Clarín

El apagón feminista: un paseo por el museo de las artistas

Sólo las 20 obras de mujeres, sobre el total de 270 piezas, quedan iluminadas por media hora desde las 18.

- Matilde Sánchez msanchez@clarin.com

De pronto, a las seis en punto cada tarde y por media hora, se apaga la mayor parte de la superficie y la luz queda reducida a unos pocos focos puntuales. El efecto es de gran impacto. El apagón oculta las obras de artistas varones y la luz es dirigida exclusivam­ente a las creadoras: esta es la acción del Museo Nacional de Bellas Artes para conmemorar el mes de la mujer y se extenderá por dos semana. Pensada para sintonizar con la convocator­ia del colectivo “Nosotras proponemos”, que reúne a decenas de mujeres vinculadas al arte en un Manifiesto de 37 puntos destinado a promover la paridad de género en el sector, esta intervenci­ón busca visibiliza­r a las artistas. Lo que queda expuesto de modo irrefutabl­e es la minoría de las artistas: denuncia por sí sola la inequidad de acceso a la consagraci­ón en las institucio­nes del arte. En otras palabras, el visitante vagará por media hora en una reveladora penumbra y se verá llevado a apreciar las obras de las artistas.

El primer piso del Museo, inaugurado con pompa en agosto de 2015, muestra que sobre un total de 270 piezas, solo hay 20 obras de mujeres. Si la disparidad es irrefutabl­e, se sigue una pregunta de perogrullo: ¿estas creadoras son todas las que están o hay muchas que esperan su turno de luz en algún subsuelo? Quienes han transitado los depósitos de Bellas Artes confían que esto obedece a un selección, dado que hay en el patrimonio del MNBA una gran cantidad de obra de mujeres que no han sido incluidas en el guión.

Pero vale la pena explorar este cla- roscuro, porque el apagón no es ni repentino ni tan simultáneo. La iluminació­n del Museo está serializad­a y cada sala tiene su propia centralita, de manera que es preciso que el guarda vaya de una a otra con una escalerita portátil y que se suba para acceder al interrupto­r. Tal es la imagen low tech, muy doméstica, la otra cara de la moneda. En cuestión de cinco minutos se hace la oscuridad en toda la planta y los focos proponen un circuito propio, que no fue previsto en la colgada y que entrega una historia singular, al ritmo de las décadas y las estéticas.

Así, en la sala de comienzos del siglo XX donde reina la búsqueda de lo nacional en los óleos pintoresco­s de Bernaldo de Quirós, se destaca un paisaje muy verde, de pequeño tamaño. Es “Oropa”, de Lía Gismondi, la primera pintora que tuvo una exposición individual en una galería del centro en 2007 y que figura como adquisició­n del Museo en 1911. En la sala 36, arte argentino 1945-1970, dedi- cado a obras cinéticas, dos esculturas de Martha Boto dejan en segundo plano las de Gyula Kosice y Julio Le Parc. Pero es la sala 28, sobre lenguajes modernos, la que ofrece el contraste más dramático –secuencia insuperabl­e en la que una obra de Dora Maar, pareja y modelo de mujer en llanto del gran malagueño, vence al retrato cubista de su Pablo (Picasso) y a las obras vecinas de Leger, Paul Klee y Kandinsky, a oscuras.

Más adelante, es notorio que el mundo del arte ha cambiado (empezó a cambiar en los años 40, con el acceso a la universida­d). En la sala 40, arte argentino de los 80, quedan iluminados el torso metálico de Liliana Maresca, un retrato de Marcia Schvartz y otro de Diana Aisenberg. El recorrido conduce finalmente al pleno de luz, a la na”, la conquista sala el gran que óleo exhibe de la azul “A lu- y negro de Raquel Forner que titula y reúne piezas de otras seis artistas, Graciela Sacco, Elba Bairon, Liliana Porter, Diana Dowek, Mónica Millán y Noemí Gerstein.

La nueva directora artística del Museo, Mariana Marchesi, lleva seis meses trabajando y cuenta que empezaron a barajar las actividade­s para conmemorar el mes de la mujer en diciembre. Se plegaron, junto al director general Andrés Duprat, a la convocator­ia del grupo “Nosotras proponemos”. La idea es visibiliza­r la disparidad de la presencia en el acervo.

Vuelvo con Marchesi al paisaje en verde de Lía Gismondi, la más antigua de las obras. La historiado­ra y cu-

Guión original

La directora Marchesi admite que hay una autocrític­a de la institució­n y sus automatism­os a la hora de consagrar. Hay preguntars­e cómo re

vertirlos.

radora observa que “a comienzos del siglo XX era habitual que entre las mujeres que se dedicaban a expandir los derechos de la mujer, quienes lo hacían desde las artes pertenecía­n a las mondi clases o Lía acomodadas, Correa Morales. como Claro Gisque por otro lado luchaban las anarquista­s, desde la clase trabajador­a.” No fue hasta la década del 40 que comenzaría un mayor acceso de la mujer a la Academia, que las vería convertirs­e en historiado­ras del arte y docentes, finalmente en curadoras. Podemos pensar que lo más importante de esta acción, sin embargo, resulta su dimensión autocrític­a. De hecho, en las redes reverberar­on algunos el en guión dor tiempos comentario­s en museográfi­co, Jefe del de ex Bellas sobre curaArtes, el historiado­r Roberto Amigo, Marchesi admite que hay una autocrític­a institucio­nal: “No se trata sólo de señalar un problema; vertirlo. denuncia hay Poder en que abstracto visualizar preguntars­e tiene lo cómo que mucho uno reimpacto. ción tiene Por su eso efecto, , y porque decidimos la repeti- prolongar la acción”. Según la historiado­ra, nos obliga a ciertas preguntas: ¿qué lugar se dio a la mujer en las institucio­nes? Si bien hoy existen avances, la situación tampoco se revirtió de manera radical. Las dificultad­es siguen existiendo. Hay motivos profundos de esta disparidad, que tienen que ver con la reproducci­ón de mecanismos culturales históricos unilateral­es e impuestos, que obedecen a una única mirada masculina”. ■

 ??  ?? Sala 30. Arte internacio­nal y argentino (1920-1945). Al fondo, la obra majestuosa y siempre perturbado­ra de Raquel Forner.
Sala 30. Arte internacio­nal y argentino (1920-1945). Al fondo, la obra majestuosa y siempre perturbado­ra de Raquel Forner.

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