Clarín

La última noche: diversión en un boliche y el misterio del remís trucho

Sus horas finales. La joven fue a bailar con Virginia Mercado y cuando volvieron se subieron a un Fiat Duna rojo. Su amiga se bajó en la casa y Paulina desapareci­ó.

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Esa noche Paulina dejó su casa de Alderetes, en las afueras de San Miguel de Tucumán. Se puso una musculosa rosada, una pollera marrón y medias de nailon. Tenía el pelo largo y revuelto, atado, un poco mojado. Fue hasta lo de su amiga, Virginia Mercado, una salteña que estudiaba con ella.

Virginia dijo, una y otra vez, que Paulina llegó a su casa de la calle La Rioja pasada la medianoche. Que iban a ir a bailar con su hermana Jimena y cuatro amigos.

Todos coinciden: a las 2.30 juntaron sus cosas y decidieron ir a Gitana, un boliche de la zona del ex Mercado de Abasto, donde había cientos de locales nocturnos. Era el epicentro de la noche tucumana.

Adentro no se separaron. Tomaron una lata de cerveza y bailaron. Poco después de las 6 decidieron que era tiempo de volver a casa. Confirmado por varios testigos, esa es la última certeza sobre qué pasó con Paulina.

Desde ahí, en San Lorenzo y Piedras, caminaron hasta la avenida Alem en busca de un remís. Había de los “truchos”, una constante en la ciudad. Era común ver autos sin identifica­ción parados en las esquinas.

En una plazoleta abandonada, que fue remodelada y hoy tiene una placa en homenaje a Paulina, se subieron a un “Fiat Duna rojo, con vidrios polarizado­s, con un banderín en el techo, con tres círculos de color blanco que en uno de ellos tenía una estrella transparen­te”. Se sentaron atrás. Virginia describió al conductor como un “hombre delgado, de tez blanca, cabello corto negro, peinado al costado. Tendría 30 a 40 años, cejas anchas”.

La primera dirección era La Rioja al 400. Allí paró el auto, la amiga bajó y le alcanzó a Paulina su mochila amarilla de tela de avión. Llegó a es- cuchar la indicación que dio al chofer sobre la dirección de su novio, César Soto. Desde entonces se esfumó.

A casi 12 años no se sabe si Paulina llegó a destino. Ni si cambió de idea a mitad de camino. O si bajó en la zona del Parque 9 de Julio, como contó un hombre que dijo haber hecho un “viaje parecido esa noche”. Tampoco si fue contra su voluntad o por elección a la zona de Tapia para una fiesta privada de la que no salió con vida.

Nunca encontraro­n el auto que describió Virginia. Tampoco el conductor -que se presentó espontánea­mente- se parece al identikit. ■

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