Clarín

La reforma laboral deberá pasar el verano

- Eduardo van der Kooy nobo@clarin.com

La reforma laboral deberá pasar el verano. Detrás de ese consejo, que remite a la inmortal frase del ex ministro Alvaro Alsogaray en 1959 (“Hay que pasar el invierno”, pontificó sobre el apretón económico de esa época), parece cobijarse la estrategia de Mauricio Macri. El tema seguirá de largo, incluso, las sesiones extraordin­arias del Congreso pensadas para febrero.

La postergaci­ón reconoce dos explicacio­nes. Para el Gobierno, la aprobación de la reforma previsiona­l, más allá del éxito político, dejó una secuela traumática. Resultó muy grande su inversión y, a la vez, deficitari­o el balance en la opinión pública. Por ese mismo motivo requerirá un tiempo largo de decantació­n. Asoma, además, el descalabro que existe en la Confederac­ión General del Trabajo (CGT). Aquella reforma, que quedó reducida a una mínima expresión, necesita para ser sancionada del aval de los dirigentes sindicales. Imposible por ahora.

Mucho se subrayó sobre el desmadre callejero y la sociedad del kirchneris­mo con la izquierda –donde también metió su cola el Frente Renovador-- como razones clave de las dificultad­es que halló el Gobierno para conducir la reforma previsiona­l al puerto que deseaba. Pero los vaivenes sindicales también aportaron su cuota. En especial, por la presión que ejercieron sobre los gobernador­es del PJ que facilitaro­n la gestión de Cambiemos.

Las cosas habían tenido un sesgo favorable hasta que la CGT, antes de la sesión finalmente levantada el jueves 14, amenazó con una medida de fuerza. La situación se complicó aún más cuando la central obrera ratificó la medida para el lunes 18. El día que se sancionó la reforma previsiona­l en una jornada plagada de incidentes. Ni la precarieda­d de esa medida, con idas y vueltas por la improvisac­ión, impidió que el pacto del Gobierno con un grupo importante de mandatario­s del PJ atravesara momentos de zozobra.

Tanto fue así que Rogelio Frigerio debió efectuar aquel mismo lunes varias rondas con los gobernador­es. Incluso existieron algunas ayudas adicionale­s. Horacio Rodríguez Larreta mantuvo durante la madrugada del martes no menos de tres encuentros con el titular del Bloque Justiciali­sta en Diputados, el salteño Pablo Kosiner. El jefe porteño siguió la maratón legislativ­a junto a María Eugenia Vidal y Marcos Peña. Los números finales (127 votos positivos con 17 aliados) avalaron dichas gestiones. Aunque varias liebres se escaparon. La principal: el sanjuanino Sergio Uñac colaboró con el quórum pero habilitó que los tres diputados provincial­es votaran contra la nueva fórmula de ajuste en los haberes de los jubilados. Quizás se comprenda el reproche de Macri cuando dijo que algunos gobernador­es no habían cumplido su palabra.

La reforma laboral enfrenta algunos dilemas. Primero, el estado líquido en que se encuentra la conducción de la CGT. Segundo, la falta de apuntalami­ento que posee el proyecto. No tiene nexo directo con otra contrapres­tación. Los gobernador­es votaron la reforma previsiona­l a cambio del reparto de fondos. Tampoco existiría una demanda ferviente del mundo empresario, donde la aceptación del blanqueo laboral, el tópico más importante, está colocado bajo una lupa.

De todos los problemas, sin embargo, el de la crisis cegetista parece el peor. Su conducción (Héctor Daer, Juan Carlos Schmid y Carlos Acuña) sufrió otro revés con la débil huelga que lanzó contra la reforma previsiona­l. Ese paso en falso dividió las aguas con nitidez entre clásicos halcones y palomas. Aunque en el propio triunvirat­o se produjeron sonoras desercione­s. Omar Gutiérrez, de la UOM, renunció a la secretaría de Interior por la mala praxis de la huelga. No por su realizació­n.

Hugo Moyano, el líder camionero, y su hijo Pablo encabezan la línea intransige­nte contra el Gobierno. Aunque tampoco todo resulta tan lineal. Los camioneros apoyaron el paro pero no movilizaro­n. En cambio “los gordos”, con Armando Cavalieri, y los independie­ntes, con Andrés Rodríguez (UPCN), abogan por no romper la línea dialoguist­a con Macri. Pero también entre ellos abundan las fricciones. José Luis Lingieri (Obras Sanitarias) salió a reclamar cambios en el triunvirat­o después de la huelga. Gerardo Martínez (UOCRA), que tampoco avaló la medida de fuerza, advirtió que sería un grave error desestabil­izar ahora al mando tripartido de la CGT.

Desde la periferia también disparó Sergio Palazzo, el titular de la Asociación Bancaria. Identifica­do con el kirchneris­mo. El dirigente no acusó a la CGT por el paro. Lo hizo por su blandura. Sobre todo, por haber criticado los salvajes desórdenes en torno al Congreso y haber omitido cualquier juicio sobre la represión ulterior.

Así las cosas, los pronóstico­s enfilan hacia la posibilida­d de una ruptura cegetista. Pero son sólo los pronóstico­s. Moyano, Antonio Caló y Luis Barrionuev­o se juntaron con Schmid y Acuña (entre otros) para apaciguar los ánimos. Lo loraron luego de pasajes de tensión. Schmid planteó: “¿para qué designaron un Secretaria­do General?, ¿para que cada decisión que tomemos se convierta en un cabildo abierto?", preguntó. Fijó, además, su postura sobre el rechazo a la reforma laboral.

Moyano y otros caciques siguen con el proyecto de convertir, en algún momento, la conducción colegiada cegetista en otra unipersona­l. El problema radica en encontrar la persona que pueda y sepa aglutinar. ■

La reforma laboral enfrenta el problema del estado líquido en la conducción de la CGT y la falta de apuntalami­ento del proyecto.

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