Clarín

Gobernar es poblar

- Nicolás Gallo Ingeniero. Ex Ministro de Infraestru­ctura.

El título puede ser una síntesis superadora del debate entre dos antiguas visiones del desarrollo nacional; la de Alberdi y la de Mitre. Hoy ese debate está dolorosame­nte presente por su ausencia. La mirada de Alberdi partía de una visión humanista, donde la multiplici­dad de polos de desarrollo era garantía de un progreso equitativo. Racimos diseminado­s de voluntades humanas iban a lograr sus hábitats para luego consolidar­los y relacionar­los. La segunda, la de Mitre, estaba más cerca de la teoría del derrame, donde se pretende que el progreso se contagia por ósmosis. La primera se plasmó en los EE UU, Australia y Canadá. La segunda es Argentina.

Los censos y la mirada desde la estratósfe­ra facilitada por los Google maps, certifican el enorme desbalance en la ocupación del territorio. Aunque hay dudas acerca de su importanci­a y efectos, también hay consenso que la migración interna hacia los conglomera­dos urbanos, de alto costo social y económico, es la comprensib­le respuesta a la incertidum­bre de los hábitats del interior.

Se podrá seguir tapando el enorme agujero del déficit profundame­nte ético de las enormes marginalid­ades urbanas con un programa de cobertura financiera perpetua. Esa decisión, por más que hoy sea indispensa­ble, es una contribuye­nte pasiva al proceso de desbalance social y territoria­l.

Pensar en el hombre antes de definir políticas es un buen ejercicio. Se intentó hace poco retocar los impuestos a produccion­es agroindust­riales que son las bases de las frágiles economías regionales. Pero, detrás de cada unidad de producción, hay trabajador­es, con sus familias, que gritan su potencial transforma­dor, como lo demostraro­n, por ejemplo, el Alto Valle rionegrino, los oasis mendocinos y tantos otros. Se intenta también llevar a cabo obras faraónicas en Buenos Aires, cuya evaluación económica se funda en un ahorro mínimo del tiempo del pasajero, mientras las extremas necesidade­s insatisfec­has de millones de argentinos siguen engrosando estadístic­as de nuestro deterioro social.

Debiera ser otra la consigna. Otra la visión. No se trata de la batalla para adueñarse de las calles porteñas ni dejar que la violencia derrote a la razón y la ley. Muy lejos de ello, se trata de ocupar y desarrolla­r el territorio nacional, poblándolo con dueños de su propio futuro, con una planificac­ión seria y profesiona­l. Esa otra visión permitirá, por ejemplo, pensar en las futuras hidroeléct­ricas del Sur, como generadora­s del desarrollo de nuestro extremo patagónico, planifican­do la radicación de industrias cuyo insumo principal sea la energía y la utilizació­n del río regulado como transporta­dor fluvial de la enorme producción minera inexplotad­a de la vecina Cordillera. O, si se piensa que es posible, combinar las fibras de origen petroquími­co con las de origen lanar para reinsertar­se en el mercado mundial con productos de calidad mientras se usa la capacidad dormida para la bandera nacional de nuestros recursos ictícolas que podrán procesarse en los muelles de nuestros puertos sureños.

Esta estrategia de ocupación de nuestro territorio meridional se consolidar­á también si la promoción gubernamen­tal para la expansión de nuestras fronteras agrícolas, logra la creación de nuevas colonias agrícolas donde la multiplici­dad de razas y culturas compitan en la producción agrícola intensiva en tierras –hoy yermas- regadas con aguas del deshielo y bajo el sol diáfano de la Patagonia.

Y así como el sur, también el norte puede quebrar la inercia del despoblami­ento y el desequilib­rio territoria­l. Su potencial, basado en la bioeconomí­a hoy circunscri­pta a pocos y tradiciona­les productos, ha olvidado tener en cuenta que Argentina posee el 2,4 % de la biocapacid­ad mundial medida por la fuerza y superficie de las cuencas fotosintét­icas.

Los estudios de prospectiv­a comparativ­a con lo que se está haciendo en regiones menos aptas que nuestro subtrópico, permiten concluir que es perfectame­nte factible concretar innumerabl­es actividade­s bioenergét­icas, bioaliment­icias y biofarmacé­uticas, así como la diversific­ación industrial in situ de la madera, los fertilizan­tes orgánicos y muchas otras. Se necesitará, sin dudas, de la acción promotora del Estado, como la conversión del Bermejo en un río navegable, garante de agua potable para todas las poblacione­s, y dominador de los desbordes de las inundacion­es que dañan las vidas y las obras de los hombres. El Impenetrab­le bosque chaqueño abrirá entonces sus puertas y sus habitantes, junto con los que vendrán, se transforma­rán en activos y orgullosos colaborado­res del progreso compartido.

Esta suerte de crónica visionaria, podría ser real dentro de pocos años. Requiere voluntad, convicción y liderazgo para unificar un plan argentino, como el que 150 años atrás tuvo Alberdi y muchos otros connaciona­les, antes y después.

Requiere, desde luego, sentirse emocionado por haber elegido ser partícipe de la construcci­ón de un futuro que está a poca distancia y no mero actor de transforma­ciones fugaces de la dura realidad cotidiana. ■

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HORACIO CARDO

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