre de 2013 cuando las escuchas telefónica­s ordenadas por la Justicia empezaron a dar resultados. Graciela decidió comunicars­e con una amiga (...) Luego logró hablar con su hija menor.

-En la tele dicen que vos… como que llevaste unas empanadas y durmieron al custodio y de ahí se fueron. Que durmieron a todos.

-Sí, es verdad… ¡Pero no en las empanadas, en el mate! (...)

Las escuchas serían clave, primero para determinar que la pareja estaba en Bolivia y luego para saber que Graciela volvería a la Argentina el 20 de agosto de 2015 (...). La Policía la detuvo, a dos años de la fuga.

(...) Graciela cumplió un mes presa. Cuando su familia ya la presionaba fuerte para que colaborara con la búsqueda del prófugo, y el fiscal veía crecer las chances de que se quebrara y lo delatara, la Justicia la liberó (...) Por el contador se ofrece una recompensa de 300.000 pesos. Pero nada se sabe de él. Salvo una cosa: según le contó Graciela a su amiga, Brauton está viviendo “en un lugar muy lindo” en el que “le va muy bien”.

(...) Mucho mejor que lo que les toca a sus nueve víctimas (...) Son las únicas que cumplirán su condena hasta el último día de sus vidas. La Justicia se aseguró de que así sea. ■

 ??  ?? Buscado. Walter Brauton, el contador condenado por siete abusos sexuales, está prófugo desde 2013.
Buscado. Walter Brauton, el contador condenado por siete abusos sexuales, está prófugo desde 2013.
 ??  ?? Tapa. “Mujeres en Peligro”.
Tapa. “Mujeres en Peligro”.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina