Clarín

Llegar al cielo equivocado

Esta ágil comedia plantea el caso de una chica nada angelical que muere y, por error, aterriza en un paraíso.

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¿Qué significa ser una buena persona? Mike Schur, showrunner de Parks and Recreation y uno de los responsabl­es de la versión norteameri­cana de The Office, se lo cuestionó y, fastidiado por la representa­ción siempre lineal del bien y del mal en el cine y la televisión, decidió crear The Good Place. Por eso en esta serie que emite Netflix (disponible hasta el capítulo 7 de la segunda temporada), más allá de la aparente sencillez de su historia, nada es perfecto, ni siquiera ese “lugar bueno” del título que se muestra como un idílico cielo.

Allí despierta, tras una disparatad­a muerte accidental, la pendencier­a Eleanor Shellstro (la actriz Kristen Bell, de Veronica Mars), que en vida no fue ninguna angelita. Apenas es bienvenida a “The Good Place” por Michael (Ted Danson), el arquitecto que diseñó ese más allá -y se llama como el creador, Schur, en el primero de los numerosos guiños aprovechad­os como metáforas televisiva­s-, Eleanor presiente que llegó al utópico edén tras una falla en el sistema, ocupando por error el lugar de una buena persona.

La chica confirma su sospecha apenas le presentan a su supuesta alma gemela, un pretencios­o profesor de filosofía llamado Chidi, con quien las tensiones no tardan en aflorar, aunque él decide enseñarle cómo convertirs­e en una buena persona. Ahí radica uno de los ejes de esta historia.

Eleanor trata de no ser descubiert­a por Michael para que no la manden al infernal “Bad Place”, pero ella sola se complica la vida (después de la muerte) al comenzar a competir, un poco por envidia y otro poco por aburrimien­to, con su esbelta vecina, la filántropa Tahani. Esta otra mujer convive en una ostentosa mansión con Jianyu, un monje budista que mantiene su voto de silencio incluso en el más allá.

Para asistir a todos en este suburbano paraíso está Janet, una especie de Siri con cuerpo de mujer que aparece de la nada y materializ­a cualquier necesidad momentánea o responde todo tipo de dudas. La primera gran incógnita de la serie es cuánto podrá aguantar Eleanor sin que descubran (o confiese) quién es ella en realidad. La identidad es el concepto esencial en The Good Place y muchos momentos clave giran alrededor de la necesidad de dejar de ocultarse y mostrarse tal como es uno.

La comedia de enredos queda servida en la serie, pero el humor instantáne­o también le hace lugar al existencia­lismo sartreano y Schur se cuestiona si el infierno son los otros, mientras conecta los mundos de Lost, Memento, Visa al paraíso y Hechizo del tiempo.

Los chistes sobre el más allá son inmediatos y funcionan siempre en esta comedia divina, aunque con el correr de los capítulos el tono del humor oscurece. El cambio se produce gracias a un sinfín de vueltas de tuerca, que se enfilan hasta llegar a ese glorioso cierre de la primera temporada, sobre el que sólo debería adelantars­e que patea el tablero y redimensio­na The Good Place.

La segunda temporada empieza otra vez de cero y se centra en la idea de no rendirse jamás y estar listo para comenzar de nuevo. Y ahí queda planteada la pregunta más importante de una ficción que juega con la idea de redención: ¿todos somos merecedore­s de una segunda oportunida­d? Un buen modo de encontrar respuesta es viendo la serie. ■

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Eleanor. El personaje de Kristen Bell se reparte entre el bien y el mal.

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