Bruno Dubner desnuda los pequeños detalles de una ciudad que nos oprime y nos libera
A principios del siglo XX decía el historiador del arte Abby Warburg que “el buen dios está en los detalles”. Un árbol seco, un picaporte, las paredes ciegas de algún edificio, el cartel pasado de moda de algún negocio, el cordón de la vereda. Durante siete años el fotógrafo Bruno Dubner recorrió, cámara en mano, las calles de Buenos Aires, deteniéndose ante cada cosa que llamó su atención, aunque no sorprenda a casi nadie.
Sin embargo cada detalle de estas veintisiete fotografías que conforman Radio, la muestra que el artista acaba de inaugurar en el subsuelo del Centro Cultural Kirchner, componen un cuadro certero de lo que es la identidad porteña.
De la extensísima serie de fotos que realizó Dubner, las que pueden verse en el CCK funcionan como un recorte eficaz, que permite descubrir, en unas cuantas imágenes, las obsesiones del fotógrafo.
“Contra las imágenes épicas y las grandes proezas fotográficas –escribe la curadora Lara Marmor- Dubner siente fascinación por el lustre opaco que subsiste en algunos lugares de la ciudad, por su pátina elegante y gastada”. Firmas de ingenieros y arquitectos decorando las fachadas de sus edificios, las juntas de las veredas con los muros, variaciones de baldosas, de cortinas, de carteles.
En la reiteración de un mismo motivo a lo largo y ancho de la ciudad, se fragua su idea de la misma: una metrópoli gris –apenas aparece el verde de algún árbol, apenas un pedazo de cielo- en la que se conjuga el tono lejanamente feliz de esos carteles y toldos añejos con cierto abandono silencioso. El deterioro de las veredas rotas, la mugre que delatan las bolsas de plástico desplomadas contra el suelo, las calles vacías.
Mientras los planos cerrados sobre los objetos estimulan cierta sensación de falta de aire –se trate de un fragmento de cortina sobre una vidriera o de los aires acondicionados en las ventanas como si fuera una pintura abstracta- el tamaño a su vez pequeño de las fotos enfatiza la idea de tener la parte por el todo.
Uno vuelve a cada una de esas cosas insignificantes que nos rodean y por lo tanto nos determinan, y que en la vorágine de la vida cotidiana, y de su alienación, nos pasan inadvertidas. En esos rincones se acumulan y anidan, de forma sigilosa, los más despiadados pedacitos de lo que somos.
Si el nombre de la muestra alude a la radio como medio de comunica- ción -que tuvo su edad de oro a mediados del siglo pasado, en la misma época que tuvieron su edad de oro muchas de las cosas que convocan al fotógrafo- o al deseo de establecer a través de la cámara una mirada de rayo X que dé con el hueso de aquello que la ciudad es, quedará a merced de la interpretación de cada visitante.
Esa ambigüedad resulta sugestiva, al igual que lo resulta la deliberada ausencia de figuras humanas en cada una de las fotos.
Como si aquello que más nos define estuviese por fuera de nosotros mismos, y nos resultara del todo involuntario, ese vacío confiere a las imágenes de Dubner de cierta belleza fantasmal que nos confirma, de a ratos, la sentencia de Borges sobre la perla del Plata: a Buenos Aires no nos une el amor, sino el espanto. ■