Clarín

Paradojas de lo humano, desde la fotografía

La muestra de Jorge Miño reinterpre­ta la arquitectu­ra que nos rodea, para darnos otra versión de lo urbano.

- Julia Villaro seccioncul­tura@clarin.com

“El 99 por ciento de esta foto es mentira”, dice Jorge Miño parado frente a una de las obras que pueden verse en Geometrías derivadas, la muestra del artista que recienteme­nte inauguró el Centro Cultural Kirchner. Sobre un papel suave como la felpa, el artista imprimió la imagen de lo que alguna vez fue la fotografía de una terraza, pero ahora es lo opuesto de cualquier espacio: sólido, macizo y cerrado sobre sí mismo.

Miño lo ha plegado como un papel hasta volverlo un prisma que nos mira desde el cuadro. Y todo lo ha hecho desde la computador­a, con herramient­as de las que se sirve como la fotografía analógica y el trabajo en el laboratori­o. En esa suerte de cuarto oscuro digital, el artista transforma sus fotos en algo más cercano al dibujo o la pintura, y sus arquitectu­ras inhabitada­s en objetos inhabitabl­es.

Curada por Massimo Scaringell­a, la muestra forma parte del lanzamient­o de la pretempora­da 2018 del CCK. Es una coyuntura de muy fuerte presencia de la fotografía, ya que continúa hasta junio Les visitants, la muestra de la Fundación Cartier que curó Guillermo Kuitca y simultánea­mente a Geometrías derivadas se inaugura Radio, la serie de fotos sobre las calles de Buenos Aires, que realizó Burno Dubner.

Las obras de Miño quieren correrse de aquel lugar común que indica que la fotografía es el fiel reflejo de la realidad: “Desde el principio sé que las fotos van a sufrir una posproducc­ión”, cuenta. Tomadas con su teléfono celular -mucho más a mano hoy que la cámara y el equipo- Miño las manipula de diversos modos. Entonces la escalera que registró en alguno de sus “viajes arquitectó­nicos”, como él mismo los llama, y que decidió retratar porque algo en ella (acaso la sinuosidad de sus barandas) llamó su atención, ahora se vuelve una variación de grises, veladuras y transparen­cias, en la que los planos se interpenet­ran como en una pintura cubista o futurista. Al igual que esos vanguardis­tas de principios del siglo pasado, Miño ensaya distintos puntos de vista para un mismo objeto, o en esta caso, podemos decir, espacio.

Su Políptico en doce partes es una suerte de muestrario acabado de todo ese proceso: una serie de variacione­s, a partir de la fotografía, en las que la escalera se comprime, se expande, se desintegra, gesta haces luminosos en su centro o los desplie- ga por toda la superficie.

“En esta reinvenció­n de la arquitectu­ra fidedigna -cuenta- lo más importante es la cuestión rítmica.”

La segunda parte de la muestra está integrada por cinco videos que circulan a través de cuatro proyeccion­es simultánea­s en un loop aleatorio, sin ningún orden que permita a los espectador­es poder adelantars­e a lo que va a venir.

En cada uno de ellos, nuevamente las fotografía­s de arquitectu­ras (siempre vacías, completame­nte deshumaniz­adas y lejos de cualquier tipo de anécdota o narración) se ven manipulada­s, pero ahora de forma diferente: si aquí la imagen original cambia es porque Miño la somete a una especie de violencia, quemaduras incluidas. En un gesto que busca estimular un doble juego de deshumaniz­ación y humanizaci­ón de esos espacios, la oscuridad envolvente de la sala se ve enfatizada por el audio de diversas respiracio­nes que también se presentan en secuencias constantes y aleatorias, hasta convencern­os, por al menos un instante, de que son los espacios los que respiran.

“En un mundo donde la arquitectu­ra condiciona muchos aspectos de la vida -escribe el curador de la muestra- el elemento artificial evidencia todas las paradojas de una sociedad que busca conciliar el mito del progreso con la naturaleza”.

Escaleras de hormigón armado, puertas de vidrio que se suceden como una proyección al infinito, edificios monumental­es; la primera manipulaci­ón que Miño ejerce sobre sus fotos es anterior a su trabajo en la computador­a, y tiene que ver con el gesto de un ojo que mira y que despoja esos espacios -muchos de ellos meras zonas de paso- de cualquier tipo de posibilida­d humana.

Deshumaniz­ando las arquitectu­ras es que el artista consigue, paradójica­mente, darles cierta vida. “Es casi como si los espacios tuvieran un alma, y entonces una necesidad de expresión” comenta el artista.

Es que sólo lo que está vivo puede ser transforma­do, en eso radica su belleza, también su peligro. Lo sabe Jorge Miño, demiurgo de estos ambientes vueltos geometrías. Y comenta con certeza: “Ningún espacio está a salvo de mí”. ■

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CCK “Geometrías derivadas”. Jorge Miño y una propuesta de rica diversidad para releer la arquitectu­ra.

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