Clarín

La estúpida desnudez del “descalzo”

- Hernán Firpo hfirpo@clarin.com

El “descalzo” no tiene color salmón. Es una criatura que llega a la ciudad balnearia con el bronceado de mil terrazas. El “descalzo” es una de las especies más complejas y menos estudiadas de la fauna estacional.

Se sabe que la playa es una obligación por el asunto recurrente de las dietas, la figura y todas esas experienci­as estéticas, pero poco se ha dicho acerca de la ridícula e inexplicab­le nece- sidad de mostrarnos ligerament­e “salvajes”. Es como si de pronto la inquietud pasara sólo por saber si el otro se metió o no se metió en el mar. Esa curiosidad, luego, se transforma en estadístic­a. Son días bravos en los que todos menos los “descalzos” se la pasan queriendo saber dónde quedó el protector solar.

Para los “descalzos” es importante sentirse un poco rústicos estando en patas en la cola de un supermerca­do de Pinamar. La onda es dejar la vaga impresión “originaria” de que nadie nació para llevar zapatillas ni ojotas. El “descalzo” interviene con esa clase de mensaje. Es el mismo que no pierde oportunida­d para comen- tar su temporario desprecio por la tecnología (claro, ahora que va en patas al súper se siente más allá del bien y del mal).

El “descalzo” es un veraneante. El veraneante no tiene nada que ver con el turista y está a años luz del flâneur. Los “descalzos” son gente que ya no está en edad de mimetizars­e. Una revista tipo Seleccione­s estudió que el tatuaje de henna, ése que se borra con el tiempo, fue inventado para los “descalzos” que corren en la arena caliente (descalzos) y que insisten con su estúpida desnudez en las calles del centro o en el cajero. Siempre descalzos pero con su tobillera reglamenta­ria hecha de caracolito­s.

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