Clarín

La esperanza que siempre llega con la Navidad

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

Cuatro velas ardiendo en una corona de adviento. El video, una suerte de mensaje navideño a través de las redes, las mostraba así, en primer plano. Una de ellas se presentaba como la Paz, y lanzaba una queja amarga: si bien cumplía con su tarea de iluminar a los hombres, nadie parecía preocupado por cuidarla y conservarl­a. La segunda de las velas encarnaba a la Fe, y su reclamo no le iba en zaga al an- terior. Su desencanto apuntaba al descrédito y la decepción que parecían haberse apoderado de los humanos. La “voz” de la tercera se hacía escuchar entonces. Hablaba el Amor, y sus palabras sonaban tan tristes como las de las otras dos. Decía sentirse ya sin fuerzas para alumbrar el corazón de los mortales, incapaces de registrar al semejante, tan ocupados en mirarse a sí mismos, tan concentrad­os en sus propios problemas y desventura­s que no había ya lugar en sus almas para detenerse a mirar a quienes estaban al lado. Mientras todas se iban extinguien­do, llegó el turno de la cuarta, la Esperanza, dispuesta a encender con su luz a las restantes, ayudándola­s así a alumbrar en la oscuridad, a aclarar allí donde las tinieblas estuvieran ganando la partida.

La parábola navideña, encerrada en un videíto de poco menos de dos minutos, puede extenderse mucho más allá de las Fiestas, y del espíritu conciliado­r que en general convocan. No dejemos de apostar a la esperanza; luchemos para que el desánimo no gane la partida. Después de todo, como decía Maeterlinc­k, “la desesperan­za se funda en todo lo que sabemos, que es nada, y la esperanza, sobre lo que ignoramos, que es todo”.

Feliz Nochebuena, feliz Navidad.

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