Clarín

El gradualism­o, con la Justicia no funciona

- Jorge Lanata

El anuncio de la reducción de la pobreza a 25,7% demostró en esta semana que, en algunas ocasiones, el gradualism­o puede funcionar. Reducir el grupo de excluidos de la economía de un tercio a un cuarto no es poco, pero en modo alguno nos saca del problema.

Pudo hacerse sin, por ejemplo, despedir a los 400 mil empleados del Estado que los ortodoxos señalaban como bandera. El peor problema de esa área no es el de los números sino el concepto de que seguimos viendo la asistencia estatal a cambio de nada como algo permanente. Mientras imaginemos el futuro con un cuarto de la Argentina siempre en el mismo lugar no será posible bajar el déficit y el cuentagota­s de la deuda terminará rompiendo el recipiente.

Hay, sin embargo, otros sectores en los que el gradualism­o fue un error. La Justicia es uno de ellos.

-¿Qué hacemos con los jueces?, dicen que se preguntaba el Presidente en Los Abrojos a pocos días de asumir. Nadie tuvo en esos días coraje político para removerlos. Se eligió entonces seguir el sendero histórico: buscar amigos, operadores que influyeran sobre sus decisiones. No funcionó. A tal punto fue el aislamient­o que el Gobierno tuvo con los jueces en esos días, que necesitó, incluso, de la gestión de amigos del Presidente que ni siquiera son funcionari­os.

“Los jueces están líberos –me dijo en esos días un operador histórico de Comodoro Py¡¡Líberos!!. lo decía con angustia y asombro. Siempre habían sido controlado­s por un sec- tor u otro de la SIDE, por la Embajada de Estados Unidos o por grupos de presión. Desde la histórica figura de Pepe Allevato en épocas de Menem, el servicio de entrega de sobres en los tribunales funcionó aceitado. El kirchneris­mo les permitió negocios privados o acuerdos de coproducci­ón con la Policía.

Oyarbide –a quien el propio Macri no se animó a despedir- fue el ejemplo paradigmát­ico del juez venal. El hermano de tal, el primo de cual, la corbata de cada color según se hubiera arreglado la audiencia, los estudios que actuaban como empresas offshore o la coima directa con el abogado del detenido formaron y forman parte del panorama judicial. ¿ Qué si no la coima puede explicar la gran cantidad de permisos transitori­os a violadores o violentos condenados?

El kirchneris­mo le agregó un ingredient­e que tiñó los juzgados: la ideología. Justicia Legítima se extendió como un virus sin control y los jueces juzgaron según sus leyes y una visión dandy-zaffaronia­na de la vida. Ocultos en el lenguaje críptico de sus sentencias y amparados en el desconocim­iento de sus figuras por parte de la prensa los jueces lograron ser cada vez menos responsabl­es de sus decisiones.

Si alguna vez se modifican los Códigos de Procedimie­nto no estaría mal que se obligara a los magistrado­s a explicar sus fallos en los medios: un juez conocido por la opinión pública se cuidaría más a la hora de cobrar las libertades. En ese ambiente, en plena selva, se intentó un gradualism­o ingenuo bajo la excusa formal de no querer intervenir un poder independie­nte. Si desde el comienzo se hubiera sometido a juicio político a todos los jueces federales se hubiera tratado, sencillame­nte, de aplicar la ley y llamar a concursos en los que no importara la inclinació­n política del juez sino su capacidad para ejercer la función.

Los jueces corruptos no tienen ideología, tienen postores. Venimos diciendo hace años que el principal problema de la Argentina es la Justicia –finalmente, siempre escribimos sobre lo mismo-. De la Justicia se desprende la aplicación de los derechos, la exigencia de las obligacion­es, las leyes del trabajo, el estado de la educación, etc, etc.

Ahora tal vez el Gobierno entienda que no funciona seguir aplicando un gradualism­o ingenuo. Ahora están obligados, tarde y mal, a hacer el trabajo pendiente.

Se siguió el sendero histórico: buscar amigos y operadores con poder. Y no funcionó.

Los K tiñeron los juzgados con la ideología de Justicia Legítima que se extendió sin control.

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