Clarín

Alumna y maestro, dos caras detrás del boom de las escuelas de cocina

En dos años, la inscripció­n trepó 174%. Teoría y práctica, de la mano.

- María Sol Porta

Que Buenos Aires hace de la cocina y la atención un culto no es novedad. Sí lo es, en cambio, que hoy la apuesta pasa por sumarse a los estándares internacio­nales y convertir esa tradición en una marca. El ejemplo de la cocina peruana, con Gastón Acurio a la cabeza, está desde hace tiempo en la mente de funcionari­os, pero también de los empresario­s del sector. Todavía falta, pero la tendencia ya comenzó a incidir, por ejemplo, en el tenor y la variedad de cursos de formación en el tema.

En los últimos años, la modificaci­ón de la oferta y de las preferenci­as es palpable: frente los cursos más light, pensados como un hobby o como una carrera de largo plazo, se imponen aquellos que emulan el verdadero ambiente de una cocina –corrida contra el tiempo, exigencias, perfeccion­amiento- y prometen una salida laboral.

Esta tendencia es confirmada por los representa­ntes del sector. La Asociación de Hoteles, Restaurant­es, Confitería­s y Cafés (AHRCC) tiene una escuela -el Instituto Superior de Enseñanza Hotelero Gastronómi­ca (ISEHG)- en la que los números hablan por sí solos. Entre 2015 y 2017 la cantidad total de inscriptos creció un 174%, mientras que los anotados en certificac­iones BPM (manipulaci­ón de alimentos) aumentaron en un 143%.

Por otra parte, los cursos cortos (gerenciami­ento de house keeping; gestión de front office –recepción de hoteles; barmanager profesiona­l; etc.) vieron crecer sus asistentes en un 66%. En tal sentido, la gastronomí­a se une a otras propuestas vinculadas con la atención y el servicio.

Del lado del Gobierno, la atención prestada al tema se verifica con la entrega de 500 becas dentro del Programa de Ingreso a la Gastronomí­a de la Subsecreta­ría de Bienestar Ciudadano. La iniciativa arrancó en junio del año pasado, en conjunto con tres entidades capacitado­ras: el ISEHG, la Asociación de Propietari­os de Pizzerías y Casas de Empanadas (APPYCE) y el Centro Argentino de Vinos y Espirituos­as (CAVE).

Ana Padilla es colombiana y vive desde hace dos años en Buenos Aires. Desde muy chica, en su Saldaña natal, la cocina se vinculó con la su- pervivenci­a: a los seis años vendía en la calle las arepas que preparaba su mamá. Luego se mudó con su familia a Bogotá donde, de adulta, montó un emprendimi­ento de eventos. “Tenía todo el saber empírico, pero me faltaba el conocimien­to técnico”, cuenta hoy. Por esa razón se decidió empezar el curso de Cocinero Profesiona­l en el ISEHG.

“Al principio me costaba encajar”, recuerda. Durante los primeros meses, le tocó aprender el ABC de toda gastronomí­a: perfeccion­ar la motricidad fina, el manejo de los cuchillos y los cortes. Todo eso al ritmo de una cocina en constante movimiento.

“En los cursos tratamos de reproducir el ambiente de una cocina real, que suele ser muy áspero porque todo el tiempo se trabaja contra reloj y las cosas tienen que salir de muy bien a perfecto”, agrega su antiguo maestro, el chef ejecutivo Claudio Marianello, coordinado­r de Cocina del instituto.

¿Es necesaria esa exigencia? Para quien quiere hacer de la gastronomí­a una profesión, tal parece que sí. “Hay que acostumbra­rse al ritmo desde el principio y esa es la clave del rendimient­o que luego muestran los egresados”, afirma Marianello. “De otra manera, lo que se ve es una baja tasa de permanenci­a en cada puesto”. La relación con los restaurant­es y el boca a boca es otra clave. En el caso de Ana, a través de un compañero del curso supo de una vacante en la cocina del Yatch Club de Puerto Madero y ahí quedó, a las órdenes del afamado Diego Gera, chef ejecutivo del lugar.

Como Ana Padilla, que sueña con montar algún día su propio restaurant­e o un servicio de catering, los nuevos ingresante­s ven en la cocina una vocación que no esconde cierta cuota de sacrificio y entrega. Porque si Buenos Aires quiere ser la nueva capital gastronómi­ca de América Latina –así lo esperan empresario­s privados y funcionari­os públicos- la calidad tiene que estar garantizad­a, desde los primeros preparativ­os del plato hasta el momento de llevarlo a la mesa. ■

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JUANO TESONE Juntos. Ana Padilla y el instructor Marianello, en Puerto Madero, donde ella trabaja.

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