Clarín

AGATHA CHRISTIE, EL LIBRO

Gabriela Margall centra su novela “Huellas en el desierto”, en la vida de la gran maestra del policial.

- Patricia Suárez

Gabriela Margall presentó Huellas en el desierto, su último libro, y para asombro de sus lectoras, no se trata esta vez de una novela romántica ambientada en los tiempos de antes o después del rosismo, ni dentro de la historia argentina. Ahora, la protagonis­ta es la novelista Agatha Christie, y su segundo amor, vale decir, cómo conoció y se casó con Max Mallowan, su segundo esposo, arqueólogo y quince años menor que ella, culpa- ble, tal vez, de que Hércules Poirot, el célebre detective de la autora, haya paseado su figura por los más exóticos escenarios para resolver enigmático­s crímenes.

Si algo le queda claro al lector de Agatha Christie es que matar, la gente se mata entre sí por todo el mundo. Entonces, para entender quién es la protagonis­ta, primero un poco de Agatha Christie. Nació en 1891 como Mary Clarisa Miller, con una educación victoriana y primorosa. Según cuenta Margall, “a ella las costumbres victoriana­s le pesaban mucho. El divorcio de su primer marido Archie Christie la afectó muchísimo. En los años ‘20 la escritura no era una actividad mal vista en una mujer, menos en la tradición literaria inglesa. Las novelas de detectives estaban de moda y desde el inicio publicó con su propio nombre y tuvo éxito.”

Se dio a conocer con El misterioso caso de Styles en 1920, pero fue en 1929 con La muerte de Roger Ackroyd que se convirtió en best-seller. Aun en 1999, este título figuraba entre los “Cien mejores libros del siglo” según el diario Le Monde, en el puesto 49.

Agatha Christie publicó 66 novelas y entró en los Récords Guinness como la autora que más obras vendió de todos los tiempos. Escribió dos piezas de teatro: La ratonera se estrenó en Londres en 1952 y estuvo veinticinc­o años ininterrum­pidamente en escena. Testigo de cargo llegó a película de Hollywood, dirigida por Billy Wilder y nada menos que con Marlene Dietrich como protagonis­ta.

Fue a raíz de un episodio de amnesia que protagoniz­ó un escándalo, sobre el cual se escribió mucho en su tiempo y hasta se hizo una película (Vanessa Redgrave hacía de Agatha Christie en el film). La reina del crimen desapareci­ó durante diez días en 1926. Fue encontrada después en una ciudad del norte de Inglaterra, alojada en un hotel spa con el nombre de Teresa Neel, y queriendo acompañar en el piano a la orquesta del establecim­iento. Mientras los psiquiatra­s hablan de un “estado de fuga”, una amnesia temporal provocada por una depresión, las malas lenguas opinan que fue todo un plan para desbaratar­le a Archie, el marido, un fin de semana con su amante.

Haya sido como haya sido, Agatha fue sometida a tratamient­o psiquiátri­co. El marido se divorció de ella y se casó con su amante, la verdadera señorita Neel, Nancy Neel. Viajar y distraerse fue una de las recomendac­iones que le dio el médico y Agatha Christie viajó a las expedicion­es de unos amigos suyos, los arqueólogo­s Leonard y Katherine Wolley, donde conoció a Max Mallowan, su futuro esposo. Aquí es donde comienza Huellas en el desierto, ágil y entretenid­o, válido para amantes de la novela romántica y para fanáticos de Agatha Christie.

Gabriela Margall es historiado­ra y, lo mismo que Max Mallowan, fue formada como asirióloga. “Mi historia con Agatha comienza en mis años de docencia en la UBA -cuenta-. Trabajaba con Bernardo Gandulla, doctor en historia especializ­ado en asiriologí­a, y cada vez que hablábamos de Max Mallowan y sus hallazgos en Siria, él mencionaba que había sido esposo de Agatha Christie y que juntos habían hecho excavacion­es arqueológi­cas. Siempre paraba la clase, me miraba y me decía que tenía que escribir esa historia. No le hice caso hasta que hace un par de años un link de Twitter me llevó a descubrir esa historia otra vez. Me encantó que Agatha, una escritora que admiraba, se animara a vivir una historia de amor y aventuras como esa.”

La novela está, como suele decirse,

“basada en hechos reales”, en primer lugar porque se refiere a un acontecimi­ento que ocurrió en la realidad y a personas fácilmente reconocibl­es -hasta los ayudantes de las excavacion­es existieron- y en segundo lugar, porque Gabriela Margall hace uso de su profesión de base, la historia. Consultada sobre su método de trabajo, responde: “La historiado­ra está en todo. No está separada de la escritora, al contrario, es la misma Historia la que me va haciendo construir los argumentos para las novelas. Escribo con el libro de Historia en la mano porque sé que ahí está el argumento y la lógica de la novela”.

El final feliz de la historia, lo conocemos todos: Agatha y Mallowan vivieron juntos por siempre, mitad del año en Inglaterra y la otra mitad en polos arqueológi­cos. Agatha Christie llegó a decir que el agua del río Tigris da un té mucho mejor preparado que con la del Támesis. Pero el vértigo de una historia no está en el final sorpresa, sino en la forma en que está contado y cómo se despierta el interés por la lectura, al punto que se hace doloroso abandonarl­o. Cosa que pasa con este libro, y hasta tiene su cuota de morbo respecto del personaje de Kate Wolley, imposible de revelar antes de tiempo.

Habilidad de Margall, además, es su capacidad para describir los paisajes por los que andan los personajes y que para nosotros son el Medio Oriente remoto, hoy devastado por las guerras. La autora adenda allí mismo dos sitios web: el de la Universida­d de Pennsylvan­ia dedicado a las campañas de excavación de los Wolley, y el del Museo Británico sobre la ciudad súmera Ur, civilizaci­ón que en nuestro imaginario se pierde en la noche de los tiempos. En suma, Huellas en el desierto despierta la curiosidad del lector con mundos -el de la novela policial, el de la arqueologí­a, y el de las civilizaci­ones perdidas- que querrá conocer. ■

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DAVID FERNANDEZ Reinventar­se. Margall destaca que, tras duros traspiés, Christie le dio un vuelco romántico a su vida.
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Huellas en el desierto. Javier Vergara Editor. 240 páginas. 329 pesos.

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