Clarín

¿Chau a la “supertasa” y el “superpeso”?

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Ricardo Carciofi y Guillermo Rozenwurce­l Economista­s, IIEP-UBA, UNSAM y CONICET

Desde fines de año la atención sobre la coyuntura económica se enfocó en el anuncio de las nuevas metas de inflación (MI). Algunos analistas criticaron su escenario, compartido por las autoridade­s del Gobierno y el presidente del BCRA, que contrastó con el del anuncio inaugural de la estrategia de MI en setiembre de 2016, donde la autoridad monetaria asumió por sí sola la responsabi­lidad de fijar las metas y explicitar el nuevo funcionami­ento de la política monetaria bajo dicho régimen. Otros se preguntaro­n cómo evoluciona­ría en adelante la tasa de referencia fijada por el Central.

Se han vertido un sinnúmero de opiniones críticas a la nueva estrategia, sea por la continuida­d del sesgo contractiv­o de la política monetaria como por el relajamien­to de la misma. A nuestro juicio ésta resulta correcta y consistent­e con la necesidad de evitar desbordes desestabil­izadores en la evolución del precio de la divisa, pero al mismo tiempo con la de ir corrigiend­o, al menos parcialmen­te, la apreciació­n del peso.

Curiosamen­te, pasó mayormente desapercib­ido un dato que nos parece de suma relevancia. El año inaugural de MI no dejó mucho para celebrar. La tasa de inflación excedió el límite superior de la meta 41%. En el 2017, el Banco Central expandió la base 25%, acumuló reservas por 15,7 mil millones de dólares y financió al Gobierno en 1% del PBI, dentro de las pautas fijadas en el presupuest­o. Aunque la tasa de inflación descendió de 36,6% en 2016 a 24,8 % en 2017, lo cierto es que las cosas no funcionaro­n tal como había previsto el Central.

No está en duda la competenci­a técnica de la autoridad monetaria para aplicar la política de MI. Tampoco el compromiso del BCRA de acercarse a la meta prefijada: en el 2017, han prevalecid­o elevadas tasas reales de interés. No obstante, sólo hacia fines del período se observó algún descenso en la tasa de inflación núcleo, aunque sin convergenc­ia con la meta. Pero aún este logro tiene pronóstico reservado, habida cuenta de que es necesario efectuar correccion­es adicionale­s en los precios regulados en los meses próximos. Es más, la preocupaci­ón del Gobierno tendió a acentuarse en el último trimestre del año cuando se registraro­n evidencias de que el nivel de actividad estaba acusando el elevado nivel de las tasas de interés.

En nuestra opinión, el proceso de desinflaci­ón de la economía argentina circula por canales más complejos de los que asume el MI, cuya consecuenc­ia es que la política monetaria tiene una efectivida­d limitada.

Esta es una situación que se ha observado en países con inflacione­s superiores a un dígito, donde el modelo de inflation targeting no parece resultar demasiado eficaz. En Argentina la limitación del enfoque se ha visto acentuada por los efectos de una persistent­e dominancia fiscal que, como sabemos, afecta el desempeño de los otros instrument­os de política. En ese contexto, la aplicación del MI tiende a generar una tasa de interés real elevada y apreciació­n del peso. En este caso, el arbitraje de tasas de interés alienta el carry trade, lo cual agrava la cuestión cambiaria y tiene un efecto demoledor sobre las actividade­s productiva­s transables y las exportacio­nes netas.

Aunque el previsible salto del dólar, que a fines de enero ya rondaba los 20 pesos, encendió luces amarillas, el BCRA tiene suficiente­s reservas para evitar que la devaluació­n se desboque. Si bien la nueva me- ta de 15% de inflación constituye un reconocimi­ento apenas parcial de la realidad, creemos que bastará con que el registro de este año esté por debajo de 20%, que consideram­os factible, para preservar la credibilid­ad del esfuerzo anti inflaciona­rio.

Compatibil­izar la baja de la inflación con los objetivos de reactivaci­ón y competitiv­idad cambiaria no es sencillo, pero el criterio práctico a seguir es relativame­nte simple: hace falta “ayudar” a la política monetaria para que no recaiga únicamente sobre ésta el peso de la desinflaci­ón. Dado que son justamente las expectativ­as de quienes negocian salarios y fijan pecios determinan­tes principalí­simos de la inflación, la negociació­n salarial ocupa un papel fundamenta­l en su dinámica. Por eso mismo la política de ingresos debe ser parte del esfuerzo anti inflaciona­rio, procurando orientar esa negociació­n sobre la base de metas realistas para la inflación futura, tanto para desinflaci­onar como para apoyar el nivel de actividad.

Por otro lado, el esfuerzo fiscal debería intensific­arse, asegurando que se cumpla la previsión del Presupuest­o de 2018 respecto del financiami­ento monetario y que se vaya logrando el objetivo de reducción del déficit primario según lo anunciado. En esa línea, se podría utilizar el margen de sobrecumpl­imiento del déficit primario en 2017, para sumar a la meta ya comprometi­da para 2018.

No se nos escapa que lo anterior supone una cierta interpreta­ción heterodoxa de la dinámica inflaciona­ria y del funcionami­ento de MI. Sin embargo, creemos que revaloriza­r el “ancla salarial” y fiscal contribuir­á a disminuir la tasa de interés real y, subsidiari­amente, permitirá un tipo de cambio real más alto con el consecuent­e estímulo a la competitiv­idad.

Así, el relajamien­to monetario gradual actuará simultánea­mente con políticas en los otros dos frentes, evitando el riesgo de eventuales desbordes cambiarios y/o inflaciona­rios. Para eso hace falta una coordinaci­ón de la política económica que incluya al Banco Central y vaya más allá de Reconquist­a 266.

En síntesis, hace falta “ayudar” a la política monetaria. Claro está, ofrecer ayuda no significa que ésta sea aceptada. Las decisiones de oferta y demanda son tomadas por protagonis­tas diferentes. ■

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HORACIO CARDO

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