Balance de 2017 : tragedia y comedia en un mundo que ha vivido equivocado
Impresiones del año que se va, en la mirada del escritor español Juan Cruz. Las dramáticas escenas del terrorismo, el abuso sexual y la intolerancia étnica. La crisis en Cataluña, el hundimiento del ARA San Juan y la prepotencia de Kim Jong-un y Donald Tr
Roberto Fontanarrosa tenía razón: el mundo ha andado equivocado. Y 2017 ha venido a corroborarlo.
Se equivoca el mundo de norte a sur, y por el centro también se equivoca, y sufren por ello los emigrantes y los pobres, los niños del subdesarrollo, y sufre el clima y sufren las amas de casa y las mujeres en general, y los hombres tristes sufren también. Dice otro sureño, Felisberto Hernández: “Me he metido en los problemas de las piedras y que son los problemas de no tenerlos, y me he metido en los problemas de los hombres y que son los problemas de tener problemas”.
Abrumadoras riquezas del norte con las que se podían resolver los problemas de los hombres del sur siguen siendo amasadas en menos manos que las que caben en un cuerpo humano. Grandes construcciones nucleares sustituyen, en todo el mundo, hospitales y centros para investigar el dolor. El dolor, dice Felisberto en la voz de un personaje: “Más adentro descubrió que el porqué provisorio del progreso era evitar el dolor”.
Y ya ven: el dolor trae más dolor, en Siria, en Egipto, en las que fueron repúblicas soviéticas, en África, en cada uno de los lugares de África; como decía el poeta español Blas de Otero, no se salva ni Dios, lo asesinaron. Asesinan a los hombres en nombre de Dios, o de Alá, en cualquiera de los nombres de los dioses, y de esa matanza no se libra nadie, ni Nueva York, ni Cambrils, en Cataluña, ni el simbólico centro del mundo libre que podrían ser también las Ramblas de Barcelona.
Ese desastre global que demuestra que, como decía el rosarino Fontanarrosa, el mundo anda equivocado, acecha como una cimitarra de la Edad Media en lo alto de un pobre lugar del Este del mundo, cargados de razón los yihadistas para asesinar a los que, según ellos, no la tienen. El dolor que se causa en nombre del dolor es un dolor que atosiga y contradice el progreso, pues los hombres están tristes y ya esa no es consecuencia de las poéticas melancolías, sino de las hambrunas y también de las injusticias que antes se llamaban ojo por ojo y ahora se llaman, por ejemplo, justicia yihadista de exterminio total de los infieles.
Pero hay tragedias que no tienen esa viscosa trascendencia global que viene de Oriente, de donde antes venía la ilusión de los Reyes Magos. Esa tragedia en curso en los mares argentinos, la de los tripulantes del submarino ARA San Juan, es un nudo en la garganta de un país, pero también del mundo entero, pues la solidaridad ante el dolor es de las pocas voluntades santas que sobreviven. Un barco a profundidades insondables y oscuras, amarrado al azar, desgobernado también por la casualidad de los instrumentos, prolonga simétricamente lo que pasó hace diecisiete años y cuatro meses en los mares blancos de Rusia con el Kursk.
De esta tragedia argentina no se sabe qué ha quedado aparte del dolor y de la incertidumbre que siguen alimentando grito y llanto y nombres propios, tan propios. De aquella tragedia rusa quedó un texto que se hizo como el testamento de una desgracia: el papel que escribió un tripulante para dar noticia desolada de lo que les estaba pasando, y que concluía con una confesión casi periodística, brutal: “Escribo a ciegas”.
Y es cierto que la historia, la de este año y quizá la de este siglo que comenzó con bombas de terror en Nueva York, ya se escribe a ciegas, llena de las erratas de las noticias falsas, de los tuits exagerados y del periodismo basura que se usa para hundir prestigios empresariales y países enteros. Hay un gatillo nuevo, el dedo índice de las manos de las redes sociales, dispuestos a desestabilizar, desde malolientes garajes, la tierra entera bajo la amenaza de hundir al otro, simplemente porque no quiere lo que tú quieres. Trump del Norte y Kim del Norte también, pero de Corea del Norte, escenifican la desvergüenza mundial disfrazada de lucha por el poder. La sensación que da es que para ambos, para el del Norte y para el del otro Norte, todo lo que sucede entre ellos es el insomnio de los entretenimientos; frente a la miseria del mundo sueñan grandezas cuando en realidad están dirimiendo excentricidades, burla del dolor. Arrojo inútil cuando en realidad no hay coraje entre los que amenazan; no hay coraje, sino prepotencia.
Esa es la gran tristeza del mundo, su escritura a ciegas, la ineptitud de las grandes palabras (Naciones Unidas, por ejemplo) para dirimir conflictos que no serían absolutamente nada al lado del cadáver de un niño sobre las playas de Turquía, caído de los brazos del padre que huye de una guerra que se basa en las distintas interpretaciones mezquinas de la divinidad o del petróleo.
El estado islámico se ha erigido en árbitro del mundo, tiene ahora el récord de asesinatos de la guerra global, y quienes amasan fortunas y les dan sus migajas a los siete millones de fanáticos que, como indica Hans Magnus Enzensberger (en El perdedor radical, Anagrama), tratan de reivindicarse ante su Dios porque ellos mismos no están seguros de ser suficientemente valientes y fieles.
Ese es otro factor del mundo inmundo que en este año 17 del siglo XXI ha marcado la tragedia del dolor en contra de la virtud del progreso. De ese lugar del que parte la guerra ultraislámica parten noticias fatídicas sobre la educación en el mundo, que ahí es ínfima, marcada por la desigualdad social extrema y por la discriminación vergonzosa de los sexos, y marcada también por la prepotencia de familias reales que subsidian el cine y a la vez la metralla. Sentados en poltronas eficaces, alientan el fútbol más que los libros o las escuelas, y venden por el mundo la idea de que están edificando grandes países, mientras a su alrededor crece la pobreza como un hongo salvaje.
El mundo ha andado equivocado, tiene razón el rosarino. De donde vienen las ilusiones, el Hollywood lleno de luz y de melancolía, han surgido este año noticias alarmantes de la suciedad que marcó siempre la consecuencia peor del machismo. El aco- so sexual a la mujer y al hombre. Las actrices se han atrevido a decirlo, y ha temblado la estrella principal del entretenimiento: el productor omnipotente, el actor famoso, los negociantes posteriores de las galas, los que se quedan con la calderilla de uno de los más bellos inventos de la humanidad: las películas.
Han caído estrellas que en la propia pantalla han servido de ejemplo de que eso pasa: el falso presidente Underwood, que tanto nos enseñó acerca de la maldad real de la presidencia norteamericana, es ahora pálido al lado del nombre y la cara, reales, de Kevin Spacey, que es en este momento su némesis, la metáfora de lo oculto, el símbolo de lo falaz.
Es la era de la impotencia: frente al terror, ante las noticias falsas, ante la destrucción de todo aquello que parecía haber sido edificado para el entendimiento: las leyes. En España hemos tenido (estamos teniendo) un episodio de esos: los catalanes de la independencia, a los que asiste la razón del sentimiento, han antepuesto el sentimiento a la razón de Estado y a las leyes, y se han subido al potro de sus urgencias; convocaron un referéndum ilegal, rompieron en el