Debaten si la inteligencia artificial puede salvar vidas o esclavizarlas
Ángel o demonio. Dos expertos explican ventajas y desventajas de estas tecnologías y discuten si la “decisión final” estará en manos del hombre o de las máquinas.
Por los privilegios que augura pero también por la desconfianza que la bordea, la inteligencia artificial (IA) está en el foco del debate académico y la controversia social. Para conocer mitos y verdades que se esconden detrás de la consciencia digital, la automatización de las decisiones y el papel que desempeña en el mercado laboral, dos expertos con posturas enfrentadas explican qué debería esperar la humanidad en los próximos años.
Uno de los primeros en activar la alarma fue Elon Musk, quien comparó a la IA con esas películas en donde se invoca al demonio y cuando se lo intenta exorcizar con agua bendita, el procedimiento no le hace mella.
“A lo que se refiere Elon Musk y Stephen Hawking es a la llamada Súper IA, que sería una consciencia artificial, que en la actualidad no existe. Y si alguna vez existiera, cosa que nadie sabe si va a ocurrir, habría que ver cómo se podría controlar. Esta superstición se remonta a la década del 50, con el test de Turing y la primer red neuronal de McCulloch-Pitts, que pretendían instalar una conciencia sintética. Y si bien no lo consiguieron, sentaron las bases de la IA. Tras años de oscuridad, se retomó el concepto en los 90 y tres décadas más tarde, llegamos a la primavera de la IA”, sostiene Marcela Riccillo, doctora en Ciencias de la Computación, especialista en Inteligencia Artificial y Robótica.
“Si en un laboratorio se llegara a imitar las conexiones del cerebro se podría llegar a obtener una IA Fuerte. En caso contrario, tenemos apenas una simulación de ese sistema. Las tecnologías no tienen moral, es decir, no se las puede tildar de buenas o malas. Después está el uso y aplicación que hacen las personas de ellas. Si uno piensa en la energía nuclear, tenés la bomba, pero también la resonancia magnética”, indica Gonzalo Zabala, Investigador de la Universidad Abierta Interamericana (UAI).
“La IA existe, es real, lo que no posee es conciencia, igual que los robots. Muchos levantan el dedo y dicen ‘el día que...’. Nadie sabe si va a existir ese ‘día que’. La IA no es algo vivo, es un campo de estudio. No hay algo detrás que bus- que dominar. Lo importante es no perder de vista el potencial que tienen estos algoritmos matemáticos. Es una herramienta para la toma de decisiones, donde el humano siempre tiene la última palabra”, detalla Riccillo.
Pero las excepciones ya comienzan a contradecir a la regla. “Hay algoritmos, como los que utilizan compañías aéreas, que detectan decisiones humanas incorrectas y son capaces de desactivar el mando para que el avión sea piloteada por la IA. Además, decir que la IA es software es reducir la discusión. Es como sostener que un libro es un conjunto de letras, pero es mucho más que eso. El hilo de la trama es mucho más complejo que el eslógan de que se trata de un software que nos puede beneficiar”, argumenta Zabala.
El sensacionalismo en las películas de ciencia ficción terminó por falsear la objetividad. “La calculadora hace cuentas que no logramos resolver en segundos, Wikipedia guarda una gran cantidad de información que el ser humano no necesita memorizar. Esto no significa que Wikipedia o las calculadoras sean mejores que el humano. Lo importante acá es que no se confunda con el concepto de singularidad tecnológica, algo muy habitual en el cine, que sostiene que una red informática o un robot podrían ser capaces de evolucionar en el diseño y construcción de computadoras o robots mejores que él mismo”, remarca Riccillo.
En cuanto a investigación y creación de IA, cinco multinacionales lideran el desarrollo. ¿Esto positivo?
“No, no lo es. Lo importante es abrir el software y someterlo a la revisión de toda la sociedad. Esto evita que un grupo minoritario obtenga el control hegemónico de ese software. Porque cuando una empresa llega a ostentar un poder mayor que el de una nación, me resulta peligroso”, apunta Zabala.
Muchas organizaciones consideran necesario ejercer un control sobre las actividades privadas. “¿Acaso alguien controla cómo se hace Windows o una planilla de cálculo? Es cierto que tiene que haber regulación, en el caso de que se trate de un software crítico. El tema es que no tiene que asustar algo que es un software”, concluye Riccillo. ■