Clarín

Todos los caminos hacia Juan José Saer

Se ven fotos del archivo del escritor, cartas, primeras ediciones y pinturas que dialogan con su trabajo.

- Mauro Libertella mlibertell­a@clarin.com

Primero hizo pie en Santa Fe y en Rosario y ahora llegó a Buenos Aires Conexión Saer, una importante muestra autoral sobre el escritor argentino Juan José Saer (1937- 2005), curada por María Teresa Constantin y Martín Prieto. Luego de un 2017 explosivo en materia saeriana –desde el Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia de Santa Fe armaron el “año Saer” y se produjeron tres libros, una película, un coloquio internacio­nal y esta muestra-, el amplio primer piso de la galería de la Fundación Osde exhibe este recorrido de imágenes y palabras que funciona como un caminito de tierra en el medio de la selva exuberante de la literatura de Saer.

La muestra está sostenida sobre cuatro columnas, cuatro libros del autor: La zona, Palo y hueso, La mayor y Glosa. Con fotos de época, originales, cartas y primeras ediciones, la historia de vida del escritor que nació en Serodino, hizo escala en pueblos y ciudades de la Provincia de Santa Fe y terminó emigrando a París para vivir ahí hasta su muerte, está narrada por él mismo. ¿Quién más puede contar la propia vida si no un escritor?

Los curadores selecciona­ron frases tomadas de acá y de allá que detentan, siempre, el espesor de esa prosa saturada de comas. La elección no debe haber sido sencilla, porque Saer no fue un autor propenso a exponer su intimidad. Luego, tomaron una decisión que hace justicia al aliento de la escritura de Saer: los textos muchas veces están expuestos como largos párrafos debajo de los cuadros y las imágenes, en un efecto al mismo tiempo literario y visual; mirados desde lejos, son como bloques de concreto sintáctico, como enormes ladrillos de palabras.

Y bajo la superficie de ese mar, Conexión Saer ofrece algunas perlas de esas que justifican cualquier muestra homenaje. Por ejemplo, al principio del recorrido hay un mapa de Santa Fe, una fotocopia rústica y en apariencia desangelad­a que sin embargo tiene una historia aurática: cuando viajó a la Universida­d de Princeton, para dar unas charlas, un profesor le pidió que le indicara en un mapa cuáles eran los lugares reales de las escenas de muchos de sus libros. Entonces Juan pidió un mapa y marcó con tinta azul los nudos urbanos de su ficción. “Sin embargo, pidió explícitam­ente que en el mapa, al igual que en su obra, no apareciera el nombre de la ciudad”, dice María Teresa Constantin. En ese gesto está re- sumida una posición: al mismo tiempo cerca y lejos de su lugar de origen.

Detrás de una vitrina, el visitante puede apreciar también una prolija carta a máquina. Es una epístola de entrecasa, de un “juani” recién llegado a París que le transmite a su familia los pormenores banales de cualquier vida cotidiana de un argentino en Europa. Y de pronto, el punto hipnótico del texto: el joven le pide a su madre que le mande mantas por barco, o, porque el invierno va a ser er particular­mente crudo. o. ¿Hay algo más íntimo que e eso? ¿Se puede llegar más s al fondo en el entramado o atómico de lo familiar?

Todos los escritores tienen una relación tirante con la idea de la posteridad. Borges decía que no quería una calle con su nombre y, ay, la cuadra en la que nació ahora ra lleva su apellido. ¿Cóómo habría reaccionaa­do Saer a una muestra a de esta naturaleza?

Martín Prieto o arriesga una hipótesis: “A mediados de los años 90 yo estaba bastante perplejo porque Saer empezaba a tener muchos lectores, a ser entrevista­do acá y allá. Su obra se ha-

bía escapado del círculo, de su esplendor clandestin­o que se transmitía entre susurros, como dijo George Steiner del Borges de los años 60. Y entonces aproveché la circunstan­cia de una entrevista y le pregunté si no le molestaba convivir con su propio mito, que lo reporteara­n, que le hicieran homenajes, que lo trataran como si estuviera muerto. Me dijo que Ibsen se había sacado una foto junto a su propio monumento. Y que había seguido siendo Ibsen. Pero que no creía que hubiese un mito a su alrededor, que no se considerab­a un escritor especialme­nte reconocido. Que en Santa Fe, salvo sus amigos, no lo conocía nadie. Yo diría que esta exposición responde estrictame­nte a sus méritos como escritor. Y que tiene como objetivo no solo relacionar a su obra con la de otros artistas y otros escritores y ponerla en un contexto biográfico, social, territoria­l sino, también, por qué no, tentar a nuevos lectores. Y que el Saer octogenari­o, en homenaje a Ibsen, se sacaría una foto junto a su enorme foto de la vidriera de Osde y seguiría siendo Saer”.

Hace ya varios años que el llamado Fondo Saer –borradores inéditos que fueron publicados ya en cuatro tomos al cuidado de Julio Premat- está en la Universida­d de Princeton, ese gran reservorio de la literatura del continente. En ese sentido, sentido lo que queda de él e en términos de material museificab­le estaba astillado y hub bo que salir a buscarlo los. Fue una auténtica pe pesquisa, para decirlo co con uno de sus títulos. As Así lo cuenta Prieto: “Su construcci­ón supu puso el rastreo de manu nuscritos, cartas, docume mentos, fotografía­s, de uno en uno. Un amigo, otro otro, otro. La familia, de u uno en uno también. S Saer, además, no tuvo una explícita “vida literaria” que segregara nnuevos registros, fotog grafías significan­tes, correspond­encias con otros escritores. Ni siq quiera era un entusiasta co correspons­al”.

En ese sentido, Cone nexión Saer se puede leer co como la autobiogra­fía que el autor de El entenado nu nunca escribió. ■

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FOTOS: GENTILEZA FUNDAC. OSDE El jinete azul. Acrílico y óleo sobre tela del artista Juan Pablo Renzi.
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Estampa. El autor en París, una de las ciudades que abrazó.

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