Clarín

Uno parece estar mejor que el otro, pero una final es distinto a todo

Boca-River. Guillermo arriesgó con la rotación; Gallardo sigue buscando.

- Horacio Pagani hpagani@clarin.com

Boca pagó el precio de la rotación masiva frente a un brillante Argentinos Juniors. Le veía muy bien la mano (incluso con importante­s lesiones aisladas) porque por su ausencia en la Copa Libertador­es pasada tuvo más espacios para el torneo local. Es cierto que algunos faltaron por problemas físicos (Goltz y Magallán), que Pablo Pérez estaba para pocos minutos y que Barrios (la pieza clave) estaba suspendido. Se dice que el plantel es amplio y que hay posibilida­des de recambio. Es cierto, se pueden hacer dos, tres y hasta cuatro reemplazos de los titulares sin compromete­r demasiado el funcionami­ento. Pero un equipo nuevo casi entero -sin rodaje mínimo suficiente- es difícil que ruede bien. Y mucho menos si el rival juega su partido como una final, en su cancha chica y con jóvenes atentos, aptos técnicamen­te y con entrega total. Voraces de notoriedad. La gran ventaja de puntos les dio a los mellizos Barros Schelotto la posibilida­d de hacer el intento. Pensando en la cercanía de la final de la Supercopa con River. Le fue mal. Faltaban 9 días para éso. Y queda un partido el sábado (con Tigre) cuatro días antes del clásico. Quizás hubiera sido más lógico hacer el experiment­o en ese encuentro y no en ése. Fue una elección que, tal vez, altere la idea para la formación del sábado.

El caso de River es diferente. Viene muy mal en la Superliga. Gallardo hace rato que no encuentra el equipo (esa es su responsabi­lidad) y los jugadores que elige no responden en la cancha a las expectativ­as, aun con los cambios que intenta. Una cosa tiene que ver con la otra, segurament­e. El equipo está en 21° y muy lejos de la chances de clasificar­se para la próxima Libertador­es. Le queda coronarse en ésta o en la Copa Argentina. No ofrece seguridade­s. Se vio en el debut contra Flamengo en la actual competenci­a internacio­nal. Un empate salvador le llegó en el minuto 87 con un zapatazo de Mayada.

Este choque con Boca puede traerle un fuerte alivio. Es el clásico de siempre y una final en juego. Aunque sea diferente a aquella de 1976 en la que definía un campeonato Nacional que ambos disputaron. Aquí Boca ganó el Torneo de 30 equipos y River, la Copa Argentina. Pero es una final, al cabo. Y siempre es un riesgo para los conten- dientes. Porque las derrotas suelen dejar estelas. River también tiene que jugar al sábado -en Paraná- y Gallardo tendrá que elegir a quienes jugarán y a quienes reservará. No tiene hoy un equipo titular claro. Pero que sabe el choque con Boca tiene ingredient­es muy diferentes. Que se parece a un todo o nada. ¿Pondrá mayoría de los que jugarán el miércoles, contra Patronato? ¿o no? Necesita puntos, además. Ese es su dilema. ¿Y Guillermo? Ya hizo una prueba fallida. Quizás puede darle descanso a Pavón (jugó siempre y bajó su nivel) y a Cardona. Los demás tendrían que volver con Barrios y Tevez, a la cabeza. Son decisiones, entre la convenienc­ia y las necesidade­s. Un juego de ajedrez. De los dos entrenador­es.

La pregunta de moda es: ¿Quién arriesga más, Guillermo o Gallardo? Boca seguirá como puntero en la Superliga aun si perdiera. Pero con una mancha difícil de borrar. Para Gallardo, la caída, sería el colofón de un campeonato nefasto. Un golpe muy profundo. Pero esto es fútbol. Al cabo, un juego que despierta pasiones. Un fenómeno social. Sin embargo, sería bueno recortarle el dramatismo que se proclama más allá de la alegría de un triunfo y la tristeza de una derrota.

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