La invención de la historia

En una novela triste y hermosa, “Canadá” de Richard Ford, se enuncia una especie de teorema de la memoria, o de la desmemoria: “Cosas que hiciste. Cosas que nunca hiciste. Cosas que soñaste. Al cabo de un largo tiempo se juntan todas”. Recordar es poner en tiempo presente, lo real y lo imaginario del pasado confundiéndolos. Hay por lo menos dos maneras de invocar al pasado: con buena intención o con mala intención. Cada uno de nosotros reconstruye lo que ha vivido según diversas pulsaciones que componen una historia en general nunca objetiva sobre lo que hemos hecho antes. Esa versión de lo que hemos sido es comprensiva sobre nuestra vida pretérita. Todos queremos justificar las decisiones y los caminos tomados en su momento. Es humana y demasiado humana esa actitud benevolente aunque distorsiva. Recordamos equívocamente para defendernos de nuestros defectos y yerros. Pero hay otra construcción o reconstrucción menos candorosa. Es la historia pública levantada desde los cimientos de mentiras alevosas, de manipulaciones deliberadas, de recapitulaciones abiertamente falsas. Simplemente se inventa el pasado en beneficio de grupos de poder y en perjuicio de la mayoría crédula y vulnerable a las ficciones urdidas desde altares del populismo profundo