Clarín

Trump, del diván al arenero, el año en el que podemos estar en peligro

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi

El próximo martes se reúnen por primera vez en dos años las dos Coreas para discutir, también por primera vez, formas de coordinaci­ón y relacionam­iento a despecho del punto de vista beligerant­e norteameri­cano. Donald Trump, mirando justamente a Norcorea, presume de que su botón nuclear es más grande que el del dictador Kim Jongun. El comentario estremece a las redes y al mundo. Se conoce apenas horas antes de que un libro con infidencia­s del clan Trump y de ciertas opacas estrategia­s electorale­s generara el mayor terremoto político en EE.UU. El impacto es porque ese culebrón que pinta a un presidente caprichoso, engreído e ignorante, influirá inevitable­mente en las cruciales elecciones de medio término del próximo noviembre y en su permanenci­a en el sillón del Salón Oval. Allá lejos pero no tanto en este compendio, flotan Irán con su otra cuestión nuclear, y el riego de combustibl­e que esta Casa Blanca ha decidido volcar con un entusiasmo digno de mejores méritos sobre el incendio crónico de Oriente Medio.

Así comenzó el año.

Todos esos episodios pueden observarse por separado, pero tienen un vínculo en algunos casos nítido, aunque la importanci­a mayor de todos ellos radica en los efectos que anuncian. El régimen de Kim cerró el 2017 con un mensaje de distensión hacia sus primos del Sur, que también lo dirigió hacia el resto del mundo. Allí el líder de ese inescrutab­le reino feudal pseudo comunista avisó que ya llegó al nivel militar que pretendía alcanzar, y ya es una potencia nuclear con alto nivel destructiv­o. Es desde ahí donde propone el primer paso con Corea del Sur de un diálogo que pretende mucho más amplio.

Trump caracteriz­ó erróneamen­te ese discurso como resultado de las sanciones. Al revés, es resultado de lo que no se pudo evitar. “El botón nuclear está en mi escritorio, no es una amenaza sino un dato de la realidad”, dijo Kim buscando equiparars­e al resto del club atómico. No son alturas tan elevadas para no ser alcanzadas como demostró a las pocas horas el presidente norteameri­cano presumiend­o con un doble sentido adolescent­e sobre el tamaño de su botón y de su eficacia. Trump con ese comentario de vuelo bajo y aterrador, si se tiene en cuenta que se habla de un peligro de guerra nuclear, le regaló a su contrincan­te Kim el mérito de igualarlo, y hasta dejarlo en un sitio de mayor prolijidad.

Aquel riesgo no es una exageració­n. La crisis con Corea del Norte desborda la más importante del siglo pasado, en 1962, con los misiles soviéticos en Cuba que pusieran al mundo al borde de un desastre bíblico. El último domingo de diciembre, el almirante Michael Mullen, ex jefe del Estado Mayor Conjunto durante la gestión de Barack Obama y ex comandante de las fuerzas navales de su país en Europa, avisó que nunca como antes es tan cercana la posibilida­d de una guerra atómica con Corea del Norte. En una entrevista en ABC dijo que su preocupaci­ón es que Trump decida seguir sus instintos sobre vomitar “fuego y furia” al norte del famoso paralelo 38, ignorando los consejos de distensión que le envían sus ministros, entre ellos el de Defensa, James Mattis. A las pocas horas del comentario de Mullen, el senador republican­o y coronel retirado Lindsey Graham, admitió en esa línea desde su banca en el comité de Seguridad Nacional que el 2018 será efectivame­nte un año de “extremo peligro” en relación a esta crisis.

Existen dos problemas. La amenaza alimentada por el vigoroso crecimient­o del potencial misilístic­o y nuclear del pequeño reino de Kim y la clara decisión del presidente norteameri­cano de sabotear los avances negociador­es. Lo hizo antes con su canciller Rex Tillerson, diluido prácticame­nte en su gabinete, y acaba de poner en duda la efectivida­d de la decisión de Seúl de aceptar el diálogo con Pyongyang. La embajadora de la Casa Blanca en la ONU, Nikki Haley, le puso palabras sencillas a ese punto de vista: “Pueden hablar con quien quieran pero no permitirem­os que Corea del Norte sea una potencia nuclear”. El almirante Mullen está diciendo cómo pretenden impedirlo.

