Clarín

El problema de no poder decir cosas hirientes

- Miguel Jurado mjurado@clarin.com

Sufría de una enorme incapacida­d para decir cosas hirientes, aún cuando fueran verdad. Nunca se le hubiera ocurrido decir, por ejemplo: “Ese corte de pelo te queda mal”, “estás más gordo” o “tenés olor a chivo”.

Ojo, no es que no haya sido educado para ser sincero hasta la inmolación, venía de una familia de sincerópat­as severos. Una vez, un cura fue a darle la extremaunc­ión a su abuela en el lecho de muerte, y cuando se acercó, la anciana, corriendo la mascarilla de oxígeno, le dijo con un hilo de voz: “Tiene mal aliento”.

Justamente ese fue su gran problema, el mal aliento. No el suyo, el de su compañero de trabajo. Y no porque le molestara a él, sino porque era imposible para su amiga.

Todo empezó cuando se la presentó. El amigo se entusiasmó enseguida y empezó a llamarla para repetir. La chica, nada.

A la semana, su amiga le dijo que el gran problema con su colega era el mal aliento, y le rogó que se lo diga para que lo solucione. Así, el romance no tenía chances.

Nuestro personaje se decidió a arreglar el desencuent­ro, pero cada vez que encaraba a su compañero no le salía la voz. Empezó a dejar folletos de enjuagues bucales en su escritorio, compró una pasta dentífrica especial y se la regaló con el pretexto: “Ya tengo dos”. Hizo de todo menos hablar y no logró nada.

La presión de su amiga seguía y su compañero no entendía porqué no conectaba con ella. Al final, convencido de que no vencería sus limitacion­es, miró a su amigo a los ojos y con cara afligida, le dijo: “Esa chica no te conviene”. Para algunos, si va a ser dolorosa, es preferible decir una mentira que una verdad.

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