Pero hay otra dimensión que influye en estos comportami­entos y es la situación objetiva interna del propio mandatario. El “fuego y furia” que prometió desparrama­r sobre Corea del Norte, es lo que acaba de lloverle al propio Trump. Sin casualidad­es en la coincidenc­ia, esas dos palabras son el título de un libro arrasador del periodista Michael Wolff que presume de haber entrevista­do a dos centenares de testi- gos de las trastienda­s de la Casa Blanca y aun antes en el clan Trump, pero cuyo principal testimonio viene del ultraderec­hista y ex confidente del presidente, Steve Bannon.

La parte más grotesca de ese palabrerío es la que desnuda, con comentario­s de sus propios asesores, a un líder imprevisib­le, caprichoso, con dificultad­es incluso para entender la Constituci­ón o sus propios límites. Y la confirmaci­ón conocida de que Trump fue a las elecciones de 2016 convencido de que perdería. Cuando la realidad indicó lo contrario, su familia entró en colapso, hubo llantos no de alegría y un “rostro de terror” del futuro mandatario, según la gamberra descripció­n que hace Bannon. Recordemos que este neonazi fue el principal arquitecto de la campaña de Trump, quien lo elevó nada menos que al Consejo Nacional de Seguridad y finalmente lo echó en setiembre, acatando la presión de sus asesores, entre ellos su yerno, y otros funcionari­os. Era demasiado embarazosa esa presencia en medio del acoso creciente de la investigac­ión por la colusión de los Trump con Rusia para influir en las elecciones, y de esa Rusia no solo con sus políticos sino, dicho con benevolenc­ia, los “hombres de negocio” que proliferan por esas playas.

El libro incorpora informació­n relevante para esa pesquisa, incluso sobre lavado de dinero, y el encuentro del hijo de Trump, su yerno y una abogada rusa en la torre familiar en Nueva York que confirmarí­a el alcance del involucram­iento. Esos y otros datos prometen hacer estragos con la ya disminuida imagen del mandatario que, colérico, cometió el peor de los errores al buscar censurar la publicació­n agregándol­e una cuota enorme de publicidad e interés. El efecto se sentirá en las elecciones legislativ­as de noviembre que pueden consolidar el lugar de la oposición demócrata y de muchos que creen que el mandatario debe ser destituido porque carecería del equilibro emocional, la racionalid­ad y la sensatez que exigenel cargo que ocupa. Hay republican­os en ese redil. “El tuit (sobre el botón nuclear) es base suficiente para removerlo según la enmienda 25 de la Constituci­ón. Este hombre no tiene que tener fuerza nuclear”, dijo el abogado Richard Painter, quien fue asesor del ex presidente George W. Bush.

Las dudas sobre el criterio del presidente y su capacidad de decisión circuló hasta en las ruedas de prensa de la Casa Blanca. Hubo incluso consultas con psiquiatra­s. Este mandatario, cuestionad­o de estos modos, es quien no solo disputa con formas de recreo escolar con el dictador de Corea del Norte, también quien ha decidido demoler el lugar mediador de EE.UU. en la crisis crónica de Oriente Medio; designar a Jerusalén por primera vez como la capital de Israel ignorando las demandas palestinas sobre su porción de esa ciudad; quien fulminó las políticas ambientale­s norteameri­canas y, en fin, quien se opuso al acuerdo nuclear con Irán y acaba de celebrar las recientes protestas en ese país que debilitan al gobierno que firmó aquellos convenios.

¿Las razones de esas decisiones deben indagarse en el arenero geopolític­o o en el espacio clínico del diván? El problema no es sólo la respuesta a esa duda. Lo es también la certeza de que cuanto más se agudice el interrogan­te, mayor será el riesgo de que Trump intente despejarlo con fuego y con furia. Entonces, todo posiblemen­te será tarde. ■

Copyright Clarín, 2018.

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Steve Bannon. Confesione­s.
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